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El Palmar, ¿Infierno o paraíso?
Esta comarca de Vejer de la Frontera ha vivido un importante crecimiento en relación al turismo en los últimos años
El Palmar es uno de los enclaves de la provincia de Cádiz con mayor afluencia de turistas cada verano. Su playa virgen de arena blanca y agua cristalina, la oferta gastronómica y deportiva que ofrece, su paisaje paradisiaco y sus bellas puestas de sol son tan solo algunos de los atractivos de esta comarca en la que habitualmente no viven más de mil personas durante el otoño y el invierno, pero que en verano se transforma, y al igual que sucede en otras zonas de la región como Tarifa, Conil de la Frontera o Zahara de los Atunes, vive un importante crecimiento demográfico.
A pesar de estar muy próximo a Conil de la Frontera, andando por la playa se puede hacer el trayecto en menos de una hora, El Palmar pertenece a Vejer de la Frontera. Históricamente, la riqueza de la región, tanto a nivel terrestre como a nivel marítimo, han llevado a varias civilizaciones a asentarse en sus terrenos. La pesca del atún de almadraba, un arte con más de tres mil años de historia, fue practicado en sus orígenes por los fenicios y se mantiene a día de hoy. En el año 1805, sus aguas presenciaron uno de los momentos más importantes en la historia de España, la Batalla de Trafalgar y aunque durante siglos en esta comarca hubo asentamientos, no fue hasta la II República cuando se oficializó, o se legalizó, la primera colonia de El Palmar.
Durante este periodo político y tras la aprobación de una novedosa ley agraria, un grupo de 99 colonos recibió propiedades en El Palmar a cambio de instalarse en unos terrenos prácticamente abandonados a cambio de que trabajaran la tierra con el fin de que poco a poco este territorio estuviera asentado por más 'palmareños' y se consolidara como una gran comarca, dependiente políticamente en todo momento de Vejer.
Durante las primeras décadas del Siglo XX, El Palmar estuvo únicamente ocupado por estos 99 colonos y sus descendientes, aunque fue a partir a partir de los años ochenta cuando comenzaron a convivir con un nuevo inquilino: el turista.
En los últimos años del pasado siglo, numerosos turistas comenzaron a desembarcar en El Palmar, y durante muchos años convivieron en perfecta armonía junto a los colonos de la región, aunque con el paso de los años, los visitantes comenzaron a ganar terreno, hasta el punto de hacer más complicada la vida del nativo de El Palmar.
Hoy en día, y a pesar del impacto económico positivo del turismo, muchos 'palmareños' se quejan del «descontrol» que se lleva viviendo en la zona durante los últimos años.
La torre vigía icónica de la playa divide en dos la comarca. Desde el torreón dirección Conil puede afirmarse que es la parte más tranquila, la zona en la que hay menos bares y locales de restauración, hay mas facilidades para aparcar y suele presenciarse un turismo más familiar, mientras que desde ese mismo punto en dirección a Los Caños o Barbate, es una zona mucho más concurrida, con mayor afluencia de gente joven que busca un turismo distinto, más enfocado a la fiesta y a las noches de música y alcohol.
Manuela, descendiente de los 99 colonos de El Palmar
Manuela nació en El Palmar en marzo del año 1946 en una familia con doce hermanos. Se crió en un contexto marcado por la posguerra, y mientras las grandes urbes como Madrid, Barcelona o Bilbao vivían un periodo de industrialización y modernización, las zonas rurales quedaron casi abandonadas a su suerte. En las grandes capitales del país las calles poco a poco se iban asfaltando y cada vez había más vehículos motorizados, los edificios se iban levantando, en la comarca vejeriega solo había «caminos llenos de fango y barro» y la manera habitual de moverse era «en burro o yegua».
Han pasado muchos años desde que esta descendiente de los 99 colonos de El Palmar se crió en estas tierras, pero puede recordarlo como si fuera ayer. «Yo no pasé hambre, me crié en un cortijo con el techo de paja», comenta.
«Teníamos las estancias de las vacas y de los animales, había vacas retinta que se les llama ahora, cerdos, cabras, gallinas… algunos se mataban y otros se negociaban», señala.
Hoy día, El Palmar en verano es sinónimo de playa, sol, chiringuitos, cócteles… hace 70 años «nos íbamos a coger garbanzos a la campiña (Carretera de los Caños de Meca)», y «sembrábamos sandías, pimientos, trigo, maíz, habas…», pero «nadie iba a la playa, yo iba porque la tenía al lado», aunque «realmente mi padre no me dejaba ir», bromea.
«En la playa no había ni una mosca».
Una de las peculiaridades de El Palmar, y que le dan incluso un toque de romanticismo, y que le hace mantener la esencia de ambiente rural, es que no hay un sistema de alcantarillado, algo que los vecinos «llevamos pidiendo muchos años».
«Nosotros no teníamos ni agua, ni luz, ni gas» y comenta a modo de curiosidad que «se guisaba con boñigas. Se iba a las campiñas, y se recogía seca, se guardaba y con eso y la leña se cocinaba». «En mi casa tenemos un quinqué», y no existía el cuarto de baño como lo conocemos actualmente: «Antiguamente se orinaba en una escupidera y si era algo más importante nos íbamos debajo de una higuera». Tampoco había una ducha. «Se calentaba el agua en una olla y la echaba en un barreño de aluminio».
