Los Palacios y Villafranca
Los Palacios homenajea a los conquistadores de la marisma
El Trobal, Maribáñez y Los Chapatales celebran estos días el cincuentenario de la llegada de los primeros colonos
«¿Y con esto qué hago yo?» , se preguntó Gabriel Nuñez (Guillena, 1937) el día que llegó a El Trobal y tomó brusca conciencia de lo que se le venía encima. Corría el año 1968 cuando con 30 años abandonó la Sierra Norte y su oficio de camionero, aconsejado por el alcalde, para poner rumbo a las arduas marismas del Guadalquivir.
El Trobal era, junto a Maribáñez y Los Chapatales tres de los poblados de nuevo cuño construidos en plena marisma del Bajo Guadalquivir al auspicio del Instituto Nacional de la Colonización (I.N.C.) , el organismo creado durante el régimen de Franco para llevar a cabo la colonización interior, esto es, un proceso de modificación del territorio español sin parangón, dada su gran envergadura y repercusión. El objetivo: implementar la producción agrícola y transformar las vastas extensiones de terreno a través principalmente de la introducción de sistemas de regadío.
Aunque dentro de una semana cumplirá 82 años, Gabriel recuerda con la nitidez de un televisor ultra HD el momento en que partió solo (aunque poco después le acompañaron su esposa y sus tres hijos) y conoció su nuevo destino: «A la primera tanda de treinta colonos que llegamos a El Trobal nos reunieron y nos fueron diciendo uno a uno cuáles eran nuestras 12 hectáreas . Cuando me mostraron las mías, me senté frente a ellas y mientras miraba fijamente la sangre que brotaba por los cascos de las bestias (debido a las picaduras de una cantidad ingente de mosquitos), se me vino el mundo encima , no sabía qué hacer ni por dónde empezar, eran matorrales, aquello no había por dónde cogerlo».
Sin electricidad ni agua
Con una simple ojeada a su alrededor, sintió que sería imposible que su familia juzgara aquella desapacible y ruinosa atmósfera con un sesgo mínimamente positivo. «El poblado no tenía alcantarillados, ni agua, ni luz, teníamos que iluminarnos con carburo y a las seis de la tarde había que cerrar las ventanas para que los mosquitos no acudieran a la luz», lamenta.
Pese a todo, Gabriel y el resto de colonos trabajaron muy duro, madrugando más que el Sol y dejándose el alma en aquellas tierras que poco a poco iban cogiendo forma. «Nadie podía pensar el rendimiento que se le sacó a este suelo» . De hecho, confiesa orgulloso que «al cabo del tiempo, cuando vinieron los técnicos del I.R.Y.D.A —el organismo que sustituyó al I.N.C. — no daban crédito al nivel que habían tomado nuestras parcelas. Aquí no se quería venir nadie, luego, con los años, la gente se percató de que la cosa iba a más y daba guantadas por conseguir una parcela».
«Por eso siempre digo, medio en serio y medio en broma, que al igual que existe la conquista del oeste americano, nuestra historia es la de la conquista de la marisma », declara ufano con el orgullo de haber sido pionero.
Fruto de ese trabajo y de la buena armonía existente entre todos los colonos, Gabriel impulsó junto a otros agricultores en 1972 la Cooperativa Las Palmeras , una entidad que durante varias décadas ha disfrutado de una bonanza considerable gracias principalmente a una desmotadora de algodón que producía más de 15 millones de kilos.
Como da fe Gabriel, los futuros colonos aceptaban sin saber exactamente a dónde iban, ni las condiciones en las que se encontraban los poblados y los terrenos que iban a trabajar, dada la acuciante situación de necesidad generalizada en toda España. El modo de incentivar esta iniciativa era facilitando varias hectáreas (dependiendo de la zona el I.N.C. adjudicaba 10, 12 o 25 hectáreas), una casa, un tractor y un remolque a compartir con otro agricultor, e, incluso, los aperos, las simientes y la gasolina.
Parafraseando a Vito Corleone en El Padrino, para muchos aquello supuso una oferta que no podían rechazar. Uno de ellos fue Manuel Garamendi (La Puebla del Río, 1951 ), que en enero de 1968, con apenas 17 años, llegó a Los Chapatales tremendamente ilusionado. Él, junto a sus padres y hermanos, integraba una de las primeras doce familias de colonos que arribaron en este nuevo poblado. Lázaro, su padre, ya había hecho una avanzadilla un mes antes para conocer el terreno, la zona e, incluso, sembrar la primera cosecha de habas y avena en las 25 hectáreas de las que eran flamantes propietarios.
A cada familia de colonos de Los Chapatales, además de ofrecerle el doble de hectáreas que a las de El Trobal, también le facilitaron 12 vacas , ya que los técnicos interpretaron que aquellas tierras, más cercanas al río Guadalquivir, eran propicias para el sector ganadero.
Sin señorito y propietario de 25 hectáreas
«En La Puebla del Río, de donde veníamos, mi padre trabajaba para un señorito en una finca, y de eso a pasar a ser dueños de 25 hectáreas, tener casa propia y además no recibir órdenes, iba un abismo», celebra. « Cuando nos dieron una oportunidad la supimos aprovechar , y aunque es verdad que fue durísimo trabajar estas tierras, que antes de que llegásemos nosotros eran matojos y yerbajos para el ganado, peor era luchar igual de duro por un jornal, sin perspectivas de crecer y siempre dependiendo del señorito».
