Toros

Puerta Grande para un arrollador Roca Rey en una gran tarde de toros en la que Morante meció la verónica y Ginés cortó una oreja en El Puerto

Casi lleno en los tendidos y un gran ambiente taurino en El Puerto que vivió su tercera tarde-noche de toros con una corrida que respondió plenamente a las expectativas en ella depositadas

Corrida para la historia de El Puerto de Santa María: Morante y Ginés sueñan el toreo, Roca Rey sale a hombros

Toros en El Puerto
Toros en El Puerto P.Martín
Pepe Reyes

Pepe Reyes

El Puerto

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Con casi lleno en los tendidos y un gran ambiente taurino, El Puerto de Santa María vivió su tercera tarde-noche de toros con una corrida que respondió plenamente a las expectativas en ella depositadas. Al reclamo del rematado cartel, en el que alternaban las dos máximas figuras de la tauromaquia actual: Morante de la Puebla, monarca del toreo e ídolo del aficionado, y Roca Rey, torero arrollador que mueve masas y agota localidades, se congregó un verdadero contingente que desbordaba avidez de disfrutar del buen toreo. A los que se unía el joven Ginés Marín, cuyas sobradas cualidades también dejaría patente a lo largo del festejo. En el que se lidió una corrida de correcta aunque desigual presentación de Núñez del Cuvillo que, salvo el lote del Morante, derrochó la nobleza y la movilidad suficientes para estar a gusto con ellos. Sin constituir ningún dechado de bravura, las reses asidonenses mostraron la casta justa para soportar las exigencias de la lidia y regalar las embestidas suficientes para el lucimiento de los toreros.

De entre ellos, Roca Rey se erigió en el máximo triunfador, con el corte de tres apéndices y la salida a hombros entre vítores de multitudes. Su primer enemigo derrochó suma nobleza y una embestida humillada y repetidora, lo que fue aprovechado por el peruano para desplegar cadencia en los lances de recibo y quitar después con la espectacularidad de chicuelinas y tafalleras, abrochadas con airosa revolera. Muleta en mano, planteó la lid en los medios, con series en redondo compuestas por derechazos largos y ligados. Fue un toro de muy boyante condición, cuyo exquisito acometer, también por el pitón izquierdo, permitiría a Roca Rey el despliegue franco del toreo al natural. Si bien, muchos de sus naturales pecaron de exceso de rapidez y de cites al hilo del pitón. Pero lo que terminó de encandilar al respetable fue el ensayo de su repertorio encimista en las postrimerías de la faena, cuando su oponente ya menguó su brío y gran parte de su movilidad: circulares, circulares invertidos entre pitones, cites inverosímiles por la espalda, desplantes...un repertorio que a gran parte del público entusiasma y enaltece. El premio consistió sólo en una oreja porque la estocada, algo tendida, necesitó un golpe de descabello. No ocurriría así en el quinto, a pesar de que en esta ocasión el espadazo del peruano adoleciera de una colocación atravesada, desprendida y trasera, que también requirió del golpe de verduguillo. Aunque en este caso, la petición popular fue tan unánime, tan sonora, tan pertinaz, tan vehemente, que el magnánimo pañuelo presidencial asomó rendido al poderoso reclamo. Este quinto de la suelta, anovillado ejemplar, también acometió con humillación y encendida repetición al capote del americano y, mientras duró, permitió a éste una nueva muestra de su entrega y valentía con un inicio de trasteo de rodillas, en cuya posición llegó a completar una serie completa de pases, entre los que sobrecogió uno cambiado por la espalda de ceñimiento escalofriante. El toreo fundamental estuvo nutrido de muletazos, a diestra y siniestra, en una sucesión de tandas encadenadas, hasta que el toro empezó a perder profundidad y prontitud en sus embestidas. Y una vez que éste quedara casi inmóvil, impertérrito a los cites, la circunstancia se tornaba propicia para proceder al postrero arrimón de cercanías, tan bien recibido y jaleado por el respetable.

Como ya adquiere carácter de ominosa tradición, el peor lote del encierro fue a parar a manos de Morante de la Puebla. Su primer oponente era un castaño cargado de kilos, cuya palpable obesidad le generaba problemas de locomoción, amén de su falta de interés en perseguir los engaños. Al abrirse de muleta el sevillano con ceñidísimos pases por alto, ya se advirtió que el toro apretaba mucho hacia los adentros y acudía con aspereza y sin humillación por el pitón derecho. Morante estampó varios pases naturales, cuajados de cadencia, reunión y hondura, salpicados con gráciles adornos, que provocaron el olé unánime en los tendidos. Pero el de Cuvillo tenía opacadas la bravura y el brío. Un pinchazo hondo y un descabello pusieron fin a su labor. Con la salida del cuarto de la tarde se vivió en la Plaza Real un auténtico homenaje a la verónica, tanto en el bello ramillete de ellas con los que el de la Puebla lo recibió, como con las ceñidas, armoniosas, lentísimas, con que dibujara luego un quite de ensueño. Y cuando todo parecía confluir para algo grande, el toro lo volvió a descomponer. Éste empezó a perder fuelle de manera inopinada, a quedarse corto y a embestir con incómodo rebrinco. Ante tales circunstancias, y aunque resultara baldío el denodado esfuerzo de Morante para obtener brillo en su faena, tras una buena estocada le fue concedida una oreja por petición unánime del respetable.

Completaba cartel el joven extremeño Ginés Marín, que se mostró muy dispuesto durante toda la tarde y que ya dejó su tarjeta de presentación en un quite por vistosas chicuelinas a su primer enemigo. Lo más destacado de su labor consistió en sendos comienzos de faenas, con eficaces y plásticos preludios muleteriles, en los que derrochó mando y torería desde su genuflexa posición. Frente al tercero, ejemplar de dócil movilidad y de pronta acometida, realizó un trasteo pulcro por ambos pitones en los que tiraba de la res en cada pase y los remataba detrás de la cadera, destacando algunos pasajes de gran estética y profundidad. Actuación entregada y, por momentos, inspirada, que abrocharía con circulares y cambios de mano, antes de cobrar una estocada atravesada y trasera. Con el animal que cerraba plaza se gustó Ginés Marín en un variado y vistoso saludo capotero. Pero en el transcurrir de la lidia este toro tornaría su boyantía inicial en una embestida sosa y rebrincada, que no permitió abundar en plasticidades al extremeño. Por lo que éste hubo de recurrir a los pases por alto, a los cites cercanos y al alarde de valor. Un pinchazo, un pinchazo hondo y un descabello pusieron fin al lucido festejo.

Ficha

Se lidiaron seis ejemplares de Núñez del Cuvillo, desiguales de presencia, nobles y, salvo el lote de Morante, con la casta justa para las exigencias de la lidia.

Morante de La Puebla, de corinto e hilo blanco. Ovación y oreja.

Roca Rey, de tabaco y oro. Oreja y dos orejas.

Ginés Marín, de verde y oro. Oreja tras aviso y ovación.

Plaza de toro de El Puerto. Casi lleno en tarde agradable.

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