CÁDIZ
El tranvía saca las primeras sonrisas
FIN DE LAS MASCARILLAS EN el TRANSPORTE PÚBLICO
Reina la naturalidad entre los pasajeros tras el fin de la obligatoriedad de la mascarilla en el transporte público: en el Trambahía son mayoría quienes deciden viajar a rostro descubierto
«Se me hace raro», confiesa Sandra, una joven empleada de seguridad del Trambahía: «Desde que he entrado a trabajar a las 7 he estado a punto varias veces de decirle algo, por costumbre, a pasajeros que iban sin mascarilla… pero no», dice asomando una tímida sonrisa bajo una braga del cuello con la que, además de combatir el frío, transiciona del embozo al estriptis facial. «Vaya, por mí, bien; un problema menos», remata esta.
Quienes sí lucen el cubrebocas son los revisores. Comenta Sergio que ellos, de momento, la van a seguir llevando «por dar ejemplo». «Creemos que aún es precipitado retirarla con tanta gripe y catarro en la población», además que, «nosotros, encima de que estamos expuestos durante todo la jornada laboral, nos dirigimos a los pasajeros y, por respeto a quienes deciden llevar la mascarilla, debemos mantenerla».
Lo cual no quita que este revisor avise a una señora que luce una FFP2 negra de que «ya se la puede quitar si quiere». A lo que esta replica, dubitativa: «Ah, no sé, bueno, yo me la dejo igual».
Y es que, como saben, es el primer día sin que sea obligatorio portar la mascarilla en el transporte público. Y si es una jornada especial para los usuarios de las líneas de trenes y autobuses clásicas ‒que después de casi tres años regresan a la normalidad‒, lo es aún más para el tranvía de la Bahía de Cádiz que, desde que se estrenara el pasado 26 de octubre, recoge las primeras sonrisas y demás muecas de su historia.
Del alivio al por si acaso
«¡Qué alivio!», exclama María, que lleva el embozo, «por si acaso», bajado a modo de barbiquejo. «Yo cojo el tranvía todos los días y estaba harta, deseando que la quitaran», expresa esta cartera que por su trabajo se desplaza en transporte público entre Cádiz, Chiclana y San Fernando.
No es el caso de Paco, quien se monta en la oruga verdiblanca en la parada de El Pinar de los Franceses, anunciando a bombo y platillo que él se baja «en El Pájaro, en El Pájaro». Confiesa al vecino de asiento, y de paso a toda el pasaje, que se deja la mascarilla «porque he estado constipaíllo y prefiero llevarla, no se vaya a contagiar nadie por mi culpa; además, me da igual, no me molesta, estoy acostumbrado».
Mas la gente por lo general parece bien informada de que hoy era el día D porque, desde primera hora, son muchos los pasajeros que se montan con la boca y la nariz al aire libre. Otros, los menos, se destapan el rostro al ver que el embozo ya no es tendencia en el interior del vehículo: se la arrancan mostrando un gesto de sorpresa alegre como de «Ay, que no me acordaba» o de «Ah, ¿¡que ya se puede!?».
La estimación en el Trambahía sale en torno a 70% de desenmascarados frente a un 30% de conservadores o 'mascarillers'. Los hay, como Conchi, que la siguen llevando «por costumbre», y como Mario, que lo hacen «por miedo a algún contagio». El porcentaje de nudistas faciales es alto para ser la primera mañana desde la expiración de la obligación gubernamental: y como dice María, revisora, «Irá a más, porque muchos la llevan por inercia».
Reina la normalidad: no se habla de mascarillas
Frente a lo que puede parecer por esta crónica, enfocada en el uso o no de la mascarilla por parte de los pasajeros, el cubrebocas no es trending topic dentro del Trambahía. Sorprende la normalidad con que los ciudadanos se han tomado el levantamiento de esta limitación.
Al menos, en el trayecto que este cronista hace de Cádiz a Chiclana y vuelta, no se habla apenas del asunto por parte de los usuarios, salvo que, evidentemente, uno les sacase el tema o les interpelase sobre la materia. Y eso que aquí en Cádiz, donde el paisano es de natural extravertido, dicharachero y campechano, se habla de todo con cualquiera
El tema principal de conversación sigue siendo el propio Trambahía. Tras tres meses y medio de funcionamiento, todavía hay mucha confusión con las paradas, horarios, transbordos, apeaderos, abonos recurrentes y, sobre todo, la dichosa validación de los billetes: tan cacareada por los altavoces del vehículo.
Que si cuánto te ha costado hacerte el abono en tarjeta buena (de plástico duro), que si vaya tela ayer que se averiaron otros dos trenes, que si para ir para Jerez te tienes que bajar en el Río Arillo para hacer transbordo, que si para ir al parque de los patos me tengo que bajar aquí o allá, que si 'las puertas bajitas' no se abren en Cádiz, etcétera.
Javier, futbolero, prefiere hablar de balompié y de las urgencias del Cádiz CF contra el Girona: «Sólo vale ganar», afirma tajante. Y seguidamente, en una conexión mágica, liga los trenes con Cataluña (no se tira por el Rodalies), para acordarse de Moisés 'Arteaga': exfutbolista de Cádiz y del Espanyol que fue premiado («qué casualidad», dice este con ironía) como el usuario 500.000 del tranvía. «¡Y yo he sido el primero sin mascarilla: que me he montado a las 6 para ir a currar al Pelagatos, pisha!», remata este gaditano.
Las dudas tranviarias con el rodaje del tiempo se irán despejando al igual que los rostros, que progresivamente se irán descubriendo hasta lograr la unanimidad desenmascarada. Problemas ferroviarios menores comparados con los de, por ejemplo, Cantabria, donde no tienen cabida estas discusiones porque directamente los trenes no caben en los túneles y los pasajeros, para ir de Santoña a Santander van a tener que hacer como los de la comparsa de Martínez Ares.