reportaje
Destapando a los asesinos, así se han resuelto dos de los casos más sangrientos de los últimos años en Cádiz
Estos crímenes cometidos en la provincia han sido investigados y descifrados por la Guardia Civil y sus autores ya están condenados
«Cuando hay sentencia es cuando de verdad termina la operación», cuenta uno de los agentes responsable de Homicidios
El 14 de noviembre de 2019 Pablo M. llamó a la hija de su 'amigo' Ildefonso. Hacía «tiempo» que no sabía de él y se mostró aparentemente preocupado. Le alertó de que algo podía haberle pasado pero era él quien sabía la verdad. Ildefonso estaba ya muerto y era Pablo quien lo había matado dándole un golpe tan fuerte en la cabeza que le llegó a reventar el cráneo.
El asesinato de 'El Maestro', un profesor de 52 años prejubilado por sus problemas de adicción a la droga, causó un enorme estupor en la pequeña y tranquila localidad de Benalup. Por el hecho en sí y porque algo tan atroz hubiera sucedido en el pueblo. Los vecinos sabían que Ildefonso llevaba tiempo con malas compañías, metido en trapicheos de 'rebujo', pero nada les hacía imaginar que este hombre separado y con dos hijas y que hasta que cayó en el hoyo había llevado una vida más o menos normal, apareciera de la noche a la mañana muerto de esa forma tan violenta en su casa. Pero había pasado y su asesino andaba suelto hasta que no se pudiera demostrar, con pruebas, quien había sido.
Las piezas podían estar ahí pero había que destaparlas. Cerrar por completo todos los interrogantes. Que no hubiera dudas. Y que los indicios o las sospechas no se quedaran ahí sino que pudieran ser un sólido y riguroso argumento para señalar a quien había sido el responsable de aquel asesinato. Para que pagara ante la justicia lo que había hecho. Si no hay pruebas, no hay condena.
Así que tras el hallazgo del cadáver la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación dirigida por la Unidad de Delitos contra las personas de la Comandancia de Cádiz, que son los responsables de resolver estos crímenes. «No era fácil. Había un amplio abanico de sospechosos», recuerda el instructor a este periódico. La casa de Ildefonso se había convertido en los últimos tiempos en un ir y venir de toxicómanos en busca de sus papelinas, y esa oscura dependencia, atada a menudo al mono más desesperado y a la decadencia, suelen traer conflictos.
Sin embargo empezaron a hilar y pronto el foco se dirigió a una persona solo: Pablo, ese 'amigo' que había avisado. Y según fueron descubriendo y analizando detalles su implicación crecía. Sus propias palabras le empezaron a sentenciar. Según dijo, se había asomado por una ventana para ver si veía a 'El Maestro' pero aseguró que no había visto nada. Sin embargo, el yerno que acudió esa noche a comprobar qué podía haberle pasado pudo ver por esa misma ventana un bulto a pesar de que ya no había luz del día. Avisó y la Policía Local ya descubrió con sus linternas el cadáver de Ildefonso tirado en el suelo y encima de un gran charco de sangre. «Hicimos un estudio sobre si a esa hora de la tarde o incluso algo después era posible que no hubiera visto nada desde aquella ventana, como dijo. No nos cuadraba. Y exactamente, fue el primer indicio de que estaba mintiendo».
Pero las sospechas continuaron y el grupo de Homicidios volvió a poner su lupa en otra cuestión. Casualmente en el registro que se hizo en la casa de la víctima no apareció ninguno de los tres móviles que tenía. Pero Pablo a los tres días entregó uno de ellos. Como aseguró, «alguien» lo había dejado escondido en el patio de su casa. «No lo tocó y estaba tapado con ramas de pino». Pero, ¿por qué lo entregó si podía incriminarle?. «Quizá podía ya temer que nosotros lo descubriéramos rastreando la señal... quizá pensó que así podría escaparse».
Las piezas iban encajando como suele ocurrir en esta unidad de Homicidios con todos los casos que se les presentan como un nuevo desafío... pero hacía falta algo más. Y llegó. Algo que evidenciara de forma más científica que su principal sospechoso era el autor material de esa muerte y poder detenerlo. Y para ello contaron con el imprescindible apoyo de la Unidad de Criminalística cuyos exámenes de huellas y restos biológicos son frecuentemente determinantes en cualquier investigación de peso.
Los agentes descubrieron ADN del principal implicado en el cadáver de la víctima. Concretamente en su ropa. En un bolsillo del pantalón al que se le había dado la vuelta (de haberle sacado presumiblemente algo) y también en el cinturón. La 'operación Alup', como la bautizaron, tomaba ya un rumbo más firme. Y en cuanto a los restos de sangre, el golpe fue tal que el suelo quedó teñido de rojo. Las salpicaduras llegaron hasta a una pared que estaba a dos metros. Esta prueba fue clave para considerar que el ataque había sido sorpresivo, por detrás y ejecutado con una gran fuerza y alevosía.
