Federico Jiménez de Cisneros, de 25 años, es el cura más joven de Sevilla
Tiene a su cargo las parroquias de El Castillo de las Guardas y El Madroño y sus quince aldeas
Federico Jiménez de Cisneros Ortiz es desde hace nueve meses párroco de San Juan Bautista , en la localidad sevillana de El Castillo de las Guardas, y de San Blas , en el vecino municipio de El Castillo de las Guardas, y se ocupa, además, de las almas de 15 aldeas de la zona, en las que ejerce su ministerio sacerdotal visitando enfermos, en las catequesis y, en general, atendiendo las necesidades espirituales de los vecinos desde hace nueve meses.
Es, con 25 años, el cura más joven de la provincia . Fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo en 2015, junto a otros cinco presbíteros que dan continuidad al rebrote de vocaciones en el Seminario Metropolitano, que tantos frutos está dando en los últimos tiempos, y celebró su primera misa en su parroquia familiar, San Carlos Borromeo .
Diariamente, Federico celebra misa en El Castillo y los domingos en El Madroño , municipio que dista del primero 23 kilómetros y al que también acude entre semana, al igual que al resto de las quince pedanías diseminadas en la zona. Su feligresía -dice- no llega a las 2.000 personas , muy involucradas y son muy participativas en las actividades que el joven párroco promueve .
Asegura que aún está «aterrizando» en estos espacios rurales, tan distintos de su Sevilla natal, donde nació su vocación, alentada por su familia, de la que tiene apoyo incondiciona, «si hago las cosas bien», y en la que también su hermano Luis María , que estudia segundo curso en el Seminario Metropolitano, será sacerdote; de su propia vinculación a un movimiento parroquial de jóvenes; y de sus vivencias de cofrade comprometido en el Gran Poder, San Isidoro y la Amargura .
Afirma el párroco que ha tenido «una acogida muy buena» en estos pueblos, para los que ya tiene en mente varias ideas, como « mantener las iglesias más tiempo abiertas , trabajar en la renovación, en el camino que ya abrieron anteriores sacerdotes, y dedicar todo el tiempo posible a escuchar a la gente en estos lugares que propician el trato personalizado ».
«Me siento ilusionado» , asegura, «contento de conocer las realidades de estos pueblos y aldeas pequeñas y estoy deseoso de seguir evangelizando y de que la gente ame más a Jesús ». Es una enorme experiencia para el sacerdote trabajar en estos primeros destinos, en los que está aprendiendo desde el gobierno de una parroquia hasta pequeños detalles de la labor de un joven cura que no piensa ni ambiciona un próximo destino, porque está ahí sin planes, trabajando, viviendo cada día su ministerio con el empuje y la seguridad de estar cumpliendo con los pasos del camino de la vocación .