A Conil iba «cada diez o quince días» y en fechas señaladas como Semana Santa o feria, pero no había carretera, ni tan siquiera muchos carriles. «No había puente para cruzar, y en invierno todos los caminos estaban llenos de barro e íbamos con el burro». El gran problema llegaba a la hora de cruzar el Río Salado, que separa Conil de El Palmar: «Cuando la marea estaba baja se cruzaba por unas piedrecitas que había y si estaba llena había que esperar porque nos llegaba el agua hasta el culo».
Tardaba unas «tres horas largas» en llegar a Vejer en la yegua. «Iba a los molinos de viento a moler el trigo para traerme la harina, eso costaba un alquiler, que creo que costaba una peseta. Nosotros llevábamos los sacos y el molinero los molía».
«Cuando íbamos con el trigo y la convertíamos en harina, la amasábamos en masa, y hacíamos el pan casero y lo caldeamos el horno con leña», relata.
No había tantos establecimientos y bares como ahora. «Había una tienda de José Catalán y allí vendían de todo, azúcar, café, arroz… pero era venta a granel y el aceite lo vendía por cuartillo y teníamos la taberna chica de Ramoncillo que vendía gaseosa y vino».
¿Le gusta cómo está El Palmar actualmente? «No, no me gusta lo que hay en El Palmar, a lo que ha llegado, este no es El Palmar en el que yo me crié».
Critica la actual gestión sobre la comarca. «Lo están transformando como si fuera un barrio bajuno, hay sitios en El Palmar que son para dar de comer aparte».
«De la torre para Barbate, todo aquello es de vergüenza hombre, en El Palmar no dejan construir una casa como Dios manda, pero sí deja construir porquerías nada más. He vivido toda mi vida en El Palmar, a mis 76 años sigo en El Palmar, yo comprendo que todo el mundo se tiene que buscar la vida, pero la forma actual no».
Los jóvenes, amantes de un enclave único
Las palabras de Manuela distan de la opinión de los jóvenes, fieles defensores del tipo de turismo en el que está basado El Palmar, chiringuitos y locales de restauración, muchos de ellos sin las licencias oportunas.
Para Susana«el ambiente que se forma no lo tiene ningún sitio», y «me encanta el paseito que hay con tantos bares seguidos», aunque si se tuviera que quedar con un único elemento de la región, sin lugar a dudas sería «la puesta de sol».
Jaime tiene una visión parecida: «Yo creo que está bien en general. Hay sitios para salir más de fiesta hasta las 6 de la mañana (se refiere a la famosa discoteca de El Palmar) y hay chiringuitos a pie de playa que cierran antes pero hay buen ambiente, hay muchos sitios para alquilar unos días y quedarte allí, aunque no hay mucho aparcamiento».
A Marta lo que «más me gusta es el ambiente y las tiendecillas que hay para comprar y también los bares que hacen conciertos», pero «el ambiente surfero es lo mejor». En el caso de Rocío, lo que más destaca «son los atardeceres que nos regala esa maravillosa playa, el buen ambiente y la diversidad en la hostelería».
Para Rubén lo mejor «es la playa y las puestas de sol», pero piensa que «antes era un sitio distinto, la gente iba porque le gusta mas la naturaleza y ahora para ir tiene que saber montar en skate (se refiere a las numerosas escuelas de este deporte que hay en El Palmar) y ahora es un foco de fotos y antes era un foco ce naturaleza».
Las viviendas ilegales en El Palmar
Los 99 colonos de El Palmar fueron asentándose en la región y poco a poco fueron poblando la comarca. Los terrenos se fueron heredando por sus descendientes, y muchos de ellos decidieron vender las parcelas. Con el objetivo de hacer negocio ante el desembarco de ciudadanos británicos, alemanes y belgas principalmente, se comenzó a vender terrenos rurales a precio de suelo urbano para el levantamiento de nuevas viviendas y negocios, muchos de ellos sin licencias.
El negocio de las parcelas en El Palmar se descontroló y los terrenos se dividían de manera ilegal en parcelas más pequeñas para levantar nuevas casas con el fin de sacar un mayor rédito económico, ya que en la actualidad se oferta una semana en julio o agosto por un precio no inferior a los mil euros.
Debido al crecimiento del número de viviendas, el Ayuntamiento de Vejer aprobó en el año 2010 un Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) para regularizar 1.600 viviendas con la idea de que los nativos de la región pudieran tener sus viviendas y sus terrenos completamente legal, aunque la llegada del Partido Popular y José Ortiz a la alcaldía paralizaron el proceso.
Esta primavera, muchos vecinos de El Palmar recibieron una notificación en el que les anunciaba que la parcela en la que vivían sería precintada y el 5 de abril comenzaban a actuar en más de un centenar de casas la Guardia Civil, la Policía Nacional, el Seprona, inspectores de ordenación del territorio urbano y técnicos medioambientales.
Semanas atrás, el presidente de la Asociación de Vecinos de El Palmar, Manolo Borrego, afirmaba en La Voz que «la situación ha llegado a ser caótica, no hay Ordenación y la gente no se amarra de pies y manos, siguen su curso. No hay interés para arreglar un problema que era evidente».
«El anterior alcalde dejó un Plan (El PGOU del año 2010) que ahora mismo está tirado a la basura, un Plan que costó un millón de euros», aseguraba.
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