50 aniversario Colegio La Inmaculada

Medio siglo formando gaditanos

El colegio La Inmaculada cumple 50 años y antiguos alumnos y profesores se reúnen para celebrarlo

De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Foto 1: El equipo fundador del colegio en 1972 (Maris, Antonia Casamitjana, Josefina Arozena, José Avella, Pablo Bravo, Josefina Canteras, Pedro Gallardo, Dolores Sibón y Francisca García de Veas. Foto 2: Un grupo de profesores en los años 80. Foto 3: Una de las clases de 6º de EGB en 1983. Foto 4: Profesores y alumnos en los años 70. Cedidas
Verónica Sánchez

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Corría el año 1971, «un grupo de militares se da cuenta de que tienen problemas, cuando vienen destinados a Cádiz durante el curso, para escolarizar a sus hijos. Y empieza un movimiento para crear un colegio que atendiese esas necesidades de los distintos cuerpos del Ejército, que entonces eran muy numerosos aquí porque estaba todo lleno de cuarteles y dependencias militares. En 1972 ese movimiento da a luz creando en los bajos de los pabellones militares, en la parte de los jefes, un pequeño colegio que atendiese estas necesidades. Comenzó un 22 de octubre de ese año y entramos una plantilla de ocho profesores estatales (seleccionados por militares a través de un concurso del Ministerio de Educación y con el director ya designado, Pablo Bravo), más una profesora de Religión contratada por Acción Social del Ejército», así explica Pedro Gallardo (Don Pedro para sus alumnos), el nacimiento del colegio La Inmaculada.

Don Pedro se convirtió una década después en director de La Inmaculada, puesto que ejerció hasta 1988, cuando recibió el encargo de volver a poner en marcha el colegio San Felipe Neri y, tras ello, fue director del colegio Carlos III. A sus 80 años recuerda con total precisión su época en La Inmaculada, donde también estudiaron sus hijas, al igual que entonces se sabía el nombre de los más de 1.500 alumnos que llegaron a conformar el colegio y conocía a sus familias.

Explica Don Pedro que el impulsor de La Inmaculada fue el capitán Miguel Sibón (padre de siete hijos) y que Acción Social del Ejército se ocupaba de poner el terreno, realizar la obra y pagar suministros, vigilancia, etc... «Recuerdo al capitán Sibón trabajando en la obra echando y cargando cemento incluso de noche para que diese tiempo a terminar las obras antes de que llegara el comienzo de curso», cuenta Carlos Sicre, que entró en sexto de EGB en el centro recién abierto en ese año 72. «Mis amigos y yo ayudábamos transportando cosas», narra.

De 200 a 1.800 alumnos

Los inicios no fueron fáciles. Unos 200 niños ocupaban las aulas de infantil a sexto de primaria porque no había alumnos de séptimo ni octavo. «Aquello era pequeño y las instalaciones no eran las idóneas ni tampoco la aclimatación», detalla Don Pedro. Pero ese grupo de profesores tan homogéneo como diverso consiguió unirse y remar todos a una, «teníamos una idea muy clara sobre nuestro papel allí y lo que teníamos que hacer». Al año siguiente hubo que aumentar la plantilla y la convicción, tanto por parte de los docentes como de los padres de los alumnos, de que «ese colegio no podía ser un gueto de hijos de militares aislados de la sociedad civil», hizo que se abriese a toda la sociedad gaditana, siempre con el derecho por parte de los hijos de militares «a entrar durante todo el año, sin problema de que no haya plaza», si llegaban con el curso empezado.

Acta fundacional del centro escolar. Cedida

Seis años después, ya con 600 alumnos, el colegio se trasladó a Cortadura, donde disponía de dos pabellones y un gran patio central (allí se encuentra actualmente y pertenece a la Junta desde hace más de una década). La Inmaculada en los años '80 llegó a tener 1.800 alumnos, con unos 50 por clase y entre cuatro y cinco líneas por curso. Y la plantilla de profesores alcanzó los 60 profesionales. «Siempre fuimos capaces de poner al equipo y a los alumnos por encima de nuestros intereses y forma de ser», asegura Don Pedro. Así fue como «un centro que al principio parecía que no iba a ser nada más que cuidar hijos de militares», se convirtió en un colegio de prestigio en Cádiz.

Don Sebastián fue profesor de La Inmaculada de 1973 a 1984. También su esposa, maestra de Educación Infantil. «La experiencia fue genial. No sólo porque acababa de terminar la carrera y llegué con mucha ilusión, sino porque el ambiente era muy bueno», detalla este maestro jubilado de 72 años que desarrolló el resto de su carrera en el colegio San Rafael. «El nivel del alumnado era muy alto», cuenta, «y jamás hubo un militar que se metiese en la labor que nosotros hacíamos».

