con 'c' de cádiz
«Cuando cojo vacaciones me parece que estoy haciendo algo malo»
carlos lópez galván. hostelero
Carlos regenta desde hace tres décadas y media el Liba, un legendario café que vive entre los gaditanos desde 1938 y que pasa por su tercera generación dando lustre a una señorial calle Ancha que «ya no es lo que era»
El Liba es un sitio de paso, de un señor paso, como esos que ya no se ven tanto por el ego del cargador gaditano, ese que a veces es para echarle de comer aparte. Pero vayamos con Carlos, y vayamos con él porque Carlos es una especie en extinción. Gracias a él Cádiz sigue siendo lo poco que queda de Cádiz. Su negocio, el de su abuelo, lleva en pie cerca de un siglo a pesar de los pesares.
Carlos López Galván (Cádiz, 1966) ha crecido al albur de un destino, su destino, que embellece el corazón de una ciudad que es lo que es gracias a él aunque él no lo sepa. El Liba es una arteria más de una ciudad que cada vez palpita menos por mucho que siga existiendo el café de siempre, el que su abuelo tostaba a las claras del día para un paisanaje que ha cambiado el 'buenos días, caballero' por el 'pisha' foráneo de los cruceros.
A pesar de todo, y de todes, Carlos, junto a su hija María, sigue al frente de un negocio que da vida a una calle que se la quitan por cada pasada que da el calendario. El Liba fue, es y será patrimonio de un Cádiz que se va pero seguirá siendo. Gente como Carlos nunca debería de dejar de existir. Por el bien de su gente, lo primero, pero por Cádiz, lo segundo. 'Uno con leche, por favor'.
-El Liba, un mítico de Cádiz. ¿A quién hay que estar agradecido?
-Esto es un negocio familiar y yo soy la tercera generación. Lo abrió mi abuelo, después estuvo mi padre y ahora yo, que llevaré aquí algo más de 35 años.
-Fundado en 1938, se dice pronto.
-Digo. Este año va a hacer abierto 85 años.
-¿Cuáles son sus primeros recuerdos del Liba? Supongo que con su abuelo.
-No, no. Yo a mi abuelo no lo conocí; cuando era pequeño yo ya recuerdo a mi padre aquí. Mis recuerdos son desde chico. Aparte, yo estaba en el colegio San Felipe Neri, el de aquí de Cádiz del Oratorio, y claro, yo estaba prácticamente todo el día aquí porque mi madre ayudaba a mi padre en el bar. Y bueno, yo hasta almorzaba aquí. Y después me iba a jugar a San Antonio antes de volver al colegio porque entonces había clases mañana y tarde. Recuerdo que antiguamente tocaban una campana como aviso para volver a clases y entonces mi padre no pegaba un chillido a los tres o cuatro amigotes que vivíamos por el barrio y nos íbamos corriendo para las clases.
-O sea, que su familia vivía por esta zona.
-No, no. Nosotros vivíamos por la parte del Mercado. Relativamente cerca, siempre por el centro.
-¿Y ya esas edades y mientras veía a su padre trabajar detrás de la barra pensaba que algún día sería usted el que llevase el bar?
-Bueno.... No creas. La verdad es que yo en esa época no le prestaba mucha atención al negocio en sí, ni al bar. Yo me dedicaba a jugar en la calle y poco más (risas). Yo me hice cargo de esto a medida que veía que no me gustaba mucho estudiar ya que era un poquito flojete para los libros. Y claro, antiguamente no te dejaban pensártelo mucho. '-¿Vas a estudiar? -No. -Pues a trabajar'. (risas)
-Jajaja
-No había otra en esa época.
-Buen café se ha tomado aquí de siempre. ¿Es usted muy cafetero?
-Sí, claro, El café en esta casa tiene mucha tradición desde siempre. De hecho, mi abuelo tostaba su propio café en una sartén grande que aún tenía mi padre por ahí. Lo hacía con unas aspas, que era con las que lo tostaba. Sí, de siempre ha tenido el bar fama de poner buen café. Se ha cuidado mucho el tema del café.
-¿Es más importante la marca o saber hacerlo y servirlo?
