El Puerto

La Casa de la Aduana, el esplendor pasado de El Puerto

Comienza la rehabilitación de un edificio que fue el más claro ejemplo del auge y gloria comercial que vivió la Bahía en los S. XVII y XVIII

La Casa de la Aduana en la Avenida de la Bajamar j.z

Juan Zaldívar

El Puerto

A lo largo de esta semana, el alcalde de El Puerto de Santa María, Germán Beardo, ha anunciado el inicio de la rehabilitación de la emblemática Casa de La Aduana de El Puerto. «Una excelente noticia que suma a la revitalización del casco histórico en una manzana con otros proyectos en marcha», ha declarado Beardo.

Ubicada entre las calles calles Micaela Aramburu, avenida de la Bajamar y calle Maestro Domingo Veneroni, se erige como un edificio reconocible por su amarillo marchito, su pintura ampollada, sus carteles polvorientos, grietas como heridas de guerra, un reloj que da bien la hora solo dos veces al día y una muy desgastada apariencia. Con una evidente belleza perdida.

El Puerto de Santa María entre los S. XVII y XVIII fue uno de los puntos claves del comercio marítimo con la España de ultramar, y eso llevó a dotar a la ciudad de unas infraestructuras portuarias acordes a la gran actividad comercial, y por consiguiente a edificios tan marcados y representativos de ese pasado como es La Casa de la Aduana, uno de los edificios más enjundiosos de su momento en la bajamar.

El origen del edificio nos remonta a un comerciante holandés, Gilberto de Mels. Mels se hizo con la propiedad de un edificio de grandes dimensiones, enclavado en una zona de un vigoroso interés económico-social, como lo demuestra el hecho de encontrarse rodeado y próximo a importantes edificios pertenecientes a conocidos cargadores a Indias como fueron los Vizarrón, Aranibar, Valdivieso, Imblusqueta… Todos estos edificios dieron pie a un gran ensanche urbanístico en la ciudad a espaldas del Castillo de San Marcos. El cambio fue de una envergadura tal que hizo surgir nuevas plazas como la del Polvorista.

El edificio del holandés estaba ubicado en un lugar privilegiado, la plaza del embarcadero, por cuanto era una zona codiciada para el comercio. Ocupaba una extensión que iba desde su ubicación actual hasta las proximidades de las casas de Vizarrón en la plaza del Polvorista, presentando fachadas a un tiempo a la Bajamar y a la calle Micaela Aramburu, por entonces conocida como Calle Aurora.

En 1702, tras la invasión de la ciudad por tropas anglo-holandesas, los naturales de esas naciones vieron sus propiedades confiscadas por la Corona con el fin de amortizar los costes de los daños producidos por la ocupación. Gilberto de Mels, por consiguiente, perdió todo sus bienes muebles e inmuebles, entre ellos el edificio del que hablamos. Parte de las propiedades confiscadas fueron arrendadas, reservándose la Corona ciertos almacenes para la instalación de caballerizas, acopio de materiales e instalación de unas dependencias de un puesto de control para la guardería de aduanas.

Todo llevo a que Pedro Pumarejo, comerciante sevillano, atraído por el auge que esta ciudad estaba tomando en el marco de la Bahía con América, formaliza unos acuerdos con la Corona en 1768, por los cuales adquiere en pública subasta los cuarteles de la Posada de la Corona, propiedad de la Hacienda de Guerra, a cambio de poder realizar portales a ambos frentes y muelle para su uso propio. Con la construcción de portales se pretendía mejorar las condiciones para realizar las faenas de carga y descarga, protegiéndose de las inclemencias del tiempo, además de poder construir viviendas sobre ellos, incrementando de esta forma la superficie construida. Este proyecto ha sido considerado el origen del nombre actual edificio llamado de La Aduana.

El inmueble en cuestión aún pertenece a Pedro Pumarejo al menos hasta el año de 1785, cuando la economía local se encontraba resentida por la competencia y el control que la ciudad de Cádiz ejercía sobre los productos de la Bahía. Tal que la Real Hacienda decidió levantar ahí La Real Fábrica de Aguardientes y Licores.

Esta Real Fábrica se edifica sobre el solar que ocupaban las casas de Mels y que Pedro Pumarejo reformó en parte, dejando construidos portales en dos de sus fachadas. El nuevo edificio comienza a construirse a finales del siglo XVIII, en tomo al año 1797 y su inauguración tuvo lugar dos años después. El edificio quedó relegado a la producción de aguardiente anisado, seco y anisete superior y mistelas. En 1818 el Estado abandonó la fabricación directa de estos licores y se procedió al cierre.

A pesar de su fantasmagórico aspecto actual, este edificio tiene una gran importancia histórica para la Ciudad de los Cien Palacios. Está considerado como uno de los mejores ejemplos del neoclasicismo de la Bahía de Cádiz impulsado por la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Pocos edificios en la Bahía han tenido la oportunidad de prestarse tan majestuosos, como cuando aparece en el cuadro 'Desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María' de José Aparicio, coronando la imagen a espaldas del borbón y su comitiva.

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