EL PUERTO

Los días de Pepe Botella en la Ciudad de los Cien Palacios

José I Bonaparte se alojó durante diez días en El Puerto de Santa María durante el comienzo del asedio a Cádiz

Casa-palacio del marqués de Villarreal y Purullena, donde se alojó José I J.Z

Juan Zaldívar

El Puerto

El 16 de febrero de 1810, alrededor del mediodía, llega a la Ciudad de los Cien Palacios un convoy de carruajes. En uno de esos carruajes viaja la razón de sí de esta caravana, José Bonaparte.

José I llega a una Calle Larga llena de vistosas colgaduras en señal de bienvenida, las autoridades locales— que llevan una decena de días bajo dominio francés—- estaban ansiosas de su llegada y rinden al monarca los máximos honores en cuanto pisa adoquín. Una noble familia de comerciantes de frutas a Nueva España, apellidados Ortuño Ramírez, ya tienen preparado el alojamiento desde que se anunció la visita del conocido como Pepe Botella. Conforme a la alta nobleza del visitante, el inmueble elegido para ello es uno de los mejores de la población, la residencia real queda establecida en la casa-palacio del marqués de Villarreal y Purullena, localizado en la Calle Cruces.

Durante poco más de dos años, unos 32 meses, El Puerto se convierte por intereses estratégicos en el Cuartel General del I Cuerpo Imperial de los franceses, tiempo éste en que duró el asedio a Cádiz. Casi con la vanguardia del ejército galo, que mandaba el general Darricau, llegó el propio rey José I Bonaparte, apodado por el populacho como 'Pepe Botella', y que estuvo en El Puerto de Santa María del 16 al 25 de febrero de 1810 como parte de su conocida travesía por Andalucía.

El periodo de la dominación francesa responde a las circunstancias de la guerra y de una ocupación militar. Toda actividad de la ciudad va a estar sometida a las necesidades del ejército napoleónico. De aquí que no hubiese una resistencia real, ni disturbios y por consiguiente, tampoco hubo represión. Los portuenses, llamados por entonces 'porteños', prefirieron abandonar la ciudad a luchar y morir en una muerte casi segura. Muchos optaron por refugiarse en la Isla de León y en Cádiz y cuyos bienes fueron confiscados en diciembre de 1810. Los Duques de Medinaceli también sufrieron el expolio galo. Tal éxodo acentuó la despoblación de la ciudad, que ya sufría mucho con la reducción del comercio marítimo, muy paralizado desde 1805, con motivo de la guerra contra los ingleses.

En ese preciso momento, en el que llega José I a orillas del Guadalete, El Puerto se convierte en la localidad más militarizada de la zona ya que es la plaza ocupada más próxima a Cádiz en línea recta a través de la bahía.

Los franceses se sentían decepcionados con su incapacidad de tomar Cádiz y la Isla de León, que contaban con unas ventajas naturales que las hacían muy fácil de defender estratégicamente hablando. Ni las invitaciones de rendición ni los constantes abordajes militares surtieron efecto. No obstante, en las fechas de José I en Calle Cruces había fe en romper el enquistamiento gaditano. El propio José I se negaba a darse por vencido, así como le cuenta a su hermano, Napoléon, en una carta el 18 de febrero de 1810 desde nuestra ciudad: «Majestad, parece que Cádiz quiere defenderse; veremos dentro de unos cuantos días lo que hará cuando tengamos algunas baterías montadas».

José Bonaparte se niega a creer en la imposibilidad de la hazaña, y se decide a recorrer personalmente la frontera napoleónica en la Bahía de Cádiz. José I parte hacia Puerto Real y desde la distancia avista la inexpugnabilidad de la Isla de León. Cuando llega al borde del caño de Sancti Petri y contempla la cortadura del Puente Zuazo, siente la desolación de saber que no podrá llevar a cabo la gesta, fue su jarro de agua fría.

Después de múltiples intentos y convencido de que por vía diplomática no iba a conseguir nada positivo para sus intereses, en el momento en el que el sol sale el 25 de febrero de 1810 abandona la ciudad emprendiendo un viaje a través de las sierras gaditanas orientales y la abrupta Serranía de Ronda con destino Málaga.

José I llegó a El Puerto cinco días después de que comenzara el asedio, con intención de ser la puntilla de la bahía, de ser el elemento necesario para, de primera mano, saber cómo subyugar a Cádiz y la Isla de León. Pensaba que su estancia sería más duradera y quién sabe si triunfal. Pero se fue con la angustia de saber que la gesta de tomar Cádiz sería imposible. El 24 de agosto los franceses se marcharon de la ciudad completamente agotados y por el miedo a quedarse aislados.

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