-Ambas cosas, pero la marca claro es que importante. Nosotros siempre hemos trabajado mucho con Saimaza; yo no recuerdo haber tenido nunca otra marca de café. Algunas veces probamos con alguna, pero nunca se nos ha parecido. Siempre hemos optado por esta porque, aparte, la clientela tiene hecho el sabor a ese café y no lo puedes ir variando mucho. La leche también la cuidamos mucho porque es básica. Hay ciertas leches que, al calentarla, le da cierto sabor al café que lo puede cambiar o trastornar.
-Lleva cerca de cuatro décadas al frente del Liba y ha visto pasar la vida por aquí, el corazón de la ciudad, más de medio siglo. ¿Cómo ha cambiado la clientela, el gaditano, la calle Ancha, Cádiz?
-Pues mira, cambiar no creo que haya cambiado mucho. Pienso yo. Hombre, antiguamente, la calle Ancha era mucho más comercial de lo que lo es ahora; estaba Galerías Preciados y había muchísimas tiendas alrededor de ese centro comercial. Todo fue a menos a raíz del cierre de Galerías Preciados. Y bueno, actualmente hay un poco de todo; hay una lavandería, un supermercado, pero la verdad es que tiendas hay poquitas: tal vez un par de tiendas de ropa. Se ha enfocado más en la hostelería; pienso que motivado por el turismo. En ese aspecto sí ha cambiado mucho la calle y las costumbres.
-¿Cuál es la temporada alta del Liba?
-Esto gracias a Dios siempre ha mantenido una línea. Aunque su temporada fuerte antes era la Semana Santa, cuando pasaba por aquí la carrera oficial.
-Ahora entraremos en ello.
-Jajaja. Al margen de eso, esto siempre ha mantenido una línea. El verano también ha aumentado bastante.
-Sobre todo los días de Levante, que puede ser de los pocos hosteleros de Cádiz al que no le venga del todo mal por eso de que el turismo se desplaza al centro.
-Se nota, se nota cuando el turismo no va a la playa y se queda por el centro. También ahora hay muchísimo más turismo por el centro en verano; yo recuerdo hace tiempo cuando se quedaba muerto el centro llegado el calor. Todo se trasladaba al Paseo Marítimo, ahora ya no. Ahora viene otro tipo de turismo porque se busca más cosas que sol y playa. Vienen mucho buscando un turismo más cultural y gusta mucho el centro. Por ejemplo, hay mucho turismo que está pasando unos días por la provincia y viene a pasar uno a la capital. La verdad que de treinta años a ahora se nota una barbaridad ese cambio que estoy comentando. Para mejor.
-De siempre me ha gustado esa especie de colección de botellines que tiene sobre el mostrador. ¿A que se debió la iniciativa y desde cuándo están presentes en el decorado del café?
-Eso es una idea que viene de mi suegro, que era un coleccionista nato porque las tenía de todo tipo. Esa colección de botellines las tenía él en su casa y cuando yo hice aquí la última reforma, hará unos veinte años cosa así, me dijo que traérnosla para el bar porque en casa decía que estaba estorbando. Me decía que al ser muy curioso al bar le iba a dar mucha vista.
-Por lo que a mí respecta, llevaba razón. No han sido pocas las veces que me he quedado 'entortao' observando la vitrina en la búsqueda de un balín en concreto. Algo parecido a '¿Dónde está Wally?' mientras me echaba un café en la barra.
- Pues eso (jeje). La pusimos ahí y aunque yo la incrementado un poquito más, la gran mayoría son de mi suegro Manolo Bass, un gran coleccionador. Tenía colecciones de botellines, de mecheros, de llaveros, de sellos, de monedas. Le gustaba mucho coleccionar y, claro, esto es lo que le cogía más sitio (jaja).
-¿Qué aprendió de su padre a la hora de llevar este negocio?
-Principalmente, yo considero a los clientes mis amigos; con ciertos se coge mucha amistad. Y sobre todo, mantener una línea. Mi padre me dijo 'tú no te salgas nunca de esta línea; sé formal, constante y no habrá problemas'. Y en esto he estado más de treinta años y le sigo intentando hacer caso en ese tema.
-Una labora muy sacrificada la suya.
-Lo es. La hostelería es muy sacrificada.
