Motorada 2023
Dos generaciones cabalgando de Madrid a Jerez
Gran Premio de Motociclismo 2023
Tamy Rider y su padre Miguel compartieron una aventura inolvidable de más de 1.300 kilómetros cuando decidieron bajar desde Madrid al Circuito de Jerez
«Mi chico me hizo la pedida de mano sobre la moto»
La madrileña Tamara «ha mamado la afición de las motos desde pequeña». Fue su padre el que le inculcó la pasión por las dos ruedas. Un interés que roza la devoción y que fue germinando y arraigando poco a poco alimentado de viajes en moto compartidos con Miguel, su padre, cuando era poco más que una adolescente.
Pese a todo, su primera moto no llegó hasta 2013. «Fue una 125 cc y con ella tuve mi primer accidente grave. Estuve un año y medio de baja». Pese al parón, la afición permaneció latente, como cogiendo aún más brío. «Me casé, tuve mis hijos y ya decidí que quería sacarme el carnet A2 para llevar motos de más prestaciones y más grandes«. «Con el padre de mis hijos he ido a Circuitos y salíamos con la moto pero lo que yo quería era llevar yo mi propia moto. Me costó lograrlo porque por cuestiones económicas se iba posponiendo hasta que conseguí comprarme una dos y medio (250cc) y luego ya subí a una 500 y poquito a poquito ahora tengo una siete y medio (750cc).
Tamy Rider reconoce que aunque las cosas van cambiando, hace no tantos años, a la mujer motera no se la consideraba como igual. «Creé mi propio grupo, 'Las princesas riders', que sigue funcionando y que tiene sus camisetas, su merchandising, su logo y demás. Lo fundé para que las mujeres se sintieran princesas encima de una moto y sin que nadie las mirara por encima del hombro por ser chicas. La filosofía es inclusiva y es un grupo abierto que no deja a nadie fuera. Por eso, pasamos a ser 'Princes riders', para que los chicos también puedan formar parte de la comunidad. Ahora soy administradora del club CBR Madrid y somos cerca de 200 personas».
«Mi moto, mi moto»
Esta mujer resuelta, valiente y fiel a sus principios compagina una vida convencional con una pasión motera que se desata los fines de semana. «Hasta hace poco tenía cuatro motos en el garaje. Hace unos días le vendí a una chica mi CBR 650 S. Me desprendí de ella con mucha pena porque la tenía súper bonita pintada en negro y rosa», comenta aún con un pellizquito de nostalgia en sus palabras..
«Suelo salir de ruta un fin de semana sí y otro no y para mi es una experiencia excepcional porque somos como una familia». Tamy explica que cuando sube en la moto las sensaciones y las percepciones cambian porque uno «deja de enfocarse en los problemas» y se centra en disfrutar.. aunque «también se tienen sustos».
Una aventura motera en familia
Tamy Rider y su padre Miguel realizaron el año pasado la ruta en moto hasta el Circuito de Jerez. «¿Te animas a bajar a Jerez? Tengo ya 69 años y quizás no tengamos muchas más oportunidades de hacer el recorrido juntos», dejó caer Miguel. El guante fue recogido de inmediato por su hija que no necesitó más acicate que la oportunidad de disfrutar de su gran pasión con la persona que le ha transmitido e inculcado su gusto por las dos ruedas, el «culpable» de encender la llama motera que arde en su corazón.
Así que sin discusión alguna emprendieron una aventura que los llevaría a recorrer 1.300 kilómetros en periplo que partió de Madrid por la Ruta Vía de la Plata hasta llegar a Jerez. «Fuimos cada uno con nuestra moto y nos quedamos a dormir en Chipiona. El viaje de bajada fue en un momento de mi vida complicado porque acababa de romper con una pareja y me vino muy bien aunque también fue duro porque fueron muchas horas en las que estás solo tú con tus pensamientos», reconoce. «En esta carretera son todo rectas y aunque hagas paradas y vayas hablando, lo cierto es que durante todo el recorrido la constante eres tú, tú cabeza y tus pensamientos. Tienes que ser fuerte y sobreponerte». Y es que la moto es algo más que un medio de transporte, un deporte o una afición. Es bálsamo para el alma aunque a veces castigue el cuerpo.
