Chiclana

«¡Sultanas de coco, señores!»

José Manuel Serrano vende sultanas en La Barrosa desde hace casi diez años, cuando su padre le dio el relevo

José Manuel Serrano vende las sultanas. Pepe Ortega

Pepe Ortega

Chiclana

Ya te has comido el bocadillo de tortilla y estás tumbado en la toalla. Cierras los ojos y algo rompe el murmullo de la gente y de las olas del mar. «¡Sultanas de coco, señores!». En ese momento, se te escapa la sonrisa. Es la primera vez que lo escuchas este año y eso solo significa una cosa: acaba de comenzar el verano. En La Barrosa, no arranca el 20 de junio, ni tampoco cuando termina la feria de San Antonio, sino cuando José Manuel Serrano (Chiclana, 1975) se echa la cesta a la espalda y empieza a repartir felicidad en forma de sultana.

El calor en el obrador 'El surtana' es asfixiante, pero hay mucho que trabajar. Mañana será el primer día de todo un verano. Manuel Guerrero, cuñado de José Manuel, vierte el coco rallado y remueve con fuerza. «El proceso es todo manual. Hacemos alrededor de 25 kilos de sultanas al día», explica Manuel, quien por las mañanas trabaja en la construcción. Mientras, José Manuel está pendiente del horno para darle el punto exacto a las sultanas. Confían en que sea un buen verano y su mayor enemigo aparezca lo menos posible. «Con el levante se pone la sultana dura y no podemos ni hacerlas; con el poniente no», afirma José Manuel.

Manuel Guerrero hace las sultanas de coco pepe ortega

Codo con codo empiezan a rellenar bandejas y bandejas de sultanas para tenerlas listas para el gran día. Cuando José Manuel se recorra la playa, su cuñado tendrá la ayuda del maestro: Rafael Serrano, padre de José Manuel y vendedor de sultanas de coco en La Barrosa desde 1965. Una persona que ha llevado el nombre de Chiclana por todas partes y a la que el Ayuntamiento de Chiclana reconoció con la Insignia de Oro de Sancti Petri 2016. «Mi padre es mejor que yo cincuenta veces», dice entre risas. Un negocio familiar que inició su abuelo y que ha pasado de generación en generación hasta él.

El olor inunda el barrio. Las sultanas ya están listas y hay algún que otro vecino que se acerca a husmear en el obrador. Todo está preparado: el uniforme blanco descansa colgado en una de las habitaciones como si fuera la equipación de un equipo de fútbol y la cesta con el megáfono espera su hora para llenarse de sultanas y hacerse escuchar.

Las sultanas ya estás listas. Pepe ortega

Comienza la jornada

Son las 10:30 de la mañana y José Manuel ya ha plantado la cesta en la Cruz Roja. Los primeros clientes y curiosos se acercan a comprar el desayuno y a ver qué es aquello de las sultanas. El día parece inmejorable: sol, calor y un poco de viento de poniente. A medida que pasen las horas, dejará de verse el marrón de la arena para darle paso a los colores de las sombrillas. Una hora más tarde, con la playa más habitadas, deja sus zapatos en el puesto de un colega y comienza sus primeros metros sobre la arena.

Pulsa el botón rojo y empiezan los primeros «Sultanas de coco, señores». La voz del audio que sale del megáfono es la de su padre. «Ese sonido no lo puedo cambiar, es la esencia. Cuando estaba ronco, habló con el ayuntamiento y le pusieron un megáfono, y ya después del megáfono me lo pasó para mí», afirma. De esta forma, padre e hijo mantienen juntos la venta de sultanas. Aunque hubo un tiempo en el que los dos trabajaron conjuntamente en La Barrosa. «Durante 4 semanas, él iba para la primera pista y yo para la segunda. Hasta que me dejó solo porque él ya no podía más». Rafael Serrano le pasó el testigo a su hijo a los 52 años. «Es un orgullo que sea mi padre 'El Surtana' y yo sea el hijo y esto no se vaya a perder; es una cosa muy alegre para mí», expresa con una sonrisa. Es tanto el orgullo que en su brazo se puede leer 'Sultana'.

Además de por el producto, se han convertido en un símbolo de La Barrosa por su forma de ser. «¡Hombre! El otro día te echamos mucho de menos», comenta la primera cliente que se acerca. «Te voy a hacer una foto con mi madre, que ya son muchos años aquí», dice una veraneante del norte de España. «Enhorabuena por la Champions», felicita un cliente habitual, aunque él asegura tener sultanas de todos los equipos, aparte de las del Real Madrid.

José Manuel tiene amigos en todos los puntos de España y conoce a la mayoría de sus clientes, quienes se alegran por verle y le preguntan por su padre. «Mi padre está en el obrador con mi cuñado ayudándole a hacer las sultanas», responde él. Todavía no ha llegado a la primera pista y ha terminado con media cesta. En uno de los restaurantes del paseo marítimo, guarda en una nevera una cantidad de sultanas para llenar dos cestas más. Todavía le queda faena y el calor empieza a apretar.

Para vender en la playa sultanas hace falta tener arte. «Al principio a mí me daba vergüenza, ya después le cogí el truco. Yo tengo arte y todo mundo lo dice. Cuando la gente me ve, dice: 'mira, ya está ahí 'El Surtana', ya viene aquí el terremoto de la playa«. Y tampoco se le puede dar mucho al botón porque la gente se »mosquea«. Al calor infernal y al peso de la cesta, se le suma caminar por la arena. Cuando la marea está baja, no hay muchos problemas; pero cuando está alta, recorrerse la playa por la arena seca con más de 15 kilos a la espalda es el mejor gimnasio. «La gente me lo dice, que se me ponen los gemelos muy fuertes», comenta entre risas.

La primera jornada de todo un verano termina en torno a las nueve de la noche, y mañana habrá más. Un oficio que se ha convertido en una seña de identidad de La Barrosa y que repartirá alegría a veraneantes y chiclaneros por muchos años más.

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