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Sin dolores en La Muela

El hotel Sindhura cumple 20 años de vida siendo un refugio de paz con Ana y Alejandro, sus propietarios, cuidando todos los detalles

Ana y Alejandro, propietarios del hotel Sindhura la voz
José María Vilches

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«Adéntrate en el oasis de serenidad en el hotel Sindhura, donde no solo encontrarás habitaciones, sino un refugio de paz, tranquilidad y relajación. Así pues, sumérgete en el turismo slow y descubre una experiencia única. ¡Bienvenido a tu escapada perfecta al hotel en Vejer de la Frontera!». No mienten en la página web del hotel Sindhura, que en este 2024 ha cumplido 20 años de vida, de historias con una misma sinopsis, el éxito en la búsqueda de la relajación, y la misma protagonista: la paz interior.

No hay dolores en La Muela si se visita este pionero establecimiento rural en los amplios tentáculos de Vejer, en la zona de Patría. No hay dolores en La Muela si se busca tener al alcance de las manos la armonía, el tan necesario descanso del cuerpo y la mente. Y si no importa tener que tirar de coche para hacer cualquier compra o si se opta por no deleitarse en el maravilloso restaurante que se ofrece en el hotel y salir fuera a comer o cenar.

Y es que la terraza de Sindhura se extiende más allá del hotel, ofreciendo una experiencia culinaria excepcional tanto para los huéspedes como para los visitantes de la mano de Mohamed y su mujer. Un restaurante con comida árabe y de la zona que sacia a los paladares más exigentes. Y si hay que hacerle unos espaguetis a los pequeños de la familia, pues se hacen y además con el sabroso ingrediente extra del amor.

La historia comienza hace 20 años. Alejandro, que es de Jerez, y Ana, que había estado en varias partes del mundo, viven en Sevilla. Él trabajaba en un banco y ella manejaba una editorial de budismo y una galería de arte.

Observan por los espejos retrovisores de la vida. «Un día sentados a una mesa tomando un vino le pregunté a Alejandro: ¿Por qué no hacemos un hotel?», recuerda ella. «Yo estaba harto de tener que engañar a los clientes del banco», confiesa él sacando a la palestra la parte que más detestaba de su antiguo trabajo, bien remunerado y con un horario, de lunes a viernes, de ocho a tres. «La idea fue hacer un proyecto juntos. Poco a poco va confluyendo todo, con señales para ir hacia adelante...», dice Alejandro.

¿Cómo llegan a La Muela? «En fines de semana que teníamos libre veníamos por esta zona, que nos había llamado la atención de siempre, buscando un emplazamiento ideal», apunta él. «Originalmente yo hace más de 20 años tuve un sueño con ese sitio, lo vi claro, claro, como lo estoy viendo ahora», resalta ella.

«Empezamos por Bolonia, era el sitio que más nos llamaba la atención, pero era imposible construir. Estuvimos por El Palmar... Y un día un amigo nuestro, que era el director del Parque de la Breña en aquel momento, nos habló de esta zona, La Muela, Patría...», explica Alejandro con los ojos buscando, encontrando, la mirada cómplice de su mujer.

¿Cómo surge el sitio en concreto? «Por la carretera vi en ese punto un arco iris y en budismo eso es muy auspicioso. Llegamos, vimos el terreno, dijimos vamos a preguntar de quién es... y en la primera puerta a la que llamamos nos abrió una mujer. Orgullosa nos dijo que era la dueña de esa tierra. Le preguntamos si la quería vender y nos respondió: ¿Por qué no?», relata Ana.

«Entonces no había nada por aquí, sólo las parcelas de los hermanos. Cuando supimos que podríamos construir, no lo pensamos dos veces y compramos el terreno. Pero no fue fácil. Hasta que tuvimos la licencia pasaron cuatro años y medio, fue todo una odisea. La Junta decía una cosa, el Ayuntamiento decía otra... Cuatro años y medio de gastos, de proyecto, de rehacer, de cambiar, de viajes... fue muy duro», señala Alejandro frunciendo el ceño.

«Luego, sólo tardamos un año en levantar el hotel. Es un negocio familiar y poco a poco vamos cuidando más detalles. Cuando llegamos tuvimos que poner el agua y la luz en toda la zona, no había nada. La ineficacia de la administración local, tuvimos que superar muchos obstáculos», añaden de la mano.

El hotel Sindhura esta construido con el estilo clásico de los cortijos andaluces, tiene dos patios rodeados de doce habitaciones y dos exquisitas suites, un confortable e informal salón y una habitación de lectura, además del bar y el reseñado restaurante.

«Cuando abrimos las puertas del hotel, fuimos abriendo también el restaurante, que fue cambiando. Si se te va el cocinero, se te va el restaurante. Llevamos seis o siete años con este tipo de cocina, de carta. Y esperamos que sea ya el definitivo. Estamos encantados con Mohamed y su mujer y también con las camareras de piso, que están con nosotros desde el principio», apuntan Alejandro y Ana sin querer dejar al margen a Lola, una más de esta gran familia que tiene abiertas las puertas de su casa a toda persona que quiera entrar.

«En el budismo creemos en una vida siguiente y cuando perfeccionas la mente, sindhura es una de esas vidas puras», explica Ana sin dar nunca la espalda a sus creencias. «Sindhura tiene dos significados, uno es un polvo saturado y pigmentado que usan las mujeres indias como símbolo del matrimonio y el otro significado, que es por el que le pusimos el nombre, es una Tierra Pura, un paraíso en la religión budista», destaca con mayúsculas Alejandro, con la lección aprendida.

«El momento Sindhura es la pausa perfecta, donde todo está hecho y solo queda respirar y deleitarse con las vistas, las flores, la compañía, y simplemente ser y estar presente», resumen Ana y Alejandro, Alejandro y Ana.

El budismo no sólo se plasma en el nombre del establecimiento o en la fachada. Está muy presente, por dentro y por fuera. De hecho, se organizan cursos con monjes importantes y acuden personas de distintas partes del mundo.

Pronto tocará descansar. Y es que el hotel, la casa que regentan Ana y Alejandro, cierra sus puertas entre noviembre y marzo. Ellos viven en la parte de arriba, más cerca del cielo que de la tierra.

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