Toros

Daniel Crespo, triunfador de la temporada taurina en El Puerto

En rejones, el joven Guillermo Hermoso de Mendoza se postuló como digno heredero de la excelsa dinastía

Pepe Reyes

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El pasado sábado se ponía fin a la temporada taurina en El Puerto compuesta por cuatro corridas de toros, una novillada y un festejo de rejones, que ha arrojado la elevada cifra de veinticuatro orejas cortadas y ocho puertas grandes. Lo que, sin duda, evidencia que existe una predisposición general al triunfalismo en esta plaza y que el público suele ejercitar su soberana potestad de petición de trofeos con sumo ahínco y vehemencia. Daniel Crespo por partida doble, Pablo Aguado, Roca Rey, El Juli, el novillero Víctor Barroso y los rejoneadores Joao Ribeiro Telles y Guillermo Hermoso de Mendoza constituyen el nutrido elenco de los que atravesaron en triunfo el centenario umbral del coso portuense.

Precisamente, uno de los aspectos más positivos y llamativos del ciclo ha sido la sorprendente irrupción del joven diestro local, Daniel Crespo, quien fue capaz de cortar dos apéndices tanto en su primera comparecencia como en la que sustituía a Morante de la Puebla al día siguiente. De estar largo tiempo sin vestirse de luces y sin apoderado, a erigirse en el máximo triunfador, sin paliativo alguno, de la temporada en El Puerto. Importante, rotunda campanada, que, de existir un mínimo de justicia en el toreo, le habría de valer para ocupar un puesto de mayor privilegio en el escalafón. Aprovechó a la perfección las buenas condiciones de los dos toros que desorejó, el primero de Núñez del Cuvillo y el segundo de El Puerto de San Lorenzo, que fueron bravos pero muy exigentes a la vez.

Otro aspecto a destacar de la temporada recién finalizada en El Puerto concierne a la irreprochable presentación del ganado lidiado en todos los festejos. Lo que reconforta al aficionado y aporta esa premisa básica de verdad y de emoción, indispensables para que todo lo que suceda en el ruedo posea trascendencia y verosimilitud. Otra cosa es el juego que ofrezcan, extremo que ya no resultó tan positivo. Unas veces por la falta de fuerzas, otras por la escasa casta que atesoraban, el caso es que pocos toros permitieron faenas lucidas.

No hubo tampoco un encierro que, en su conjunto, destacase sobremanera, sólo algunos ejemplares sueltos vinieron a salvar a última hora las tardes. Tal es el caso del quinto de Núñez del Cuvillo, el sexto de El Puerto de San Lorenzo o el lidiado en quinto lugar de Juan Pedro Domecq.

Al margen de la ya reseñada notable actuación de Daniel Crespo, debe mencionarse la gran faena realizada por Alejandro Talavante, quien parece haber recuperado el tono que había perdido tras su retorno, y la entregada labor, plena de gusto y torería, que Daniel Luque creaba hasta que fue cogido de manera tremenda por el sexto toro de Montalvo.

Quedan también para el recuerdo los goteados apuntes de pinturería de Morante ante un lote sin opciones, el sincero esfuerzo derrochado por El Juli ante dos incómodos oponentes de Cuvillo, la rotundidad y valentía de Roca Rey y las ganas mostradas por dos toreros de corte artista como Juan Ortega y Pablo Aguado frente a enemigos que poco le ayudaron. Aprovechó su oportunidad, a base de arrojo y decisión, el novillero local Víctor Barroso, gustó mucho las templadas maneras del cordobés Manuel Román y,, en el festejo ecuestre, sorprendió el joven rejoneador Guillermo Hermoso de Mendoza, quien se postuló como digno heredero de la excelsa dinastía.

Prolija ha sido la temporada, por desgracia, en el dramático capítulo de cogidas, con el resultado de dos cornadas graves a Daniel Luque y Roca Rey y contusiones con fracturas de diversa consideración a Diego Urdiales y Pablo Aguado. Se da la circunstancia que tanto el diestro peruano como el sevillano dejaron a sus toros casi sin picar, tendencia habitual en muchos matadores para que los toros mantengan brío y movilidad durante la faena de muleta. Pero quedan sin ahormar y, si poseen fondo de casta, pueden venirse arriba en el último tercio y sorprender en cualquier extraño a lo largo del trasteo. Tal vez algo de ésto sucediera en sendos episodios en que la tragedia rondó por la plaza de El Puerto.

Por último, un capítulo a mejorar en los festejos que se celebran en el coso portuense es el excesivo tiempo que se emplea entre la lidia de un animal y otro. Interrupciones demasiados dilatadas, que aburren al personal y llevan a que cada espectáculo venga a durar casi más de dos horas y tres cuartos. Algo habrá que hacer para intentar remediarlo.

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