TRIBUNA
Lleno en los tendidos y dos salidas a hombros. La tauromaquia luce en Jerez
Con lleno en los tendidos, mucho sol y más viento de levante, una pareja ecuestre de felipes segundos irrumpía en el dorado ardiente del albero. El festejo, ese ancestral rito tan maravilloso, daba comienzo
Con lleno en los tendidos, mucho sol y más viento de levante, una pareja ecuestre de felipes segundos irrumpía en el dorado ardiente del albero. El festejo, ese ancestral rito tan maravilloso, daba comienzo. El verde y oro de Talavante, el negro y oro de Roca Rey y el grana áurico de Pablo Aguado centelleaban aleteantes en la puerta de cuadrillas para emprender el paseíllo. Raudo, majestuoso, solemne, como un eco recordatorio de la grandeza del espectáculo, sonó el himno nacional. Y el público, tan estruendoso y festivo, se recogió en un silencio respetuoso y súbito, en unánime proclama de su identidad y de su libertad. La tarde penetraba en emociones y saltaba al ruedo el primer toro de la tarde, un armónico ejemplar negro de Jandilla que acudió templado y humillado a la mecida capa de Alejandro Talavante. Ciñó éste las gaoneras en un quite, tras el contacto efímero de su enemigo con la cabalgadura. Animal de extrema nobleza, medida casta y muy escaso poder, cuyo acometer iría menguando alarmante y progresivamente a lo largo del trasteo. Características extensibles a todos los astados que irían apareciendo desde la penumbra ciega de chiqueros del coso decimonónico. El diestro extremeño, con estoicos pases por alto, alternados con otros por bajo y del desprecio, dibujó un bello, intenso inicio de faena. Pero en la segunda tanda de toreo fundamental, el toro muestra ya signos de agotamiento y su embestida se torna más corta, su motor parece atenuarse, su brío original se transforma en sosería. Talavante, siempre hierático y confiado, prodigó en las postrimerías de la lidia, hermosos cambios de mano, pulcra sucesión de circulares, ardientes manoletinas. Rubricó este primer capítulo con una estocada algo desprendida y fue premiado con el excesivo obsequio de dos orejas.
En estas corridas en las que la raza, la fuerza y el poder del ganado merodean por el tibio listón de lo aceptable, lo mismo aparecen toros que más o menos se dejen hacer o desploman la lidia en caminos de sopor y aburrimiento. Esto último ocurrió con el segundo oponente de Alejandro Talavante, cuyo acometer adormecido y sus continuos parones no otorgaron posibilidad de que sus muletazos poseyeran un ápice de ritmo ni ligazón. Prodigó el diestro las cercanías y se gustó con un torero desplante, antes de finiquitar su labor con un pinchazo, estocada y descabello.
El triunfador numérico del festejo resultó Roca Rey, torero de fácil conexión con los tendidos, siempre valiente, variado y poderoso. Como en él es habitual, dejó a sus toros casi sin picar, por los que éstos arriban al último tercio con el motor suficiente para sorprender con el toreo vibrante y dominador que le caracteriza. A su primero, un colorado manso y mal presentado, lo recibió por delantales para dibujar después un airoso quite por faroles. Largos y poderosos, ligados y profundos, los derechazos del peruano encandilaron a la concurrencia, que también celebraría la enjundia y personalidad de unas series al natural garbosamente resueltas con estéticos ayudados y hondos pases de pecho, Exigente y dilatada lid a la que Roca Rey sometió a su oponente, que culminaría con sobrias pedresinas bajo el acústico recordatorio de un aviso antes de empuñar la espada, Arma toricida con la que cobraría un pinchazo y una estocada desprendida y trasera. Cortó una oreja de este toro y las dos del quinto de la tarde A éste lo recibió con un prolongado y entregado saludo capotero en el que ajustó la mecida verónica. Luminoso fue también su quite por chicuelinas y gaoneras, abrochado con remate airoso a una mano. El toro tendía a puntear el engaño y a derrotar a la salida de los muletazos, por lo que al peruano le costó varias series de probaturas para conseguir atemperar la espereza de la res. Lograda ésta, templó los muletazos, hasta que su oponente, un manso con genio que ha sido podido, buscó la huida hacia su querencia da las tablas. Terrenos donde el espada remata el trasteo con circulares y circulares invertidos y, tras salir ileso de una cogida sin consecuencias, cobra una gran estocada en la suerte contraria.
Menos suerte tuvo con su lote Pablo Aguado. Más genio que entrega en su embestida derrochó el tercero de la suelta, animal que fue recibido con armónicas verónicas por el fino espada sevillano. Tras un muy buen puyazo del varilarguero Mario Benítez, se advirtió que el toro acometía con acelerada brusquedad y con frenadas en seco antes de terminar las suertes, sin deslizarse. Se fajó con él con torera galanura Aguado, al que pudo extraer alguna serie destacable de muletazos, a pesar de que el astado se revolvía con prontitud, no humillaba en exceso y vendía caro cada embestida. Pulcro clasicismo, ortodoxa colocación, se pudo admirar en los bellos naturales que brotaban en inconexo goteo de excelsitud. Un pinchazo y una gran estocada pusieron fin a una labor que fue silenciada. Carente de la más mínima emoción y transmisión en su embestida, el ejemplar que cerraba plaza no ayudó tampoco a que el sevillano expresara la pureza de su tauromaquia. Unas aladas chicuelinas al paso, la cadencia y el gusto de unos suaves ayudados por alto, el apunte de clasicismo en el toreo fundamental, constituyeron dignas sugerencias aisladas de la capacidad de un torero que no encontró enemigo propicio. Con un pinchazo y una perfecta ejecución del volapié obtenía un trofeo Pablo Aguado y se ponía fin a una tarde invadida ya por una tenue luz artificial, que alumbraba la salida a hombros de Alejandro Talavante y Roca Rey.