EL PUERTO
La historia del Hospital San Juan de Dios, el próximo edificio en ser rehabilitado
La Junta de Gobierno Local aprobó la licitación de la contratación de las obras para ejecutar la rehabilitación de la primera fase del Hospital San Juan de Dios, un edificio con más de tres siglos de historia
El alcalde de El Puerto, Germán Beardo, anunció a finales de agosto que la Junta de Gobierno Local aprobó la licitación de la contratación de las obras para ejecutar la rehabilitación de la primera fase del Hospital San Juan de Dios. El último trámite para que la ciudad pueda recuperar este edificio municipal de gran valor y significación histórica y urbanística que en 2024 iniciará su reconstrucción, para volver a convertir este edificio del centro, entre avenida de Bajamar y Micaela Aramburu, emblemático donde los haya, en un centro multifuncional capaz de albergar instalaciones de carácter formativo, cultural y social.
Para remontarnos a los orígenes de la construcción conocida hoy como Hospital de San Juan de Dios, tendríamos que llegar a la cesión del propio solar por parte del Duque de Medinaceli a los hermanos de la Santa Caridad frente a la aduana y el río Guadalete en 1679. Los terrenos serían escenario de labores hospitalarias y de albergue de la Hermandad. Hay que esperar hasta el año 1700 para que finalicen las obras de la capilla, claustro, escalera y algunas dependencias. A partir de las siguientes décadas el conjunto se va ampliando gracias a las donaciones de benefactores de la zona.
El edificio es de propiedad municipal desde 1822, que mediante decreto fue traspasado a la Junta de Beneficencia local. Tras la Desamortización de Mendizábal en 1836, los hermanos de la Caridad son despedidos y sustituidos por personal sanitario laico. Acto seguido, se fusionaron los cuatro hospitales de portuenses en uno solo, el que nos acontece. Al acoger enfermos procedentes del de San Juan de Dios pasa a denominarse así y desde 1847, 'Hospital General'. A partir de esta fecha se hacen cargo de él las Hijas de la Caridad.
Una vez se llega al Siglo XX, toma protagonismo el nombre de Micaela de Aramburu, quien se encarga de la reconstrucción y modernización en 1916, todo a raíz del continuo deterioro que había sufrido durante casi un siglo. Todas estas reformas se vislumbraron en las fachadas oriental y occidental, al zaguán de acceso, azulejería del patio interior, escaleras y nuevas salas para enfermos. Dedicada tiene una placa en la fachada que reza: «La inagotable caridad de la ilustre bienhechora gaditana, excelentísima señora Doña Micaela Aramburu de Moreno de Mora».
Tras la reapertura, las Hijas de la Caridad volverán a regentarlo hasta 1977. Por otro lado, la Hermandad de los Afligidos tomó como sede la capilla en el año 55 de ese siglo mediante una cesión por parte del Ayuntamiento.. En el último cuarto de siglo fue asimismo sede de varias áreas municipales y cedido al Servicio Andaluz de Salud para albergar el Centro Periférico de Especialidades. Pero el paupérrimo estado decrépito de este antiguo hospital fue una traba mayor para mantenerse abierto y acabó por cerrarse. Desde 1999 sólo se permite el acceso a la iglesia, abierta al culto público.
En la actualidad luce con soberana tristeza, abandonado por el tiempo y con lustre lúgubre de esplendor agrisado que tienen los edificios de La Habana. La pared con la pintura desconchada genera un aspecto de suciedad horrendo, una fachada que augura que su interior no es más que un polvorín dieciochesco que no encuentra manera de hallar brillo, un cartel de la Junta de Andalucía acumula un polvo que solo el levante o la lluvia limpia, y las verjas de la ventana a día de hoy son un espacio para carteles, ya no protegen a ningún enfermo dentro, el paciente es ahora el edificio, que por suerte parece haber hallado una cura.
Sobre la puerta que luce el nombre del histórico hospital hay balcón que parece que se sostiene en una cuerda floja flojísima, vive con el vértigo sabiendo que caerá. La ventana que da a ese balcón lleva abierta varios años, invitando a gaviotas, palomas y gorriones a que entren buscan bichos para comer, pero sobretodo a lo que invita es a la oscuridad. Dentro está su característico patio que ya no pisa nadie, con sus azulejos y escaleras ajados por el paso de los años. Arriba triunfaba la campana, sonando cada tantos, ya hace tiempo que no se menea y la próxima vez que se le oiga quizá sea cuando regale un estruendo de metal dolido cuando caiga agotada en el pavimento.
Pero aún en su fachada oriental, la levantada en la calle Micaela Aramburu, se aprecia la portada de su capilla, la parte más pulcra y cuidada del edificio, aún en pie y para nada arrinconada en el ostracismo del recuerdo. De la construcción originaria se conserva su portada, adintelada, de doble cuerpo, con molduras, decoración y el anagrama de la hermandad de la Santa Caridad, fundadora y propietaria originaria.