san fernando
Rafael Romero, el único maestro luthier de San Fernando
Algunas de sus guitarras han sido tocadas por Manuel Parrilla, Juan Parrilla, Moraito Chico o «El carbonero
Un olor a ciprés inunda la habitación. «La semana pasada estuve en Valencia para comprar más maderas». Las hay de todas sus formas. Rafael Romero (San Fernando,1963) coge una lámina de madera, la acerca a su oído, cierra los ojos y la golpea. Unas vetas rectas, estrechas y limpias significan más calidad, pero lo principal es el sonido. En un futuro, esa lámina de madera que reposa en la mesa de su taller será una guitarra. Una más hecha por sus manos.
Un patio separa su casa de su vivienda. «Cuando tienes pasión por una cosa tan fuerte como esta, pasas más tiempo aquí que en casa; esto es un trabajo muy lento, muy laborioso», afirma el luthier. Bajo ese techo ha pasado infinidad de horas, mucho días «de sol a sol». Coger el formón y darle forma a la cabeza del instrumento es solo una parte de un proceso que dura entre 100 y 150 horas de trabajo. Han sido tantas las guitarras que ha hecho durante los 40 años que lleva como luthier que ha perdido la cuenta. «No tengo ni idea de las guitarras que he hecho, pero si he fabricado una media de 10 guitarras al año y llevo 40… pues unas 400 guitarras aproximadamente», explica. Algunas de ellas han ido a parar a las manos de auténticos artistas del mundo del flamenco como Manuel Parrilla, Juan Parrilla, Moraito Chico o «El carbonero».
Rafael Romero se siente más cómodo en el taller por la noche. Cuando el bullicio de la calle cesa y el silencio compite con el olor a ciprés por hacerse con el taller, tan solo roto por el sonido de las cuerdas y el «flamenquito» que escucha mientras trabaja. Solo existe una manera de hacer una guitarra especial RR, su modelo más premium. «Tengo que estar tranquilo y sereno, sin que nadie me moleste. Es algo que se hace por amor al arte, aunque luego la venda«, afirma. Ese cariño lo abraza y hace suyo el instrumento. «Parece que no, pero creo que los momentos emocionales la guitarra los agradece».
Las uñas le delatan. No solo sabe hacer guitarras. Se levanta, camina hasta donde tiene colgadas algunas de ellas y trae una de las veinte que hay. Coge el diapasón y se dispone a afinarla. Con un par de ajustes en tres segundos lo tiene. «Dicen que yo tengo un oído privilegiado. Creo que afino mejor que el afinador electrónico porque las guitarras no son perfectas; en esa imperfección intento confundirlas», comenta mientras sonríe. La velocidad con la que toca las cuerdas hipnotiza. «A mí se me daba muy bien, lo cogía todo al vuelo. Yo podía haber sido un fenómeno, pero no estudié para eso«, recuerda con nostalgia.
Un prodigio desde joven
La primera guitarra que llegó a sus manos fue con doce años. En una Andalucía donde el que no cantaba flamenco, tocaba la guitarra, un amigo suyo le enseñó «dos cosillas». «Cuando mi padre, que le gustaba mucho la guitarra, me vio, me dijo que me iba a comprar una». Dos compañeros de su padre de la Escuela de Aprendices de La Bazán fueron protagonistas, de una manera u otra, del aprendizaje de Rafael Romero en el mundo de la guitarra. «Mi padre le pidió a Rafael Escudier que me diera clases». Pero tan solo duraron tres meses. La habilidad que tenía Rafael le permitía aprender a tocar de oída y de vista. Una cualidad de la que se habían percatado los guitarristas y que intentaban obstaculizar. «A muchos les costaba enseñar a los que venían detrás y se daban la vuelta mientras tocaban para que no pudiera ver las falsetas que hacía», rememora. Tras acompañar en los escenarios a artistas de la talla de «Chano Lobato»,»Rancapino» o «Curro Malena» a la temprana edad de 16 años, decide cambiar la guitarra por las herramientas cuando visita a su maestro luthier Mario Melero, compañero también de trabajo de su padre.
Una foto de su maestro luce en la pared de su taller. «Mi padre le pidió que me hiciera una guitarra y tardó un año en hacérmela», recuerda mientras le señala. Una espera que se le hizo eterna. Fue en el momento de ir a recogerla cuando salió a relucir el luthier que tenía dentro. «Cuando fui a visitarlo y veo mi tapa con el rosetón, me impactó y ya me entró ese deseo de hacerlas». Ahora, en memoria de su maestro, coloca el mismo rosetón en su modelo especial. Esa guitarra que le hizo Mario Melero aún la conserva. «Cuando me fui a Madrid a buscarme la vida con la guitarra, mi padre la vendió para comprarme un coche. Veinte años después la volví a comprar por tres veces más de lo que me costó«.
Ahora, Rafael Romero es el único maestro luthier de San Fernando. «Esta tarde hablaba con un compañero y él considera que soy el maestro; eso es porque hace 40 años no había nadie. Cuando yo empecé con 20 años, solo estaba mi maestro«. Él no se formó en ningún taller ni hizo cursos. «En un 80 o 90% soy autodidacta: abría guitarras y experimentaba con ellas», afirma.
Las guitarras están colgadas ya terminadas y esperan los dedos de un guitarrista. Desprenden un brillo especial. Tal vez, el mismo que tiene Rafael Romero en sus ojos cuando las mira.
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