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Antonio López, el influencer del esparto

Con más de doce mil seguidores en Instagram, el artesano ha convertido su taller en toda una experiencia

Antonio López, en su taller pepe ortega

Pepe Ortega

Chiclana

Antonio López termina de coser una persiana cuando una pareja entra para arreglar el asa de su espuerta. Al entrar han viajado en el tiempo. Un intenso olor a esparto les da la bienvenida al taller. La vista impresiona: mires para donde mires hay figuras hechas por este material y por las mismas manos. Pero los ojos siempre terminan en un mismo lugar: en Espartero, un burro de esparto que hizo Antonio hace 16 años. Desde entonces, se ha convertido en uno de los motores de su negocio.

«¿Os atrevéis a subiros en el burro?», pregunta Antonio. Cuando lo quieren pensar, ya están en lo alto del animal. Cada persona que entra, termina con una foto subido en Espartero. «Es una experiencia y salen contentísimos». El artesano la sube a su Instagram, donde tiene tiene más de doce mil seguidores. Un oficio tradicional que ha sabido adaptar a los nuevos tiempos. Y de qué manera.

El artesano fotografía a dos clientes subidos en su burro. pepe ortega

«En Chiclana es donde menos me conocen; en redes sociales es donde más estoy y donde más vendo». Antonio López lo tiene claro: «como no te espabiles en internet, te comes un pimiento». Desde que por primera vez una señora le dijo que le había visto por el móvil, se dio cuenta de que darse a conocer por las redes sociales podía aumentar mucho sus ventas. «Me empecé a acostumbrar a hacerle fotos a todo lo que hacía para después subirlo». Pero donde esté Espartero que se quite todo lo demás.

«Después empecé a subir a todo el que venía al burro, porque todo el mundo contaba la vivencia. Él atrae a más clientes que el propio esparto, la gente viene expresamente a subirse«, explica. Por cada visita al taller, la experiencia de subirse en su compañero de negocio hace que se multiplique por otra más. Un atractivo valiosísimo que no está en venta.

16 años dan para mucho. Fiestas, comuniones, bautizos... Espartero ha estado presente en todas las celebraciones de familiares y amigos de Antonio. Poco a poco ha adquirido un valor incalculable para él y su familia. «Me lo han querido comprar miles de veces, pero no se vende. Lo que sí hago son réplicas de él».

Artesanía elevada a la máxima expresión

Los dos clientes alucinan con el taller. Hay cactus, cabezas de toro con cuernos reales, cabras, cestas, persianas... El espacio podría hacerse pasar por una exposición de esparto si no fuera por el banco donde Antonio cose una de las persianas. Un proceso totalmente artesanal. «A día de hoy, no hay una máquina que sea capaz de hacerlo», afirma. Hasta las agujas las ha fabricado él con una pletina de aluminio a la que da la forma necesaria. Antonio lleva el significado de artesano a la máxima expresión.

«Desde joven siempre he querido vivir de lo que mis manos creen». Y lo consiguió. Hasta 2006 se dedicó a la carpintería, pero los conocimientos sobre el esparto los aprendió gracias a su abuelo. «Él era arriero y cuando llovía, no se iba al campo. Entonces, se aprovechaba para hacer espuertas, cortinas y capachos de vendimia de esparto». Mientras el abuelo trabajaba, el nieto aprendía mientras le veía. Fue más mayor, con 18 años, cuando hizo sus primeras sillas.

«Haciendo cabezas de toro, de vacas y con los cactus, que estaban de moda, empezó la cosa a ponerse fuerte. A raíz de ahí, la persiana es la que mantiene el negocio. Nunca ha dejado de estar de moda«, afirma el artesano, que asegura que desde el 2006 no ha parado de hacer cortinas. En invierno las ventas se pausan. Esos meses aprovecha para producir todo el stock que venderá en verano.

Terminando de coser una persiana de esparto. pepe ortega

En 2012 comenzó el negocio. «No tenía con qué abrirlo, tenía tres espuertas y poco más. Años más tarde, en 2015, abrí una tienda de esparto pero la tuve que cerrar porque no podía estar a todo». Sin embargo, Antonio se ganó un nombre entre los chiclaneros y los turistas que venían a la ciudad en verano. En la ciudad no hay nadie que haga todo el proceso como lo hace él.

«Yo pensé que le habías metido un alambre a la espuerta de lo mucho que ha durado», dice la otra clienta. Antonio lo niega mientras ríe de camino al interior del almacén. Todo lo que se ve, si no lo ha hecho él, lo han hecho otras manos. Es su «delirio». En la entrada hay un azulejo: «En los encargos se abonará el 50 por ciento». También lo ha fabricado otro artesano. «Si no lo hace con sus manos no lo quiero. Tú miras a cualquier parte y todo tiene la historia de las manos de otra persona«.

Sin embargo, el futuro de un oficio como el suyo desgraciadamente se pierde con el paso de los años por la falta de relevo generacional. «Este negocio va a durar lo que yo dure», lamenta.

Los dos salen del taller entre risas y con ganas de ver la foto en el perfil de Instagram de Antonio para enseñársela a sus amigos. El lunes recogerán la espuerta ya arreglada por las manos de un artesano que ha sabido trasladar su oficio a las pantallas de todos.

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