Obituario Juan Díaz

Juan Díaz: el perro verde de las sevillanas

El integrante de Los Romeros de La Puebla falleció ayer de un infarto a los setenta años de edad

Juan Díaz, en el centro de la imagen, junto al resto de compañeros de Los Romeros de la Puebla, en el Día de la Provincia de 2018 Raúl Doblado

Fernando Rodríguez Murube

La Puebla del Río viste de luto. Las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de la Granada doblan por Juan Díaz . Cigarreros y amigos del gremio del cante lloran porque en la fría madrugada del pasado 6 de febrero el insigne artista de la sevillana regaló el alma a la inmortalidad.

A pesar de que se advertía el crepúsculo de su vida — padecía una acuciante diabetes que le había dejado prácticamente ciego —, pocos podían presagiar que su corazón dejara de latir a sus setenta años. La triste noticia ha pillado por sorpresa, incluso, a su mujer Manoli y a su única hija, Mercedes.

Se va una persona auténtica cuya vida ha transcurrido por los rieles de la bohemia y la libertad . Siempre alejado de conveniencias y diplomacias, Juan «el Pintor», como lo conocían sus vecinos, asombraba por su honestidad y su fidelidad a sí mismo, y por disfrutar de la vida a su manera, ajeno al arribismo de la farándula en la que se vio inmerso debido al extraordinario éxito de su carrera musical.

Hombre de humilde cuna, antes de irrumpir con Los Romeros de La Puebla a la temprana edad de 20 años —era el más joven—, Juan se ganaba el cocido como pintor de rótulos publicitarios , que en aquella época se hacían a mano. La historia de cómo cambia la brocha por la guitarra es cuanto menos curiosa.

Los cinco amigos (José Manuel Moya, Pepe Angulo, Faustino Cabello y Manuel Cabello, además del propio Juan) comenzaron cantando en «El Soberao», el mítico altillo propiedad de Moya que adaptaron como local para sus reuniones de amigos sin mayores pretensiones que pasarlo bien.

Miembros de la Hermandad del Rocío de La Puebla, decidieron organizar algunas actuaciones para recaudar dinero con el fin de sufragar una Casa Hermandad en la aldea almonteña . De ahí que la canción que abre el primer disco que grabaron allá por 1968 verse sobre este anhelo:

«No tiene casa La Puebla en el Rocío, no tiene casa, tiene un cielo de estrellas y de esperanza . La Virgen dice el día que la tenga, Dios la bendice. Rocieros de Puebla demos las gracias, con esta fe tan grande todo se alcanza. La Virgen dijo ese Pastor Divino se ha sonreído y ha comprado la casa en el Rocío».

En esas estaba el incipiente grupo cuando un cazatalentos de Hispavox los vio cantar y se enamoró de su música . Como nota curiosa, cabe reseñar que poco después fue Jesús Quintero (colaboraba con la mencionaba discográfica), el Loco de la Colina, quien los llevó por primera vez a Madrid a grabar un disco.

El éxito fue inmediato, y sus letras invadieron las emisoras de radio y las ferias de toda Andalucía. Las sevillanas se convirtieron en algo parecido a lo que es hoy el reguetón entre los jóvenes. Se convirtieron en verdaderos ídolos. Sin embargo, ni Juan ni sus cuatro amigos cambiaron su forma de ser o actuar. Siempre sencillos, siempre cercanos.

No solo fueron los pioneros (junto a Los Hermanos Reyes) en profesionalizar las sevillanas, también fueron el símbolo referente por excelencia de la época más fecunda de este arte (las décadas de los setenta, ochenta y noventa). Fueron algo así como los Beatles de las sevillanas. Una verdadera revolución.

Salve rociera en el Palau

¿Quién podía imaginar que un género tan localista traspasara las fronteras andaluzas? Ellos lo hicieron. ¡Vaya si lo hicieron! En Cataluña, por ejemplo, cada vez que los cinco cigarreros hacían acto de presencia montaban un lío muy gordo. Indescriptible era la sensación de ver cómo un abarrotado Palau Sant Jordi de Barcelona cantaba emocionada, vela en ristre, la Salve Rociera .

