Reportaje
Cinco años del naufragio de la patera de los Caños: visita a la memoria del olvido
El 5 de noviembre de 2018 se producía la mayor tragedia migratoria en las costas gaditanas de los últimos tiempos: el mar fue devolviendo poco a poco hasta veintidós cuerpos
Algunas de las víctimas nunca fueron identificadas y sus tumbas siguen sin nombre ni lápida junto a la de otros que también se quedaron en este terrible anonimato para siempre
Cae un buen chaparrón y dos mujeres se refugian del agua y el molesto viento con sus chubasqueros mientras venden flores en mesas plegables en la puerta del cementerio de Barbate. El miércoles fue 1 de noviembre, el día de los difuntos, y aún se nota algo más de gente que en esta fecha visita las tumbas de sus seres queridos. «Dame ese ramo, las blancas. Es bonito ¿no?. A él le gustaban ésas...», les pide una señora. Dentro, otro corrillo habla frente a la capilla. Y al fondo, tras un arco y una reja, comienza la hilera de nichos. Todos con sus nombres, algunos con fotos, epitafios, oraciones, cruces, fechas... y flores.
Todos, salvo algunos. Algunos de los que sólo se encargan de adecentar de vez en cuando los propios trabajadores del cementerio y alguna otra persona que se para frente a ellos a mirarlos y a preguntarse por qué. De esos habrá unos cuarenta. En distintas calles. Cuerpos que fueron enterrados aquí en fechas diversas pero cuya muerte se produjo por el mismo motivo: la desesperación. Mujeres, hombres y niños que no lograron alcanzar la otra orilla en la patera en la que viajaban y que ahora reposan en este otro lado... aunque no como ellos habían soñado.
Son las víctimas del Estrecho. Sus lápidas no tienen nombre. Son 107, 108, 112, 175, 177... los números del nicho que les tocó cuando tras morir ahogados o de hipotermia se les buscó un sitio. A ellos no se les pudo identificar o no han sido reclamados por sus familias -que quizá ni lo sepan-, o la burocracia se ha eternizado o tantas cosas... y al final ahí se quedaron. Lo poco que les diferencia es la señal que el propio enterrador les puso con tiza. La mayoría ocupa el quinto 'piso'. Arriba. Donde es imposible llegar para depositar flores frescas... bueno... parece que nadie lo va a hacer.
Y entre todos ellos hay algunos (no sabemos sus nombres) que fallecieron en una de las mayores tragedias que se han vivido en la costa andaluza. Personas que viajaron en la patera que naufragó en los Caños de Meca y que le costó la vida a 22 inmigrantes. Ocurrió la madrugada del 5 de noviembre de 2018. Hace justamente cinco años. Los cadáveres de estas personas estuvieron llegando a la orilla durante quince días. El mar los fue devolviendo poco a poco en una espera que se tornó desgarradora y cruel.
Fue en torno a las cinco de la mañana de aquel día cuando la patera en la que iban hacinados unos cuarenta inmigrantes cedió ante el fuerte suroeste que les empujó hacia las rocas. Estaban a punto de llegar pero el choque contra el arrecife fue mortal y la embarcación de pesca artesanal de madera comenzó a zozobrar, a deshacerse. Se sembró el pánico y cada ocupante intentó salir del agua como pudo.
Estaban a unos 200 metros de la arena seca. Se agarraban entre ellos. La resaca les tragaba y las olas no les dejaban tomar aire. Los que se decidieron por el camino más corto, hacia la orilla, se salvaron. Los que perdieron la orientación braceando, confundidos por la luz del faro, hacia el lado contrario o vencidos por el espanto corrieron la peor de las suertes.
Desde la mañana siguiente el mar fue dando la respuesta cuando tras tenerlos algunos días los iban dejando en la orilla. Frente al Pirata, a la Jaima, en Zahora, en Barbate, según las horas que pasaban y la corriente que mandara. Además, agentes del GEAS y del Servicio Marítimo de la Guardia Civil también recuperaron a un buen número de ellos. Durante dos semanas no dejaron de buscarlos con verdadera entrega aunque poco se podía hacer ya.
Según los testimonios que se pudieron recopilar entre la veintena de supervivientes, la patera había partido cuatro días antes de Salé, una ciudad de 890.000 habitantes cercana a Rabat, la capital. En ella iban muchos jóvenes -31- y, desde el primer momento, tuvieron problemas. «No nos podíamos ni mover de los que éramos», afirmaron.
Así lo recogió la sentencia de la Audiencia de Cádiz que condenó a ocho años de prisión al patrón de la embarcación al que se juzgó en 2020. Se llama Tarik y fue uno de los supervivientes. Durante la vista admitió en conformidad con la Fiscalía que él era la persona a la que -gente no identificada- habían puesto de responsable de la patera. Tanto para pilotarla como también para cobrar los 'pasajes'. Porque por ese viaje, por ese trayecto a su propia muerte, habían pagado mil euros.