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El viaje por la Chiclana de los ochenta desde el objetivo de Pedro Leal: La transformación de un pueblo
Su exposición fotográfica 'En torno a El Rincón y su tiempo' muestra vida de Chiclana entre 1979 y 1985
De un viaje siempre vuelves siendo otro. Ya sea al Algarve, a la Sierra de Cádiz o hace cuarenta años en el mismo bar donde bebías vino en cascos de Pepsi Cola. Pedro Leal (Chiclana, 1955) es el conductor hacia una Chiclana donde el turismo todavía no se había abierto paso entre salinas y viñas. El vehículo, la cámara de fotos que le acompañaba allá donde iba; el resto vamos de copilotos. Pero alguien se queda en tierra: la nostalgia.
El bar que regenta Pedro fue el mismo en el que pasaba las tardes de verano al fresco. La antigua taberna «El Rincón» es ahora «El Rincón de Paquiro». «Yo compré esa esquinita y le di la misma forma de la puerta que tenía el bar antes». Fueron coincidencias de la vida«, afirma el fotógrafo. Alrededor de esa taberna, con sus gentes y sus conversaciones, gira su exposición: 'En torno a El Rincón y su tiempo'.
Era un bar de pescadores, de gente del campo; el punto de encuentro entre La Banda y El Lugar. Allí entraba Pedro con su cámara a inmortalizar a aquellos hombres que charlaban con un cuarto de vino mientras reían y hablaban de toros, flamenco, carnaval. No le miraban como a un extraño. Más bien parece que ni se percatasen de su presencia. Es uno más de una estampa singular que dice mucho más de lo que se ve: muestra cómo era la vida entre 1979 y 1985 en Chiclana y todo lo que ha cambiado hasta nuestros días. «La gente no modifica su actitud, yo estoy enfrente justo con la cámara y no hay ninguno que me esté mirando», recuerda Pedro mientras ve la fotografía.
A Pedro era habitual verle por el centro de Chiclana con su Werlisa en mano. Cuarenta años después, esas imágenes que captó del día a día en la ciudad han cobrado un valor documental incalculable. «Los años modifican la realidad de las fotos. Si yo hago una foto de un grupo de carnaval y detrás hay un edificio que ya no existe, pues el edificio ese le da un plus. Pasa lo mismo con la gente que ya no está», explica Pedro Leal, quien asegura que sus imágenes «buscaban la estética más que el documento».
Observa el catálogo con distancia. Reconoce todas y cada una de las imágenes que guarda. El día, el contexto, las personas. El abrigo de la nostalgia no arropa a Pedro Leal por aquello de que «el tiempo pasado no necesariamente fue mejor». «La cantidad de cambios que ha habido en Chiclana la he ido retratando. La ciudad después de La Riada, en 1965, quedó muy tocada estéticamente y se ha recuperado durante los últimos años», asegura Pedro Leal.
La catástrofe de la ciudad no la pudo inmortalizar con su cámara al tener tan solo diez años, pero lo hizo con su retina. «Yo recuerdo bajar la calle Larga y ver el agua hasta donde llegaba; bajar la calle El Fierro y ver que llegaba hasta mi colegio; a mí me cogió en mi casa, afortunadamente», recuerda. Tras las inundaciones, «llegaron los setenta y las construcciones nuevas de bloques, que no fueron muy acertadas». Ahora, mira la ciudad con buenos ojos. «Chiclana está ahora con muchos elementos verdes, la han arreglado», confiesa Pedro Leal, quien asegura que la Nueva Alameda es un «hervidero de vida» a diferencia de antes, que servía tan solo de paseo.
El fotógrafo tiene una habitación llena de carretes. Tal vez, su mejor fotografía todavía no la haya visto. Lo mismo que le pasó con la imagen a la que más cariño le tiene. Una mañana de 1995, Pedro cogió su cámara y se fue a la viña. Allí, fotografió de espaldas a un hombre con sombrero, subido a un camión lleno de uvas, que observaba la inmensidad del viñedo. Tardó 15 años en verla y revelarla.
Pedro empezó a jugar con la apertura del diafragma y la velocidad de obturación con veinte años. «Yo tenía una gran afición a la pintura. Entonces, la cámara que yo me compro es para buscar imágenes y luego pintarlas en casa. Cuando yo me doy cuenta de que me da bien el tema de la foto, pues, sin darme cuenta lo voy reemplazando, porque es un medio de expresión que se adapta más a mi carácter. Yo soy un tío muy inquieto, muy nervioso, la fotografía me daba esa prontitud«. Hasta las dos o tres de la mañana se quedaba encerrado en el laboratorio hasta terminar de revelarlas. Por aquel entonces, combinaba su afición a la fotografía, porque todavía no se había convertido en trabajo, con su empleo en una joyería.
Una vez termina el servicio militar, Pedro Leal decide dedicarse a la fotografía de forma profesional. «He hecho muchísimas bodas, comuniones, bautizos... y empecé también a hacer fotografía industrial y publicitarias. Compré un estudio grande, y hacía fotografías de muebles, de bodegas, de muñecas de todo», rememora. Sin embargo, lo que más le apasionaba era salir a la calle con su cámara colgada del cuello. Los resultados de esas tardes terminaban en concursos de fotografía a los que se presentaba.
Ahora todo es más difícil. Salir a la calle y fotografiar a la gente puede generarle rechazo. «Veo el mundo más agresivo, menos relajado y, a lo mejor, me ven con la cámara y me pueden interpretar malamente», lamenta. Al igual que ha cambiado la ciudad, lo ha hecho la sociedad, y también la tecnología. Esa inmediatez que premiaba Pedro con la fotografía ha terminado por llevarse al extremo. «Ahora ya hay un exceso de imágenes, la cantidad pierde en cierta manera el valor».
En la era del Tik Tok, el scrolleo y el Instagram, el pararse a observar casi se ha perdido. Hoy estamos acostumbrados a consumir muchas imágenes por segundo y una de las grandes decepciones que me he llevado yo estos últimos años es que tú estás trabajando una foto durante mucho tiempo y después te la despachan en nada. Entonces, es una gran frustración«, explica.
La otra cara de la moneda la muestra aquellas personas que reconocen a un familiar en cualquiera de las fotos y se emocionan con ella. «Yo he visto en esta exposición a gente llorar al descubrir que el que estaba ahí enfrente era su padre. El valor de transmitir emociones, eso me lo llevo yo para mí», comenta emocionado el fotógrafo chiclanero.
Este año se jubila de su estudio de fotografía, pero no dejará su cámara. La mirada del fotógrafo va intrínseca en él. Tal vez esa mirada con tanta sensibilidad y tacto sea la responsable de que de su viaje se salga mejor que antes de zarpar.