No solo llenaban en los teatros y fiestas de toda España, también cantaron, ataviados con sus clásicos zahones , a la Virgen del Rocío o al «Solano de las Marismas» en Alemania, Suiza, México, Sudamérica o el Teatro Olympia de París . Sin duda, unos embajadores de lujo del costumbrismo andaluz a los que lamentablemente la Junta les ha negado en más de una ocasión la Medalla de Andalucía .

Capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de La Puebla del Río F.R.M,

Juan era el verso suelto del fabuloso poema (por sevillanas, por supuesto) que conformaban los Romeros de la Puebla, el conjunto que encumbró este género del cante hasta límites insospechados. Hay cientos de anécdotas que atestiguan el carácter libertario y rebelde de este artista cigarrero (aunque nacido en Gerena, llegó a La Puebla con menos de tres años).

Por ejemplo, cuentan que era muy poco dado a los compromisos impuestos . Cuando Los Romeros terminaban sus actuaciones, los alcaldes o los señoritos del pueblo de turno siempre querían tener un encuentro más cercano y privado con los artistas. Que les cantaran en petit comité. Juan se negaba rotundamente a esto. De repente desaparecía de la tierra. No le gustaba «reírle las gracias a nadie» . En vez de eso, iba a tomarse una copa a la taberna más recóndita con el personaje más peculiar del lugar.

Hasta tal punto llegaba su subversión en este sentido, que sus compañeros del grupo tenían que ingeniárselas para conseguir que tocara en determinadas ocasiones en los que a todos les interesaba quedar bien para granjearse contratos futuros. «Juan, no se te ocurra sacar la guitarra aquí que esta gente es seria y tenemos que estar en nuestro sitio» , le decían. Él, enemigo acérrimo de las exigencias, contestaba: «¿Qué no voy a tocarla por qué? Voy a hacer lo que yo quiera». Sacaba la guitarra y se arrancaba a cantar. Justo lo que todos deseaban. Había que decirle las cosas al revés. Juan te lo daba todo si no se le pedía.

A su arte a la hora de tocar la guitarra y cantar, hay que sumar su prolífica carrera como compositor de sevillanas , alcanzando la friolera de 445 canciones registradas . Las letras más melancólicas de Los Romeros llevan su sello. «La marisma me llama» o «Saca el viejo arca, madre», son claros ejemplos de sus anhelos. También escribió para grupos como Brumas, Ecos de las Marismas, María de la Colina, Las niñas de la Manola, Los Marismeños, Amigos de Gines, Los Doñana, Las Carlotas y Ecos del Rocío.

Además de su pasión por la música, Juan también desarrolló su faceta artística en el mundo de la pintura , como lo demuestra el hecho de que diseñara las portadas de los discos Con amor a mi tierra del año (1989) y La Marisma me llama (2000).

«El Pintor» huía de los grandes acontecimientos. Se sentía mucho más cómodo a la lumbre de una bodega en La Puebla, Umbrete o Bollullos. Ahí sí que era más fácil que se arrancara con la guitarra. En este sentido, hay quien asegura que Juan ha estampado su firma en los barriles de las bodegas de media Andalucía .

Ya en el ocaso de su vida, al artista le encantaba pasar temporadas en Torre del Mar, el pueblo malagueño donde su queridísima hija Mercedes regenta el «Mi flamenca» , un tablao que ella ha decorado casi exclusivamente con fotos de su padre y de Los Romeros.

Incluso en el local de su hija dejó constancia de su personalidad. Un día corrió el rumor de que Juan iba a pasar por el local. Se montó un revuelo importante porque todo el mundo quería verle cantar , y le prepararon su silla de enea, la guitarra y todos los avíos para que el artista estuviera a gusto y brindara un buen espectáculo. Cuando Juan se percató del plan no dijo nada y se fue a almorzar al paseo marítimo.

Tenía que ser que a él le saliera, no que se lo impusieran. En ese sentido tenía un concepto del arte muy similar al de su paisano Morante de La Puebla. Las temporadas que pasaba en tierras malagueñas eran frecuentes pero nunca muy largas, ya que él quería despedirse de este mundo en su Puebla del alma. Tal y como ellos cantaban: «Si he de morir, que me muera al pie del Guadalquivir, en un rincón de La Puebla yo me quisiera morir» .

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