Cultura

El príncipe inca prisionero en Cádiz y el cementerio de gaditanos a 600 kilómetros de la Tacita

El libro de Francisco Benítez investiga acerca de la figura de Tupac Amaru y la relación de Cádiz con el Perú con el pueblo portugués de Peniche como histórico enlace

El calvario gaditano del último inca

Castillo de Santa Catalina. F. J.

Tupac Amaru es el primer símbolo indígena de las ansias independentistas frente a la Corona española en Latinoamérica. Este cacique local de la región de Surinama lideró la rebelión en el virreinato del Perú, y su fracaso conllevó el peor de los castigos, el reservado a los 'traidores': ejecución y descuartizamiento. Tupac Amaru II (serpiente resplandeciente en charrúa) es el origen de la identidad peruana, precursor de un movimiento que anidaría en el continente y posteriormente desarrollarían Bolívar, Miranda y tantos héroes de esta causa libertaria.

Pero el gaditano Francisco Benítez Aguilar se ha centrado en la figura de su hijo, Fernando Tupac Amaru, que con solo diez años tuvo que ver como castigo (su edad le libró de la muerte) la decapitación de su padre y su familia. Benítez, en su libro 'El príncipe inca, naufragio de un imperio', investiga sobre la figura de este joven que en pocos años vivió la destrucción de su hogar, el naufragio mortal del San Pedro de Alcántara y la pena de prisión en Cádiz, en el castillo de Santa Catalina.

«Es historia, no es novela», puntualiza Francisco Benítez, periodista de oficio ya jubilado pero quien no ha perdido ese afán investigador a sus 74 años. Accedió a este personaje y le dedicó parte de su tiempo con la intención de combatir a su vez la leyenda negra con la que se atacó al Imperio español. «Pero reconociendo los hechos. La explotación de los corregidores sobre los incas fue brutal», sin embargo, no todo es tal y como se ha contado, como refleja en su obra.

Sus pesquisas le llevaron al pueblo de Peniche, muy cerca de Lisboa, donde «hay un cementerio de gaditanos a más de 600 kilómetros» de la Tacita de plata. El navío San Pedro de Alcántara salía de Callao en 1784 con el príncipe inca a bordo, y naufragó frente a las costas portuguesas, costando la vida de 152 marineros. «He podido acceder a las actas y muchos de ellos eran gaditanos. El comandante ocultó la procedencia y el estado civil, pero en estas actas se puede ver como muchos eran casados en Cádiz, en la Isla de León... allí yacen muchos de nuestros paisanos».

Además, para ayudar en la tragedia también se desplazaron desde esta tierra un buen número de varones que ya se establecieron en Peniche y dejaron una larga descendencia. «Subió mucho la natalidad con la llegada de estos 'ayudantes'», asegura el escritor. La casa de Contratación envió dos fragatas y barcos menores para traer a los supervivientes y recuperar las caudales, pues el barco iba cargado de oro. «Entonces comprobaron que el tesoro era mayor que el declarado. Un caso de corrupción, cómo no. Y también hicieron la vista gorda».

La historia del joven Tupac Amaru continúa hasta llegar a Cádiz, donde estuvo recluido en el castillo de Santa Catalina (pudo haber sido en el antiguo hospicio, ahora el conocido edificio Valcárcel). Santa Catalina no era una cárcel como la de la fortaleza de San Sebastián, sino que acogía entre sus muros a militares de alto nivel y personajes destacados. Precisamente, a raíz del mencionado naufragio, «se creó la primera escuela de buzos, aquí en Cádiz, bajo la figura de Francisco Javier Goosens, con el fin de recuperar la riqueza del barco hundido».

Arriba, el lugar donde naufragó el barco San Pedro de Alcántara. Abajo a la izquierda el escritor Francisco Benítez Aguilar; a la izquierda, dibujo de Fernando Tupac Amaru.

Francisco Benítez ha 'buceado' en innumerable documentación y en archivos como los de los padres escolapios en Madrid. Ahí comprobó como el príncipe inca vivió como un privilegiado bajo la manutención del propio rey Carlos III, que le daba nueve reales diarios. «En esos papeles se recoge ropa, comida, pensión... y se acostumbró a esa vida. Podría decir que tenía una vida acomodada pero no, no se acomodó y siempre quiso más. Hasta que el monarca le cortó el grifo y acabó pasando penalidades». Nunca se habituó a su vida en Madrid y, tras ser diagnosticado de «melancolía hipocondríaca», acaba falleciendo. Y con él lo hace la dinastía directa del Imperio de los Incas.

Muestra esa carta que Tupac Amaru envió al rey, «en la que aseguraba que él no tenía culpa de ser hijo de quien era, como tampoco los cristianos podían cargar con la culpa de descender de Adán y Eva...». Los presos incas fueron puestos en libertad «después» de aquella de misiva.

Este arduo trabajo de investigación nace del interés personal de este gaditano, de su amor por la historia. Y quiere aprovechar para tratar dos cuestiones: primero, elogiar la honestidad y generosidad del pueblo de Peniche, que no tocó una moneda del barco naufragado y ofreció comida y alojamiento a los tripulantes que sobrevivieron. Y por otro, destacar «la vinculación histórica de Cádiz con el Perú», de la que apenas se ha hecho bandera desde esta ciudad.

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