Toros
Gran faena de Daniel Luque que acaba en durísima cogida
El toro cambió el viaje en el último instante y lo zarandeó de pitón a pitón en espeluznantes segundos de angustia
Sangre y honor de Daniel Luque frente a la bravura indómita de Montalvo
La noche ya cubría de azabache el cielo portuense cuando la sombra inesperada de la tragedia sobrevoló, gélida, la dorada moneda del ruedo iluminado. Citaba confiado Daniel Luque en la media distancia para dibujar su primer pase natural, pero el toro cambió el viaje en el último instante y lo zarandeó de pitón a pitón en espeluznantes segundos de angustia. El parte médico no dejaría dudas de la gravedad de la cogida: «rotura de pared abdominal con escapada de asas intestinales». Dramático episodio que vino a cortar brusca, secamente, la explosión de toreo desmayado, armónico, sutil, con que Daniel Luque abrochaba el festejo en su último toro. Había iniciado la faena con bellísimos, mandones, pases por bajo, desbordantes de plasticidad, para proseguir con unos derechazos acompasados, armónicos, cadenciosos. El toro se arrancaba con pujanza y su embestida boyante transmitía la emoción suficiente para que la obra del sevillano adquiriera indiscutible importancia. Pero el toro no se picó. Había derribado a la cabalgadura en su único encontronazo con ésta, sin dar tiempo a puyazo alguno, y se cambió el tercio errónea y antirreglamentariamente a instancias del matador. A los toros hay que picarlos. Primero, porque es suerte primordial para comprobar la bravura. Segundo, porque los toros deben sangrar y ahormarse para el último tercio. También se quedó casi sin picar el primer toro de Luque, animal que tendía a salir suelto pero permitió que el sevillano se luciera con los lances de capa y en un bonito quite por tijerillas. Mucha nobleza y escaso motor evidenciaba este ejemplar de Montalvo, con el que Luque hubo de iniciar el trasteo a media altura, para dibujar después estéticos naturales en cuajadas series con la mano izquierda. Pero el animal, afligido, cada vez acometía con menor interés y recorrido. Hasta el punto de pararse completamente antes de que el sevillano le recetara una buena estocada al volapié, que le valdría un trofeo.
Se estiró a la verónica Sebastián Castella mientras ganaba terreno en cada lance a un ejemplar que acometió con fijeza y humillación ya de salida. Con el señalamiento simulado de una vara quedó el toro con brío suficiente para que el francés plasmara tandas de ligados derechazos y sobrios naturales que conectaron de inmediato con los tendidos. Manoletinas, pases por bajo y de pecho pusieron fin a una actuación de pulcra, ortodoxa ejecución pero carente de honduras y ceñimientos. Un pinchazo y una estocada trasera le sirvieron para cortar una oreja. Tampoco tuvo fortuna en el uso del estoque con el quinto, con el que se le fue la mano y la espada cayó muy baja y atravesada. Fue éste un toro que se quedaba muy corto en los lances capoteros, se dolió cual manso en banderillas y en el último tercio empezó a escarbar y a rebrincarse cuando embestía. Castella aguantó tarascadas con firmeza, bajó la mano e hizo sonar la música con muletazos de mucha importancia, que el animal tomaba con genio e inicial humillación. Toro de cambiante comportamiento con el que Castella realizó un encomiable esfuerzo para extraer el máximo partido.
El encierro de Montalvo, de irreprochable presentación, estuvo marcado por una general mansedumbre aunque con reacciones disonantes y contradictorias. Los más boyantes fueron segundo, tercero y sexto, encastado aunque manso el quinto, y desrazados e imposibles para cualquier atisbo de lucimiento, primero y cuarto. Justo el lote de Diego Urdiales, a quien parece perseguirle un infortunio contumaz y desesperante en los sorteos. Se presentaba el riojano en El Puerto con un toro que repitió su embestida con intensidad pero sin desplazarse, con el que logró el lucimiento en algunas verónicas por el pitón derecho, pues por el izquierdo se vencía con peligro. Tras una costosa puesta en suerte ante el picador, el toro quedó distraído, con tendencia a salir suelto y propiciando una lidia laboriosa y dilatada. El último tercio consistió en un intento denodado de Urdiales para sujetarlo en la muleta y paliar tanta aspereza y tantos cabezazos de la desabrida, mansa res. Tras dos pinchazos, ejecutó con mucha verdad y exposición una rotunda suerte del volapié. Gran estocada que también recetaría al cuarto, otro animal de embestida corta, sin entrega alguna ni humillación en sus acometidas. Cuando fue centrado por Diego Urdiales en la muleta, el de Montalvo empezó a derrotar con violencia a la salida de las suertes, a tardear y a quedarse desesperadamente corto en su trayectoria. Otro manso que acabó escarbando y rehusando la pelea. Unos pases aislados y unos torerísimos doblones por bajo a este ejemplar, constituyeron el único apunte de su particular aroma clásico que pudo expresar el riojano.