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Antoni Gabarre, el autor de la transformación del poblado de Sancti-Petri que cumple 10 años
Tras decorar las paredes de la sala de Pediatría del Hospital de Jerez, lleva más de dos años con la intención de hacer lo mismo en el Centro Médico de Los Gallos, pero no recibe respuesta.
Una pareja entra en la Asociación de Pescadores Caño Chanarro, en el poblado de Sancti Petri. Él saca del bolsillo el móvil y le hace una foto. El fondo, un mural que ocupa toda la pared de la mejor estampa vista desde Chiclana: el Castillo de Sancti Petri. A escasos metros, sentado en una de las mesas del bar y sin que ellos lo supieran, les observa el autor de la obra, Antoni Gabarre (Barcelona,1949). Hace diez años, decidió coger sus pinturas y empezar a pintar las paredes de un poblado pesquero abandonado y cada vez más en ruinas en un «acto de rebeldía romántica». No podía quedarse de brazos cruzados al ver que el lugar del que se enamoró se moría poco a poco.
«Cuando estaba con mi primer atún, apareció la Guardia Civil. Paró el coche y me hicieron fotos. Se fueron y al tercero apareció la Policía Local. Tampoco me dijeron nada. Son actos de reivindicación a los que nadie se opone», recuerda. Y sus pinturas se consolidaron. No solo eso. Poco a poco transformó unas paredes en ruinas en un museo al aire libre que mantenía el legado de lo que el poblado fue un día: la casa de pescadores y almadraberos. «Mi objetivo era que se hablara del poblado». Y lo consiguió. Imágenes con alguno de sus murales de fondo recorren las redes sociales; además de ser el photocall de miles de bodas y comuniones que se celebran en la Capilla Nuestra Señora del Carmen.
Antoni Gabarre ha recorrido esta mañana con su furgoneta el poblado de Sancti Petri. Cada vez que lo hace, pasa por delante de sus pinturas. Ahora, las mira con cierta distancia. «Sigue en mí vivo el sentimiento de la memoria, mi amor hacia esto; pero estoy desapegado a estas obras. El estarlo hace que el ego desaparezca». Un amor a primera vista que surgió a finales de los ochenta. «Recuerdo que cuando llegué, estaba entero y con todas las casas en pie». Y como cualquier persona enamorada presume de su amor. «Me enamoró tanto que preparé un reportaje para hacer una exposición en Barcelona y en Hospitalet con el nombre 'Sancti-Petri, un pueblo que no quiere morir'. Allí la gente alucinaba con lo que había aquí», rememora el artista.
Querer y cuidar
«La gente me dice que por qué no tengo un cuarto aquí para las pinturas. Perdería mi esencia. Llego aquí, me tomo mi café, cojo mi furgoneta y me voy. No me llevo nada. Vengo y traigo, vengo y traigo, vengo y traigo«. Cuidar es la mejor forma de querer, no dejar más huella que todo aquello que sume. Ocupar un cuarto para sus pinturas sería alterar la naturaleza del mismo.
Ha viajado y pintado por medio mundo; pero en ningún lugar la luz es tan especial como en Chiclana. Llegó y se quedó. Venir desde la otra punta de la península le hace mirar las cosas de aquí con otros ojos. «Falta mucho que hacer y mucho amor por las cosas de aquí. Tenemos la naturaleza abandonada«, lamenta Antoni Gabarre. En Chiclana, no solo hay obras suyas en las calles de Sancti Petri; también por el centro de la localidad. «Todo lo que hay lo he hecho de forma altruista, no he cobrado nada; lo regalo a la ciudad». Es su manera de devolver lo que la sociedad le ha dado.
Nada más poner un pie en Chiclana, se unió al movimiento en contra de la presencia militar, que entre los años 1979 y 1993 había en el poblado de Sancti-Petri, y decidió repetir lo que ya había hecho en el barrio barcelonés de Sant Andreu años antes. «Durante las obras del metro de la línea 1, una parte del barrio se hundió y el Ayuntamiento quería demolerlo para hacer una gran avenida y nos opusimos. Plantamos un manzano y en la pared que quedaba de la demolición esa misma noche hice un mural», afirma. Con los años esa pared salvó a las casas típicas del barrio de la demolición. De hecho, el mural perdura todavía. La pintura como herramienta de reivindicación siempre ha acompañado a Gabarre.
