TOROS
Víctor Barroso y Álvaro Alarcón salen a hombros en una entretenida novillada en El Puerto
Cada uno con su estilo, con sus particulares bagajes y sus formas, ofrecieron una gran tarde a la concurrencia
Años atrás, las novilladas con caballos arrastraban a la afición y eran festejos imprescindibles en la confección de casi todas las ferias y plazas de temporada. Hogaño, debido al rumbo evolutivo, o involutivo, que ha tomado la fiesta, su anuncio ha quedado en desuso, hasta el punto de convertirse en un episodio novedoso esta novillada con picadores que hoy nos reúne en El Puerto. Jorge Martínez, Álvaro Alarcón, Víctor Barroso, tres novilleros, tres ilusiones, tres palpitantes esperanzas en abandonar pronto la crisálida novilleril y convertirse en matadores de toros y por qué no, algún día, en rutilantes figuras del toreo. Cada uno con su estilo, con sus particulares bagajes y sus formas, ofrecieron una tarde entretenida a la concurrencia en la que entendieron a la perfección las exigencias de un encierro cuajado como el que envió al efecto La Cercada.
Reiterado caso omiso a las capas perpetró el primero de la tarde, en permanente huida de los cites, hasta que Jorge Martínez lo recogió en los medios con ajustados y dominadores lances capoteros. Tras señalarse un leve puyazo y quitar con gusto a la verónica el espada murciano, quedó expedito el animal para tercios sucesivos. En el de muerte, mostró solvencia y calidad el novillero debutante, en series en redondo y al natural en las que el trazo de los muletazos se advertía largo y de mano baja, con remates siempre atrás de la cadera, a los que el utrero de La Cercada respondía con prontitud y franqueza. Circulares y circulares invertidos, ya en terrenos de tablas, constituyeron emotivo preámbulo a una estocada certera. Tras resarcirse de un desarme inicial, Martínez dibujó la verónica con extremado gusto ante el colorado cuarto y galleó después por chicuelinas para llevarlo al caballo. Muleta en mano, se entendió a la perfección con la embestida pastueña y entregada que le regalaba su oponente, un animal de humillado acometer pero carente de la necesaria transmisión para que la faena cobrase mayores brillos. Labor que, por cuyo mismo motivo, fue diluyéndose en el devenir de su transcurso. Cuatro pinchazos y otros tantos golpes de descabello fueron necesarios para despachar al ejemplar.
Con la cara alta y sin apenas recorrido, el segundo de la suelta no dio opciones al lucimiento capotero de Álvaro Alarcón en los lances de recibo. Verificado el tercio de varas y cumplimentado el de banderillas con limpieza y rapidez, el novillero madrileño planteó el trasteo en los medios, donde encadenó una primera tanda de pulcros derechazos que hicieron sonar la música. Aprovechó la embestida boyante y repetidora que la res le ofrecía para dar distancia en los cites y encelarla en la franela en pases profundos y sucesivos. No exento de mansedumbre, pronto perdería el burel sus iniciales y fogosas acometidas. Por lo que Alarcón optó por ayudarse con plasticidad, tanto por alto como por bajo, y cobrar una gran estocada tras errar en un primer intento. El quinto de la suelta, al igual que hicieran sus hermanos, pero de manera más elocuente aún, tendió a salir suelto durante el primer tercio y a marcar querencia, después, en búsqueda, cada vez más descarada, de los adentros. Mal estilo en la embestida mostró además este novillo, con la cara alta y hasta cierta brusquedad en su acometer. Mas no constituyó óbice para que un esforzado y valiente Álvaro Alarcón lo lograra pasar con majeza por ambos pitones y hasta se llegaran a jalear episodios aislados de su entregada función muleteril. Unas floridas luquesinas finales dieron paso a una estocada entera que resultaría fulminante.
Con una larga cambiada y un peligroso desarme recibió Víctor Barroso al bonito castaño que hizo tercero, al que luego veroniqueó, ya erguido, para pararlo de capa. Tras una vara en todo lo alto, que el animal tomó empujando con fuerza, se adornó el novillero local con un airoso quite por chicuelinas de manos bajas y con el remate de una vistosa media. Encastado novillo, que acometió con pujanza y prontitud a la franela recia de Barroso, que lo conducía con presteza y mando en unas series en las que el animal marcaba una clara querencia hacia los adentros y con intermitentes conatos de huida. Por lo que hubo de ser en los medios donde la lid resultara más favorable, terrenos en los que armó Barroso las tandas más conjuntadas de una labor que rubricaría con una buena ejecución del volapié. Al que cerraba plaza, otro colorado de apreciable cuajo, logró el lucimiento capotero con un luminoso galleo y con una media que dejó al burel en milimétrica jurisdicción del picador. Repertorio que culminaría con un quite por delantales y otra media de broche. Suavidad y cierta humillación ofrecía la noble embestida del astado, lo que propició que el portuense brillara con unos sentidos muletazos iniciales que el respetable correspondió con unísonos olés. A partir de ahí, el novillo fue perdiendo motor, por lo que el trasteo tuvo que circunscribirse al encimismo y al derroche indisimulado de entusiasmo y de ganas de agradar. Unas manoletinas de escalofriante ceñimiento configuraron el estoico preliminar de otra gran estocada.
FICHA: Se lidiaron seis utreros de La Cercada, bien presentados, nobles y con tendencia a rajarse.
Jorge Martínez, de nazareno y oro. Oreja y ovación.
Álvaro Alarcón, de corinto y oro. Oreja y oreja.
Víctor Barroso, de grana y oro. Oreja y dos orejas.
Plaza de toros de El Puerto. Un cuarto de entrada en tarde-noche agradable.