Con todos estos indicios atados, los agentes detuvieron a Pablo en mayo de 2020 como el presunto autor del crimen de 'El Maestro'. Un jurado lo consideró culpable y el pasado mes de diciembre era condenado por la Audiencia de Cádiz a 18 años de cárcel. Finalmente, por asesinato. Durante el juicio negó haber sido él. Afirmó que era muy buena persona y que era su amigo. «Siempre se mantuvo frío, siempre lo negó». Sin embargo la Guardia Civil y la justicia destaparon sus mentiras.
Tampoco fue fácil armar el puzzle de otro de los asesinatos más crueles cometidos en la provincia en los últimos tiempos. El de Manuel Jurado, un chipionero de 39 años, que fue retenido y torturado durante horas en septiembre de 2019 y que acabó muerto, desangrado, con una puñalada en el pecho y tirado en la carretera. Lo arrojaron desde una furgoneta en marcha. A él y a otros dos amigos suyos que han quedado con graves secuelas desde esos terroríficos hechos. La firma de este truculento episodio es la de unos 'sicarios' franceses que acudieron a buscarlos para que les dijeran dónde habían metido los 24 fardos de hachís que supuestamente eran de ellos. Las horas que pasaron entre la casa de otro de los ya condenados y el camino en el coche fueron de auténtica pesadilla.
Así lo relata la sentencia que les ha sentenciado a diferentes penas. A uno de ellos por ser el autor ya confeso de los hechos. Un ciudadano francés que ha asumido la culpa y ha exculpado al resto, minimizando sus castigos. Y también lo exponía, foto a foto, prueba a prueba, el sumario de la investigación que también comandó el equipo de Personas de la Comandancia de Cádiz.
Sin embargo en esta ocasión la resolución del caso fue digamos que al revés. Es decir, a diferencia del asunto de Benalup a partir de unos indicios se dio con el autor. Pero en la 'operación Rolanga' -nombre de la investigación de Chipiona- fue tras el arresto de los presuntos ejecutores cuando tuvieron que indagar sobre qué había sido exactamente lo que había ocurrido, quién o quiénes habían participado, y en qué grado. Quién había torturado, con qué intención, quién había asestado la cuchillada mortal al fallecido, dónde y en connivencia de qué otras personas.
Como por ejemplo del dueño de la vivienda donde fueron convocados y retenidos que de ser un amigo y compinche de alijos de droga de las víctimas pasó a ser un 'gancho' para que todos acudieran al lugar donde les estaban esperando. Así al menos se concluyó tras el juicio al examinar las pruebas que había contra él.
¿Y cuáles eran estas evidencias? Pues bastantes. Solo había que saber destaparlas, marcarlas y encontrarles el sentido.
Así por ejemplo en este caso los restos biológicos fueron también claves. Había mezcla de ADN y de sangre de las víctimas (sobre todo de Manuel, quien recibió la puñalada) en la furgoneta donde le asestaron ese golpe mortal. En el interior del vehículo, en su parte más trasera y en el parachoques. Un goteo de sangre que determinó que había sido herido antes de caer o ser arrojado del coche. Pero además se encontraron restos de las cintas con las que los maniataron y les taparon los ojos.
Pero al margen de estas muestras que señalan cómo pudo morir una persona y en qué circunstancias, también se hallaron restos de las víctimas en alguna de las ropas de los detenidos, lo que les vinculaba de manera más fehaciente con sus actos.
Esas muestras ya tenían bastante peso pero los agentes fueron más allá y también en la investigación hallaron un vídeo que grabó uno de los acusados y que tenía guardado en el móvil que se le incautó. En esas imágenes se podía ver cómo los tuvieron sentados y atados el día de los hechos, cómo ellos se lamentaban a gritos sobre lo que les estaba ocurriendo y cómo iban vestidos algunos de los implicados que coincidió con la ropa que llevaban cuando se les atrapó.
«Ese vídeo es determinante porque demuestra además que el dueño de la casa no era una víctima. Estaba en una línea fina entre ser víctima o autor y esas imágenes terminaron de aclararlo», sostiene el agente de Homicidios. «En ningún momento se le ve atado, ni herido, ni amenazado, al contrario que los demás», insiste. Esta misma persona se presentó en el cuartel tres días después y no presentaba ninguna lesión.
Las imágenes están grabadas en la habitación, en el salón de la casa donde Manuel y el resto estuvieron antes de que los metieran en la furgoneta. Donde los sicarios, armados y todos cubiertos con pasamontañas, intentaron intimidarles para que les dijeran dónde estaba la droga. Así se observa en ese vídeo de algo más de un minuto. Su reproducción también se mostró al jurado que dictaminó sobre la culpabilidad de los procesados.
Por tanto todas las pesquisas que se realizaron y que se pudieron ir encadenando llevaron a esclarecer este terrible suceso. Un crimen firmado por una banda de extranjeros que viajó hasta Chipiona para cumplir con un propósito, para ejecutar un plan que también fue descubierto.
«Cuando son condenados, cuando se demuestra que son los responsables es cuando realmente acaba la operación. Es entonces cuando se ve si se ha hecho un buen trabajo y si es así... la satisfacción es muy grande».