Una promesa cumplida
Antoni Gabarre ha escrito un libro de relatos del mar: 'Cuentos e historias sobre el mar'. Durante el confinamiento, decidió escribir y mostrar su lado más íntimo. «A través de la escritura y la fantasía, pude sacar esa niñez que no tuve. Mi padre murió con siete años y mi madre se puso muy enferma. No tuve infancia. Quizás todo eso psicológicamente lo sacas fuera para darlo a conocer más tarde», reconoce. Fue en el colegio, cuando la llama del arte avivó en una etapa también complicada. «Estuve nueve años en el colegio y los nueve castigado. Mi hermano tenía un problema de salud y yo tenía que defenderlo». El profesor de dibujo vio algo en él y decidió ayudarle.
«Tenía siete años cuando le dije: «maestro, ¿qué puedo hacer para ser como tú?». Y me dijo: »mañana te contesto«. No dormí en toda la noche. Al día siguiente, apareció en clase con un paquete de hojas de papel. Me llama y me dice: «Antoni, esto es para ti. Un dibujo todos los días de tu vida», recuerda con nostalgia. A día de hoy, Antoni Gabarre ha pintado el equivalente a 680.000 hojas de folio entre los dibujos a papel, ilustraciones, murales…
Artista de récord
Cuando era joven, su tío siempre le decía que, cuando fuera mayor, le regalaría una moto, pero lamentablemente, falleció antes de que pudiera hacerlo. A Gabarre se le quedó grabado el reto de conseguir una moto sin pagarla así que empezó a darle vueltas al coco para ver cómo hacerlo. «Se me ocurrió hacer el pin motero de Harley Davidson más grande del mundo para la estatua de la libertad: un pin de 4 metros de largo por 3,45 de altura y de 2.500 kilos de acero». Una auténtica locura que a nadie antes se le había ocurrido. Un proyecto perfecto para el centenario de la marca motera. «A los 15 días, me llaman y me dan luz verde: Pin enorme a cambio de una Harley. Querían cambiar la connotación agresiva de la marca a una más amable y mi propuesta funcionó, pero se produjo el atentado de las Torres Gemelas y se suspendió toda la actividad que había». Sin embargo, el artista ya lo tenía hecho y se decidió colocarlo en la entrada del concesionario en El Puerto de Santa María, donde le dieron la moto y se puede visitar el pin.
Pero fue en Barcelona donde se planteó su primer Récord Guiness: Un mural en 48 horas sin parar de pintar, 2.200 metros cuadrados de seguido. Y no se conformó con eso, en la rotonda de la entrada de Chiclana está el metro más grande del mundo.
Su arte es de otro planeta. Literalmente. Invitado como artista representante de España a una exposición en Bolonia, llevó una retrospectiva de cómo era su visión del arte en el Paleolítico. Dos piezas que representaban de forma esquemática construidas en acero cromado al hombre y a la mujer. «Pensé: »qué guay estaría que estuviera en otro planeta la forma básica de cómo dibujaban los primeros pobladores de la tierra cuando se inventa el arte«, recuerda. Y como los primeros límites siempre se los pone uno mismo, decidió intentarlo y tirar la carta en la botella al mar. «Escribí a la NASA y me mandaron una dirección de envío. Allí están en un maletín de seguridad expuestas». En ese momento, se dio cuenta que no hacía falta crear desde Nueva York o desde otra gran ciudad, que desde un rinconcito como Chiclana podía hacer cosas grandes.
Su propósito, alegrar los días a los niños
Antoni Gabarre dedica ahora su vida al voluntariado. Intenta con la pintura alegrar los días a las personas. Ha pintado las paredes de la sala de Pediatría del Hospital de Jerez, pero el del Centro Médico de Los Gallos, en Chiclana, es una lucha en la que está inmerso desde hace dos años y medio y de la que no recibe respuesta alguna. «Antecedentes ya los tengo, ya saben lo que puedo hacer. Cuesta más que me den una cita médica. Por lo menos, que me digan que no porque choca que me ignoren. Si no gusta, se puede borrar. No hay nada que perder», explica.
«Con los dibujos, ellos se distraen y transmite paz. Es una forma de hacer unos espacios más amables; pero me doy cuenta que tengo que seguir aprendiendo, veo que no me entienden», lamenta. Tan solo quiere que le dejen el espacio y como no se lo dejan, ha decidido pintar la pared de fuera. Él pone su tiempo, pinturas y pinceles; todo para intentar, a través de su arte, alegrar el día a día de las personas.