Autoridad y respeto

Cuentan Don Pedro y Don Sebastián que el nivel de los alumnos de La Inmaculada era bastante superior al de otros centros. Y lo explican por varios factores, por un lado, unas familias con altas aspiraciones que querían que sus hijos tuvieran una buena preparación académica (en su mayor parte militares, profesores, inspectores de educación, abogados y profesionales liberales) y adquiriesen conocimientos y, por otro lado, una Ley de Enseñanza (la de Villar Palasí), que exigía y se preocupaba por dichos conocimientos, además, los alumnos venían de casa con «un sentido de la autoridad y del respeto muy grande».

Los tiempos han cambiado y las familias, los alumnos y las leyes ya no son las mismas, pero hay que tener en cuenta, como cuenta Don Pedro, que «en aquella época, al haber tantos niños en las clases, la relación con el alumnado se daba desde la autoridad, porque mantener el orden y la atención en tantos niños es complicado. Entonces no podías hacer muchas condescendencia a eso que ahora está hoy de moda, la amistad entre profesor y alumno».

Los años '70 y '80 no fueron fáciles. «Nos encontrábamos en un momento en el que la sociedad española estaba en plena eclosión y en el colegio teníamos unas familias muy clásicas», explica Don Pedro. Además, la profesión de profesor, «estaba acostumbrada a tener unos criterios y tenía que ir cambiando aceleradamente». Todo eso, cree el director, «fue uno de los motivos que nos hizo sentirnos más unidos, apoyados unos en otros para sacar las cosas adelante».

Don Sebastián (izquierda) y Don Pedro (derecha), en la actualidad. Antonio Vázquez

Orgullosos de sus alumnos

Recuerdan como llegaron a recibir un aviso de bomba, en aquella época dura de ETA. Y también momentos divertidos, como las interminables sesiones de evaluación con la señorita Purificación cambiando de opinión sobre las notas para favorecer a los alumnos. «Se sopesaba mucho lo que se iba a conseguir, sobre todo a los que estaban en octavo y en la evaluación de septiembre. Es verdad que debían tener un mínimo de conocimientos pero a veces puedes estropear más a una criatura por hacerle repetir que por pasarle y eso se miraba mucho», narra Don Sebastián. Al tiempo que recuerda con cariño los viajes de fin de curso con más de 100 alumnos recorriendo la Península Ibérica.

Ahora, décadas después, cuando se encuentran con sus antiguos alumnos, sienten una gran alegría. «Lo primero porque ellos se ponen muy contentos al verte y después porque ves que has hecho una persona que contribuye a la sociedad. Están en buenas profesiones, se ven entre sí, se ayudan».

Un grupo de antiguos alumnos en la puerta del colegio cuando aún estaba en Los Pabellones, junto a la playa de La Caleta. Antonio Vázquez

Recuerdos «maravillosos»

La periodista Mónica de Ramón es una de estas alumnas. Empezó en segundo de EGB cuando el colegio se abrió y al centro también acudía su hermana. «Mis recuerdos de aquella época son muy entrañables», cuenta, y narra divertida cómo su madre se asomaba al balcón para regañarlas cuando estaban en el patio. Recuerda que todas las mañanas se izaba la bandera, que los finales de curso los celebraban en el Gran Teatro Falla y que tenían clases extraescolares de inglés, baile o guitarra. «Yo me apuntaba a todas», ríe.

Cuenta Mónica que tuvo unos profesores «maravillosos» a los que respetaba y respeta tanto que, a día de hoy, es incapaz no llamarles de usted, como «Don Pedro, Don Juan, Don Sebastián o la Señorita Puri». «Nos trasladaron sus conocimientos de forma generosa, con una docencia muy amable», asegura. Y que los compañeros del colegio todavía siguen quedando todos los veranos para verse.

No tiene mucho contacto con sus antiguos compañeros Jesús Sibón, ahora ingeniero técnico industrial, que estuvo desde preescolar hasta 8º de EGB en La Inmaculada, a donde ingresó en 1977. Pero recuerda con especial cariño a Don Diego, el profesor de Gimnasia, gracias al que descubrió el balonmano, deporte en el que llegó a formar parte de la selección provincial. También, como no podía ser de otra forma, a su tía, Lola Sibón, profesora de La Inmaculada, que nunca llegó a darle clase (Don Pedro también asegura que nunca quiso dar clase a sus hijas). Habla de «profesores muy buenos», como Josefina, Purificación o Don Juan Luis y alguna excepción, como «un profesor de Sociales al que teníamos miedo porque nos pegaba o un cura castrense, profesor de Religión, que nos tiraba de la patilla».

Carlos Sicre, de la primera promoción de La Inmaculada, ahora es gestor de unos apartamentos turísticos en Vistahermosa. Habla con mucho cariño de su colegio. «Tengo unos recuerdos magníficos» y rememora las clases de Gimnasia en La Caleta. Carlos sigue recordando «batallitas» de aquellos años con sus compañeros, con los que mantiene bastante contacto. Seguro que el próximo 5 de noviembre se contarán muchas de esas anécdotas del colegio porque esa noche los antiguos alumnos de La Inmaculada celebran una cena en la Residencia Militar La Cortadura para festejar el medio siglo de un centro que cambió para siempre sus vidas formando los cimientos de las personas que son hoy en día.

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