PEDRERA
Lucía Díaz, una amazona de 20 años que espera que su participación en Sicab sea su rampa de lanzamiento
Con su tordo Garboso participó en el espectáculo principal del Salón Internacional del Caballo de Pura Raza
![Lucía Díaz con su caballo toroo Garboso](https://s1.abcstatics.com/media/provincia/2016/01/27/s/pedrera-lucia-tordo--620x349.jpg)
Desde la entrada del picadero pedrereño de la Escuela ecuestre El Ventorrillo se puede escuchar el amortiguado galope de un caballo tordo sobre la arena. A lomos del hermoso animal, guiando sus pasos y consiguiendo que ejecute cada ejercicio a la perfección está Lucía Díaz, una pedrereña de veinte años que hace apenas unos meses conseguía uno de sus objetivos, participar en el Salón Internacional del Caballo (SICAB).
Sin descender de su compañero de aventuras, Garboso, Lucía explica a ABC Provinci a cómo ha sido esta vivencia compartida con sus compañeras de la Asociación andaluza de monta a la amazona. « Ha sido una experiencia maravillosa. He cumplido uno de mis sueño s ya que nunca imaginé que tras estar tantos años como aficionada, entre el público, llegaría el día en el que podría ser participante». Su intervención en el concurso fue tan exitosa que la seleccionaron para participar en el espectáculo principal de SICAB, donde compartió pista con muchos de los mejores jinetes.
«Aunque el tiempo de espera en la zona de calentamiento fue bastante duro, fue muy emocionante ver cómo se abrían las enormes cortinas negras para salir a la pista». De hecho asegura que nunca olvidará la emoción y la satisfacción que sintió al encontrarse ante «un ambiente tan bonito».
Una vez superado el miedo lógico de participar en un evento de tan alto nivel, la pedrereña afirma con convicción que volvería a participar en la próxima edición: «Lo haría una y mil veces más, siempre que se presente la oportunidad y pueda».
Sus amigos más fieles
La relación de Lucía con el mundo de los caballos fue de amor a primera vista . Recuerda que era muy pequeña cuando por primera vez quedó impresionada al ver a su primer equino. Y parte de la culpa de que ese interés fuera a más la tuvieron su madre y su abuelo, Antonio. Justo cuando Lucía vino al mundo, nacía también Paloma en la granja de su abuelo. Con esta potrilla compartiría crecimiento y muchas carcajadas.
«Cuando tenía unos siete años me conformaba con ir a verla cada día después del colegio. Entonces ya me prestaba voluntaria para alimentarla y cuidarla». Sería precisamente con Paloma con la que Lucía experimentaría por primera vez la sensación de montar a caballo.
Lo que comenzó como un simple juego de niños —montando a pelo y sin arreos— se acabó convirtiendo en una temprana carrera de aprendizaje. « Primero fui montando más caballos, llegarían a casa mis primero potros y finalmente tuve mi primer caballo vaquero», explica. Sus ganas de aprender y su interés por estar atenta a otros jinetes le ha permitido aprender rápido. Después comenzaría su trabajo, que completó su pasión.
En El Ventorrillo trabaja con sus ejemplares, dos caballos y una yegua, con los que imparte clases de equitación y una de las actividades que más le llena de orgullo, da sesiones de hipoterapia para ayudar a la rehabilitación de niños y adultos utilizando el contacto con los caballos como herramienta terapéutica. « Son mis mejores y más fieles amigos. Son una parte esencial en mi vida».
Perseverancia como valor
A la hora de destacar alguna de sus cualidades como amazona reconoce que una de las más importantes es su perseverancia y fuerza de voluntad. De hecho su carrera hasta la primera exhibición de monta a la amazona no ha sido precisamente un camino de rosas . Garboso, el caballo que su amigo Salvador Gallardo le presta, «tenía un problema en las manos que hacía imposible su uso en competiciones deportivas», explica.
Los cuidados de Lucía , sus esfuerzos por recuperarlo y unos herrajes terapéuticos hicieron que Garboso volviera a caminar con total normalidad y que hoy en día pueda hacer ejercicios de alta escuela. Una perseverancia que sin duda nació cuando su familia no podía ayudarla por motivos laborales y, con sólo nueve años, cargaba cada día su montura vaquera desde su casa para ir andando hasta la cuadra donde estaba Paloma. « Ella incluso aprendió a escaparse para venir hasta mi casa», sonríe.