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El cazatesoros de Chiclana: La tienda de antigüedades que actúa como máquina del tiempo

El único comercio de estas características de la localidad alberga en su interior más de 7.000 artículos

Francisco Jiménez hizo de su hobby un negocio a raíz de la pandemia originada por el coronavirus

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Pepe Ortega

Pepe Ortega

Chiclana

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Entrar es volver atrás. Un flashback. Relojes, máquinas de coser, planchas, tocadiscos... La lista parece interminable: más de 7.000 antigüedades repartidas en 238 metros cuadrados. Los rincones están organizados por temáticas y pasear por sus pasillos es dar una vuelta por nuestra memoria. «Hay gente que viene y ve cosas que le traen buenos recuerdos; he visto hasta personas emocionarse». En la entrada de la nave de 'Cazatesoros Chiclana', una bicicleta de Correos fabricada por Mobylette en los años sesenta da la bienvenida. Ella forma parte de la lista de reliquias a las que Francisco Jiménez tiene un cariño especial.

Los pasillos están repletos de objetos y pasear por ellos sin tropezarse no es tarea fácil. Y más cuando los ojos no son capaces de aguantar la vista en un punto por más de dos segundos. Pronto descubres otra antigüedad que te llama la atención y en la esquina de esa misma mesa hay otra que te fascina. Las historias de los objetos te asaltan, y lo de comprar pasa a un segundo plano. Pero hay una pregunta que no para de asaltarte: ¿Cómo habrá llegado esto aquí? ¿Y esta enorme bola del mundo de dónde habrá salido? «Está hecha a mano, es de metal y tiene más de 700 horas de trabajo», explica Francisco Jiménez, quien hizo de su hobby un negocio hace cuatro años.

«Yo colecciono antigüedades desde hace muchísimos años, y fue en 2020 cuando decidí montar esto. Yo me dedico a viajar por mi trabajo y al no poder hacerlo por la pandemia, me estaba poniendo nervioso«, afirma el coleccionista. La imposibilidad de traspasar las fronteras le impulsó a buscar una nave y colocar en ella todas sus reliquias. «Pensaba: ya que no puedo salir, al menos estoy distraído«, recuerda. En la oficina del interior de la tienda, compagina su trabajo con su pasión. «Me dedico al pescado y al marisco a nivel de mayorista y grandes cadenas. He viajado por trabajo a países como Senegal, Mauritania, Marruecos, Ecuador, Túnez...». 42 años de aviones y aeropuertos que le han permitido conocer mundo y alimentar su pasión por coleccionar antigüedades. «Por el tema de los viajes, conozco muchos mercadillos, coleccionistas y anticuarios».

El cazatesoros necesita tocar los objetos con sus manos antes de comprarlos. Sin embargo, sus paseos por los mercadillo, tanto de los alrededores como de otros puntos del mapa, no son la única manera por la que llegan las antigüedades a su tienda. «Por ejemplo, me llama mucha gente que, a lo mejor, ha heredado la casa antigua de la abuela», expresa el coleccionista, quien asegura que ha dejado de comprar porque la tienda está «abarrotada».

Pero parar es complicado. «Esto tiene un problema: me gusta más comprar que vender», explica. Adquirir objetos del pasado es un «vicio» del que Francisco Jiménez no ha escapado desde que heredó la colección de bastones de su padre. A pesar de haber montado la tienda, en su casa hay varios rincones que no están a la venta. «Tengo una colección de botellines, de relojes, de vinos... tengo un montón de cosas», confiesa. Sin embargo, en la propia tienda hay un grupo selecto de antigüedades que están a la vista, pero no se pueden comprar. «Ni las pipas Churruca, ni las caseras, ni la Mirinda se venden».

En la tienda no solo se puede pagar con dinero, donde el regateo está a la orden del día, sino también con otros objetos. «A mí siempre me han gustado los tratos y los trueques. Eso me viene también de mi padre, que fue un gran comercial», explica. Su negocio se ha convertido en el motor de su ilusión. «Cada mañana, abro las puertas, enciendo las luces y me motiva». La intención ahora pasa por «mejorar la calidad» de los artículos y «traer cosas más interesantes» para que el viaje al pasado sea aún más inmersivo.

Tal como da la bienvenida, la bicicleta de Correos despide a los clientes y curiosos que han paseado por el interior de la tienda. «Me costó mucho encontrarla y un buen dinero. Hay dos o tres clientes enamorados de ella, pero me cuesta mucho soltarla», confiesa mientras la admira.

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