PROVINCIA
El pasado jesuita de El Puerto
La céntrica calle Luna fue el epicentro de actividad de la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola
Por las calles de El Puerto de Santa María, como por las de cualquier ciudad del país, aún quedan vestigios de épocas pasadas. Quedan calles que guardan un pretérito que desvelan secretos de nuestra realidad. Y la presencia de la Compañía de Jesús fue clave en la historia portuense del S. XVIII.
La Calle Luna no siempre fue conocida así, también fue conocida como calle Compañía o de los Jesuitas. Ese nombre provenía de uno de los edificios más destacados, por no decir que más destaca, de la propia calle. Si uno se fija en la esquina con la calle Pedro Muñoz Seca, su vista irá directa hacia un edificio considerablemente más vasto e inmenso respecto a los de su alrededor, coronado con una gran espléndida torre de tope octogonal y con una barandilla perimetral, actualmente en un triste mal estado. Esa torre es la última huella visible del que en su momento fue el colegio de San Francisco Javier, el primer colegio que fundaron los jesuitas en El Puerto de Santa María.
Según el historiador Manuel Pacheco Albalate, en 1719 el reducido número de compañeros de Jesús y seguidores de San Ignacio de Loyola que vivían en El Puerto, abandonaron su primera ubicación, situado cerca del convento del Espíritu Santo y se trasladaron a un conjunto de casas delimitadas por las calles Nevería (conocida también como Pedro Muñoz Seca), Luna y Placilla. En esta casa fue donde instalaron una pequeña capilla u oratorio de manera temporal, con la idea futura de levantar allí su colegio, bajo el patrocinio divino de San Francisco Javier.
Se tendría que esperar hasta 1730, poco después de la incorporación de El Puerto a la jurisdicción de realengo, para obtener del Supremo Consejo de Castilla la autorización deseada, ya que debido a la oposición de los Duques de Medinaceli no se pudo empezar antes. Las obras del colegio dieron comienzo en 1732 y poco después se empezaron a impartir las clases en las primeras habitaciones acomodadas. Según algunos escritos, hasta 700 jóvenes iban a recibir clases en 1964.
Tristemente para los jesuitas, la obra nunca pudo terminarse, ya que dos años después, en 1766, ocurrió el Motín de Esquilache y fueron acusados de ser los planificadores de la revuelta popular. Lo que haría que un año después, en 1767, Carlos III firmara el decreto de expulsión de los Jesuitas y los seis ignacianos alojados en el colegio de La Torre se vieron inevitablemente destinados al destierro.
Igualmente, el colegio pasó de manos y se mantuvo como centro docente hasta 1838. En 1845 fue levantado el Teatro Principal, una de las grandes insignias portuenses durante más de un siglo. Cuando un infausto incendio destruyó el teatro en 1984, se pudo ver, una vez cesó el fuego, detrás del escenario los arranques de lo que se pretendió fuera iglesia en su momento.
Los jesuitas en El Puerto
Según Pacheco Albalate, con la orden de expulsión, el colectivo de las clases altas locales se encontró con el dilema de en qué lado situarse. Habían sido gran apoyo y fervientes defensores de la presencia de la Compañía desde sus primeros andares por El Puerto, pero en aquel momento era la parte perseguida, perdedora, la enemiga del gobierno del Despotismo Ilustrado español, lo que les dejaba como unos traidores a ojos del pueblo. Así que, los comerciantes consideraron que nunca, y menos en aquellos momentos, iba a ser beneficioso para sus intereses situarse frente al poder establecido, así que procuraron pasar desapercibidos e ignorar a los ignacianos.
Otro destacado edificio jesuita en la historia portuense fue el Hospicio de Misioneros a Indias de la Compañía de Jesús, erigido en 1735. Fue construido con la finalidad de servir de albergue para los religiosos católicos, tanto españoles como procedentes de diversos países europeos, en tránsito hacia tierras de misiones. Se encontraba en la manzana que en la actualidad ocupan los bloques de viviendas anexos a la plaza de las Bodegas, así que si uno quiere encontrarlo, se va a dar de bruces con la desdichada noticia de que llega muchos años tarde. En 1908 su propietario decidió demolerlo y edificar en su lugar un cuartel para carabineros de infantería y caballería, y cuarenta años después, en la década de los cincuenta, fue sustituido por las viviendas sociales allí existentes.
Una vez se consumó la expulsión de ignacianos de España, según Pacheco Albalate, siguió con la llegada de los miembros de Indias, y lo continuó manteniendo con los Jesuitas ya fuera de la ciudad. El hospicio, que se iba deteriorando rápidamente ante la falta de atención que se le prestaba, fue, aparte de centro para clases de latinidad y primeras letras, nuevamente hospicio de Indias para franciscanos, agustinos y dominicos, y por si fuera poco, para colmo de la hispanidad, fue hospital de la Armada francesa durante la ocupación napoleónica.