Por todo ello tiene claro que, pese a que fue un inicio complicado —durante bastantes meses tampoco dispusieron de agua, luz eléctrica, médicos, farmacias, tiendas, etc.—, «la llegada a Los Chapatales supuso un punto de inflexión para todos nosotros, nos cambió la vida» , recuerda Garamendi. Tanto le cambió que a los pocos meses conoció allí al amor de su vida, Isabel Rosado, la mujer con la que lleva 47 años casado (más otros tres de noviazgo).
«Yo vivía en el número 5 de la Calle del Pan, la única habitada, y él en el 15, se puede decir que aquellas circunstancias nos unieron para siempre» , explica Isabel, que llegó a Los Chapatales con apenas 13 años desde Las Cabezas de San Juan. «Al contrario que mi marido, cuando vine a Los Chapatales lo pasé muy mal. Mi madre había fallecido un mes antes y nos fuimos porque todo nos recordaba a ella; además, fue un bajón importante porque procedía de un pueblo mucho más grande y acondicionado, aunque luego todo se encauzó», rememora con nostalgia.
Otro caso paradigmático que ilustra perfectamente la colonización de las marismas es el de Maribáñez. A finales de 1967 un centenar de colonos toman posesión de sus nuevos hogares y terrenos. Las de este poblado situado al sudeste de Los Palacios y Villafranca eran parcelas de mayor calidad , más fértiles que las que se encontraron en Los Chapatales y El Trobal. Así lo atestigua Eusebio Aguilera (Iznájar, 1938) , quien reconoce que cuando se enteró de la opción de trasladarse a la marisma vio «el cielo abierto».
Y es que en su pueblo estaban a punto de expropiarle a muchísima gente con motivo de la creación del famoso pantano ubicado en dicha localidad cordobesa. De hecho, fueron 20 las familias paisanas de Eusebio las que encontraron acomodo en Maribáñez, quien abandonó su puesto de trabajo en la empresa Agromán para dedicarse a la labranza. «Nos dieron 10 hectáreas a cada uno y pronto se le vio color al asunto» . A sus 81 años, el cordobés presume orgulloso del buen ambiente que siempre ha primado entre todos los vecinos —aspecto en el que también hacen hincapié Manuel y Gabriel de sus respectivos poblados—. «Nunca hemos tenido problemas, siempre ha existido una cordialidad envidiable, algo que tiene más mérito si se tiene en cuenta que cuando llegamos aquí no nos conocíamos ninguno, muchos veníamos de Córdoba, otros de Granada, otros de Utrera…».
Este conjunto de poblados de colonización fue inaugurado oficialmente en Maribáñez en la primavera de 1971 con la visita oficial de los Reyes (entonces príncipes) Don Juan Carlos y Doña Sofía .
Pasan a formar parte de Los Palacios
Desde su construcción y hasta el año 1978 , los tres poblados estuvieron bajo la tutela del I.N.C. (más tarde I.R.Y.D.A) . De hecho, la máxima autoridad en estos poblados eran el guarda, el capataz y un perito del I.A.R.A. Es en el mes de enero de 1980 cuando dejan definitivamente de ser tutelados y pasan, tras intensas negociaciones, a integrarse en el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca, siendo alcalde Francisco Riverola Báez.
Actualmente, El Trobal (1057 habitantes), Maribáñez (1023) y Los Chapatales (361) son tres pedanías palaciegas que continúan el ejemplo de sus primeros habitantes, el de tres grupos cohesionados repletos de gente humilde y trabajadora que lucharon por sus sueños.
Mirando con las luces largas de la Historia, medio siglo después del inicio de aquella aventura que supuso colonizar las vastas marismas del Bajo Guadalquivir, es de rigor reconocer que gracias al esfuerzo y el sacrificio de cientos de familias que lo dejaron todo y apostaron por la libertad desesperada de inventarse cada día para labrarse un futuro mejor, haciendo de estos campos el maná redentor de hambres y pobrezas y, en definitiva, en el germen de un futuro mucho más próspero que el previsto en el guión original de cada colono, estas tierras han mutado en algo impensable hace apenas cinco décadas: en feraces y riquísimas parcelas exentas de salitre que cada campaña producen decenas de millones de kilos de algodón, alfalfa o arroz, entre otros cultivos.
Un hito que ya aventuró el escritor palaciego Joaquín Romero Murube en su libro «Pueblo Lejano» (1954). «Todas estas marismas de Los Palacios, sometidas en fertilidad y catástrofe al capricho y a las inundaciones del Guadalquivir plantean exactamente el mismo problema que el Nilo en Egipto, sino que allí lo regularon con esclusas, canales y obras de ingeniería, enormes y complicadas, para convertir el territorio del delta en el más abundante granero de la antigüedad…Día llegará en que lo mismo se haga con nuestras marismas. Y este pueblo, si sabe estar a la altura de las circunstancias, podrá ser una Alejandría interior, rica y floreciente».