BAJO GUADALQUIVIR

La dinastía más dulce de Los Palacios admite que su secreto está en la crema

Fundada en 1954 por Francisco Navarro, la célebre confitería palaciega no desvela la fórmula de sus jugosas cuñas y palmeras, famosas en toda la provincia

Manuel Navarro Sutil y su hijo Manuel Navarro Fernández F.R.M.

FERNANDO RODRÍGUEZ MURUBE

Son las nueve y media de la mañana, el número 30 de la calle Joaquín Romero Murube (antigua El Duro) abre sus puertas para endulzar la vida de su amplia parroquia de fieles golosos, incapaces de no sucumbir al sabor y la textura de las grandes, jugosas y contundentes cuñas y palmeras de «an cá Navarro », las dos especialidades de la confitería con más solera del pueblo.

Un ritual que se viene repitiendo inexorablemente en el mismo sitio y a la misma hora desde hace 62 años gracias a una saga incombustible de maestros pasteleros, los Navarro , que llegaron a tierras palaciegas a principios de los años cincuenta procedentes de Mairena del Alcor.

«La hora de apertura del negocio no quiere decir que sea la hora de inicio de la jornada—advierte enérgicamente Francisco a sus ochenta y dos años, hijo del fundador y padre del actual gerente—, cuando llevaba el negocio pasaba todo el día en la confitería, a las cuatro de la mañana ya estaba con las manos en la masa y no apagaba los hornos hasta las once. Apenas dormía».

Varios fracasos

El origen del negocio allá por 1954 vino precedido por varios fracasos empresariales del padre de Francisco, que pese a los reveses sufridos seguía con el mismo ímpetu para trabajar, algo que inculcó sobremanera a su vástago.

En cambio, la confitería funcionó desde el primer momento. Pese a que en un principio se creó una panadería-confitería, pronto se vio claro que lo que realmente gustaba era la vertiente dulcera, por lo que a los dos años de suprimió la fabricación de pan, dedicando en exclusiva el horno de leña a hornear pasteles.

«La idea tuvo un éxito espectacular, no parábamos de hacer dulces: petisús, magdalenas, tartas, tortas de polvorón, bilbaínos, etc. Íbamos por Los Palacios y otros pueblos cercanos v endiendo con un carrito a las tiendas. Las listas de encargos eran enormes, especialmente en Dos Hermanas».

Su hijo Manuel, que hace quince años pidió una excedencia como funcionario en el Ayuntamiento de Sevilla para tomar el testigo de sus padres y dedicarse en cuerpo y alma a la tradición familiar, afirma que ahora su jornada «solo» empieza en torno a las siete o siete y media, aunque lo de terminar a horas intempestivas no ha cambiado.

Curiosa es la historia por la que ampliaron su oferta con un producto hasta convertirse en emblema del obrador. En pleno apogeo de su repostería, Francisco notó que unos sevillanos estaban ganándole terrero gracias a un dulce de gran tamaño que estaba encandilando a sus paisanos: la cuña.

Ante esta tesitura, le comentaron a su maestro confitero Carlos García Baena, un trianero experto en la materia, el problema que se les había presentado, a lo que Carlos respondió: «No te preocupes, te voy a enseñar a hacer las mejores cuñas del mundo ».

A partir de ese momento las colas llegaban a la esquina de la tienda de Galerías Santiago. Y hasta hoy . Cada domingo decenas de vecinos de pueblos de la comarca se acercan hasta este rincón para paladear el encanto de las cuñas y palmeras cuyo secreto, como si de la coca cola se tratara, no desvelan. Solo confiesan una cosa: « El misterio está en la crema». Algo es algo.

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