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Apuntes de gran toreo de Juan Ortega que sale a hombros en El Puerto
Más de media entrada en una tarde-noche en la que molestó a veces el viento de poniente
Se clausuraba la temporada portuense con un interesante cartel en el que repetía en el ciclo la indiscutible figura del toreo que es Manzanares, acompañado por esa pareja de jóvenes diestros sevillanos, que tanto aire fresco han aportado a la fiesta, por el clasicismo y pureza con las que interpretan el toreo. Un festejo que contaba con el añadido de un prólogo ecuestre, modalidad muy en boga en décadas pretéritas y que ahora se vuelve a recuperar, para satisfacer las exigencias de algunos espadas que renuncian obsesivamente a romper plaza como primeros actuantes. Una corrida que arrojó un excesivo marcador de trofeos, en los que la terna estuvo muy por encima de la descastada de Juan Pedro y en la que brillaron, por encima de todo, los apuntes de exquisito toreo protagonizados por Juan Ortega.
Ataviado a la federica, cual bella estampa dieciochesca, Joao Ribeiro Telles protagonizó función de digno telonero en este preámbulo de toreo a caballo que hoy se anunciaba. Con solvencia y templanza paró en los medios la embestida franca que el pupilo de Murube le brindaba, hasta prender en todo lo alto del morrillo un primer y único rejón de castigo. A continuación protagonizó un lucido y variado tercio de banderillas en el que superó, con una exquisita doma, la permanente tendencia del burel a cerrarse en tablas, y puso rehiletes con mucha exposición y ajustada reunión. Tercio en el que destacaron dos palos colocados al quiebro tras galopar hacia la cara de una res que esperaba aculada en la barrera. Un rejón de muerte de defectuosa colocación puso broche a este primer capítulo del festejo.
Un bello ejemplar de capa sarda inauguró la lidia a pie, animal que embistió con cortedad en su recorrido pero con humillación y nobleza al capote de Manzanares. Tras una vara bien colocada en la que el bonito toro de Juan Pedro se dejó pegar bajo el peto, arribó éste al último tercio con un acometer pastueño, cualidad que quedaba difuminada por una lastimosa falta de fuerzas. Escaso poder y nula transmisión, con las que hubo de lidiar el diestro alicantino, quien con mucho esfuerzo y tras mucho consentirle, extrajo algunos muletazos aislados de indudable mérito. Una gran ejecución del volapié puso feliz broche a una digna actuación.
Mal estilo en la embestida, por rebrincada y corta, presentó el segundo enemigo del alicantino, al que no permitió estirarse de capa. Y después de protagonizar una lidia anodina tampoco le facilitó las cosas en la muleta, pues cabeceaba con profusión e incomodaba con la cara siempre alta en todos los remates de los pases. Toro brusco y sin entrega que convirtió en inútiles los denodados esfuerzos de Manzanares por armar faena. Con una estocada en todo lo alto cerraba José María su paso por El Puerto. Y así, sin poder dar un pase se le solicitó y concedió una oreja. Para desprestigio de la centenaria plaza y estupefacción de la afición.
Unas verónicas armoniosas, templadas y plenas de plasticidad, rematadas con una cadenciosa chicuelina, constituyeron el bello saludo capotero de Juan Ortega al tercero de la tarde. Tras recibir el boyante animal una vara muy trasera, asió de nuevo la capa el sevillano para dibujar en los medios un bello y airoso quite por delantales. Un gran tercio de banderillas obligó a desmonterarse Neiro y Muñoz tras parear ambos con sumo acierto y exposición. Preliminares triunfales que no tuvieron la continuidad deseada en el último tercio, pues el animal llegó a éste excesivamente parado y sin el brío inicial de sus embestidas.
Aún así, Juan Ortega dejó pasajes de suma estética en una faena que careció de la ligazón y rotundidad que el toro negaba con su desabrida y rajada actitud. Un pinchazo y una gran estocada dieron por concluido este tercer episodio de la tarde.
No pudo lucir su garbosa capa Ortega al saludar al sexto, pues a éste le faltó ritmo y motor para ello, pero galleó con gusto por chicuelinas y se adornó con una exquisita media. Muleta en mano, inició el trasteo con unos pases genuflexos en el comprometido terreno de chiqueros, para proseguir con un intento de compactar una faena que sólo pudo contar con goteados momentos de brillos entre parones del manso animal y enganchones inoportunos. No existía profundidad ni vitalidad en la embestida de este descastado juanpedro, por lo que todo se quedaba en aislados brillos de ese clasicismo puro, de excelsa tauromaquia que atesora Juan Ortega. El crujir de torería de los muletazos finales fueron preclara muestra de ello. El público se encandiló y pidió el doble trofeo tras cobrar el sevillano una gran estocada.
Meció el capote con garbo Pablo Aguado para recoger en los medios la huidiza y muy pastueña embestida del colorodao cuarto. Lances muy aplaudidos que poseyeron la continuación airosa de un despacioso galleo por chicuelinas y un variado quite, una vez que al toro se le señalara una leve vara. También alcanzó brillo el muleteo de Aguado al pasar en redondo la reiterada acometida a media altura del de Juan Pedro, cuya profundidad y viveza fue aminorando en el transcurso del trasteo. Noble y manso y sin un ápice de transmisión, el bóvido rival del sevillano no dio a éste más opción que la entrega y goteados apuntes de majeza. Mató de una estocada y se le premió con un trofeo. Volvió a mostrar su buen manejo capotero al recibir al astado que cerraba plaza, ejemplar al que se castigó simuladamente en varas y que a la franela de Pablo Aguado llegó con una acometida con algo de vida pero siempre a media altura. Circunstancia que aprovechó el sevillano para apuntar su buen toreo en los pasajes iniciales del trasteo, pues pronto el animal echó la persiana de su exigua bravura y se negó a a colaborar con sus embestidas.
Tres pinchazos, una estocada y tres golpes de verduguillo fueron necesarios para despachar a este animal que ponía fin al festejo y cerraba la temporada portuense.