SEMANA SANTA EL PUERTO
Palmas por San Marcos y azotes por San Joaquín
Medio siglo después, San Marcos y El Carmen se reencontraron con el cielo de siempre, ese azul que bendice a la Borriquita cada Domingo de Ramos. La Flagelación, por su parte, volvió a latir con la fuerza de una devoción que no se rinde

San Marcos y El Carmen se reencontraron con ese cielo azul, limpio y puro que acostumbraba a ser el fiel compañero del Domingo de Ramos, cuando ni las nubes se atrevían a aproximarse al Castillo de San Marcos, por respeto a una procesión que, aún hoy, conserva la magia de tiempos que parecen lejanos. Recuerdos de aquellas mañanas en que la Borriquita era el alma de la jornada, apenas saliendo del lateral, desde el patio, y a ruedas. Eso ocurrió hace medio siglo. Medio siglo en el que un sueño sembrado en San Luis Gonzaga se ha convertido en una cofradía robusta, con raíces profundas, que hoy respira historia, pero también futuro. Mucho futuro.
El día fue primaveral, con una temperatura agradable, sin lluvia y sin los miedos del año pasado, cuando la amenaza de lluvia cubrió de lamento y sufrimiento a todos los que esperaban con ansias el paso de la Borriquita. Y, para alegría de todos, la procesión se reencontró con ese cielo celeste, el mismo color de su capa, que parecía haber sido reservado solo para el momento. Un cielo que, de alguna manera, abrazó a la cofradía, como un testigo fiel de su evolución.
Hoy, la Borriquita se erige orgullosa con mando en plaza, ocupa un espacio grande, como su corazón, y la parroquia de San Marcos ha abrazado a su cofradía con todo el fervor de quien sabe que lo que se hace allí no es solo devoción, sino una labor que trasciende lo terrenal. No es solo la imagen la que da calor; también lo hacen los gestos callados, esos que se hacen en la sombra, como la Cáritas Parroquial, esa red de apoyo que tiende la mano a quienes más lo necesitan. Porque en San Marcos, cada gesto tiene un alma cristiana, y cada esfuerzo se convierte en hermandad.
Que llueva, que truene, que el viento ruja. Nada, absolutamente nada, puede empañar lo que se gesta durante los 364 días del año en esa parroquia, que se alza como faro de luz y calor en El Puerto.
La Hermandad, que nació como una cofradía de barrio, ha crecido hasta convertirse en una cofradía madura, con una personalidad que, lejos de perderse, se reafirma con el paso de los años. Siempre ha tenido, y tendrá, una destacada presencia de niños y jóvenes que dan vida a la procesión y la llenan de alegría, colores y risas. Porque en cada uno de ellos se ve la promesa de un futuro cofrade que sabe que la tradición no es un peso, sino una bendición.
El Moreno de San Marcos, símbolo de esos Domingos de Ramos de antaño, sigue siendo un faro que ilumina no solo a la Borriquita, sino a todos los que viven el fervor y la emoción del momento. El ayer, nostálgico, se convierte en un presente vibrante, que late con fuerza y emoción.
Y si de futuro se habla, la Hermandad ha anunciado con orgullo la obtención de la financiación necesaria para que, en la salida procesional de 2026, el paso de misterio luzca su frontal completamente dorado. Un dorado que brillará como un sol sobre El Puerto, marcando no solo la riqueza de la tradición, sino también el esplendor de la fe viva. Además, se invita a todos los hermanos a sumarse al nuevo proyecto de bordado, un nuevo reto que nace con el espíritu de renovación y la ilusión de quienes no dejan de soñar.
La A.M. San Juan de Jerez, la última trabajadera del Misterio, sigue fiel a su cita con la cofradía, un año más acompañó al Moreno de San Marcos con unos sones tan característicos como idílicos. El compromiso con el Misterio se mantiene firme, como el lazo invisible que une a las cofradías con las agrupaciones musicales, en un lazo de hermandad que crece con el tiempo.
Y tras el paso, el palio. Bajo los sones de la Asociación Cultural San José Artesano de San Fernando, se deja sentir el pulso de la devoción, el latido del amor que cada uno de los presentes lleva en su corazón.
La Semana Santa se vive en la emoción, en la fe, en los detalles que se esconden entre las sombras de la noche y los destellos del sol. Así es la hermandad. Así es el alma de San Marcos.
Estrenos para este año: policromado de los cuatro ángeles de las esquinas realizado por el imaginero portuense Ángel Pantoja. Nueva palmera realizada por Francisco Javier de la Rosa.
La Flagelación volvió a latir en San Joaquín
La Hermandad de la Flagelación volvió a las calles, quitándose la espina clavada del año anterior, cuando, tras la amenaza de lluvia, la procesión tuvo que suspenderse. Este año, sin embargo, todo fueron alegrías, rezos y llantos, pero de emoción, por ver de nuevo a San Joaquín en su Estación de Penitencia. En una jornada cargada de fervor, la cofradía de San Joaquín, con su histórica imagen del Cristo atado a la columna, se reencontró con su gente, reafirmando su identidad como la más clásica y añeja de El Puerto.
La sobriedad y el clasicismo se fusionaron con la renovación. El paso de misterio desfiló este año al son de la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo de la Sangre, de la Hermandad de San Benito, de Sevilla, una nueva incorporación que aportó una sonoridad fuerte, acorde con el carácter de la cofradía.
Por su parte, la Banda de Música Nuestra Señora Madre de la Consolación, de Huelva, se encargó de dar vida al palio de María Santísima de la Amargura, mientras la Virgen estrenaba una nueva toca de sobremanto, obra de los talleres de la Hermandad bajo la dirección de Alberto Florido.
También lució un nuevo puñal, realizado en el taller de orfebrería de José Ismael.
El Señor de la Flagelación brilló con nuevas potencias, ejecutadas por el orfebre Miguel Ángel Cuadros, de San Fernando, que aportaron más peso visual a una imagen cargada de simbología y devoción.
Además, la cofradía de San Joaquín dio un paso importante hacia el futuro con la culminación de la primera fase de remodelación de su Casa de Hermandad, un proyecto que refleja el espíritu de renovación sin perder la esencia de lo tradicional.
Este año, la Flagelación volvió a latir con fuerza en el corazón de la Semana Santa portuense, combinando la emoción intacta de la tradición con una mirada firme hacia el futuro. San Joaquín salió de nuevo a la calle y, en cada zancada, reafirmó su esencia y su elegancia serena, demostrando que el tiempo no desgasta la fe, sino que la hace más honda, más cierta.