«Yo había estado en Cheste pero nunca había estado en Jerez. Esta ha sido la primera vez porque está a casi 650 kilómetros y es complicado encontrar gente que se anime. Hay grupos que van al Circuito pero muchos se desplazan en coche y no en moto porque es más cómodo. Pero eso no es para mi. Si vas a las motos… vas en moto», afirma contundente y esbozando una sonrisa.
Explica TamyRider que como mínimo es obligatorio hacer tres paradas. «El depósito no da para más y cada 200 kilómetros, para no entrar en reserva, conviene repostar. Así que si en coche tardas unas seis horas, en moto completas el recorrido en siete». Padre e hija salieron de Madrid por la mañana temprano para llegar a Chipiona poco después de las tres de la tarde, «a tiempo aún para comer… aunque la llegada fue un poco accidentada». «Habíamos parado cerca del hostal donde nos alojábamos y estábamos ya comiendo cuando llegó la policía preguntando de quién eran las motos que estaban aparcadas en la acera. Eran las nuestras. Se empeñaron en que ahí no podíamos dejarlas y tuvimos que ir corre que te corre para quitarlas y que no nos pusieran multa».
¿Dónde están las llaves?
Un Gran Premio da para muchas vivencias y anécdotas. Una de ellas ocurrió cuando Tamy y Miguel estaban viendo las clasificatorias. «Papá, ¿tú sabes dónde están las llaves de la moto? Qué raro que no las tenga aquí», se extrañaba la madrileña. Resultó que se las había dejado puestas en el contacto.
El grueso de la planificación del viaje corrió a cargo de Miguel que, sabedor de las dificultades de encontrar alojamiento en los días del Gran Premio de Jerez, se encargó de hacer las gestiones y reservar hostal en febrero aunque las pruebas se disputaron el fin de semana del 1 de mayo. «Estábamos muy cerquita de la casa donde vivió Rocío Jurado, muy cerca de todo el meollo y hay que saber que si tienes intención de dormir… ese no es tu sitio», rememora.
«La experiencia fue muy buena. Aparte de en Jerez y en Chipiona también nos acercamos hasta Rota porque allí estaba una compañera motera y quedamos para vernos. Por un lado tuve la oportunidad de vivir un Gran Premio más tranquilo con mi padre, acudiendo al Circuito, madrugando para ver las pruebas los tres días, disfrutando de las carreras, comiendo tranquilos y compartiendo experiencias. Y, luego, ya por la noche me empapé del ambiente más callejero ya sola por mi cuenta. Así que muy bien. Hubo tiempo para todo y no tuvimos ni pinchazos ni malas experiencias. Este año repito aunque lo haré con mi pareja».
Granizada en Navalcarnero
Las anécdotas no acabaron ahí. «De regreso, en Navalcarnero, en la A-5, empezó a caer una granizada monumental que no dejaba ver nada y que golpeaba fuerte. De repente todo se cubrió de un manto blanco, tuve que abrir la visera, el granizo me golpeaba en los ojos y las manos se me pusieron totalmente rojas. Iba, como podía, detrás de la rueda de un coche porque tampoco te podías parar porque el arcén estaba todo granizado.
Hubo momentos en que pensé que me iba a matar y ahí si que sufrimos», reconoce. Pese a todo, apretaron los dientes y siguieron ruta, no se detuvieron hasta llegar a casa. Quizás porque ser motero también significa superación, lidiar con los elementos, saber que tarde o temprano uno puede acabar en el suelo. Asumirlo y volver a cabalgar.