-¿Tiene hijos?
-Sí, tengo dos. Niño y niña.
-¿Y...?
-Mi hija María es la que me ayuda de vez en cuando y aunque está estudiando auxiliar de veterinaria, viene por aquí mucho a trabajar. Y el otro también está estudiando y viene de vez en cuando a ayudarme en el bar. Pero vamos, que yo les tengo dicho: 'Ustedes estudiar, que después la vida ya dirá'. Esto te come mucha vida, muchas horas; por lo menos este tipo de hostelería. Si no es trabajando es preparando y organizando papeles y demás. Es muy sacrificado. Yo me he pasado toda la infancia de mis hijos trabajando y prácticamente sin disfrutarlos. Y yo soy un privilegiado porque cierro los domingos, los días de fiesta salvo a lo mejor Carnavales o Semana Santa que sí trabajo. Vamos, que entre comillas soy un privilegiado de la hostelería porque así me lo he querido montar. Así que si ellos estudian y optan por otra salida les diré que habrán hecho bien y que han sido inteligentes.
-Vamos, que no se sienten en la obligación de heredar el negocio.
-Ni mucho menos. Yo les aplaudiría si deciden tomar otro camino.
-Pero sus pinitos están haciendo.
-Bueno, quizás a la niña le puede gustar algo más que al otro.
-¿Qué estudia su hijo?
-Biotecnología.
-Antes hemos pasado de puntillas por el tema de que la carrera oficial ya no pase por Ancha. ¿Cómo le ha afectado al negocio?
-Hombre, se nota. Se nota no estar ya en el cogollo. Aparte, este siempre ha sido un sitio de referencia en la Semana Santa. Primeramente porque era un sitio de quedar. Lo típico. '-¿Dónde nos vemos? - En el Liba'.
-Pues sí que es una pena, algo que considero culpa de las propias cuadrillas de cargadores, que se pegaban tres días en Novena y luego se marcaban los 100 metros lisos hasta llegar a los Italianos.
-Es que hasta para las propias cofradías El Liba era un sitio estratégico. Por ejemplo, muchas cofradías me dejaban aquí los plásticos por si les llovía en pleno desfile y no tener que ir hasta la iglesia de turno. Aquí me han dejado también faroles que a lo mejor se les rompía por el camino, o varillas... Me acuerdo de algunas presidencias de alguna hermandad que venían a procesionar algún mando importante y que nada más que hacía hasta la carrera oficial y después se iba. Y claro, se terminaba aquí y le decían 'deja la vara en El Liba y ya mañana venimos a por ella'. Y me juntaba ahí dentro con siete u ocho varillas (risas).
-Vamos que en Semana Santa tenía aquí montada su propia y peculiar casa hermandad, ¿no?
-Algo así (risas).
-¿Y ha sido hermano de alguna cofradía?
-Sí, yo soy de Columna, donde he salido de pequeño y donde también he cargado hasta que el trabajo me lo permitió. Soy el hermano número 0, un mal síntoma porque indica que ya soy viejo.
-Está hecho usted un chaval, hombre.
-(Risas) Muchas gracias.
-Antes le he preguntado si podría haber o no una cuarta generación que siga con el negocio, pero le haré otra pregunta. Al ser el Liba ya un establecimiento señero de la ciudad, ¿no se ve un poco en la responsabilidad de mantenerlo en la historia cuando le toque jubilarse?
-Yo eso antes no lo pensaba, pero a medida que me voy haciendo mayor me voy dando cuenta de que esto ya es una enseña de Cádiz. De hecho, al bar lo nombraron Bien Inmaterial de Cádiz junto a otros comercios como el freidor de Veedor y otros míticos que están como protegidos; no protegidos porque no nos dan 'ná' (risas), pero sí como reconocidos. Por lo menos, nos nombraron reconociendo la de años que llevamos abiertos.
-¿A qué se debe el nombre de El Liba?
-Liba viene de libar, de beber. La idea se la dio Gitanilla del Carmelo a mi abuelo, que vivía en la misma calle Plata, aquí en Veedor, la primera a la izquierda. Eran vecinos y se conocían mucho. Y cuando él cogió esto no sabía qué nombre ponerle y la idea se la dio esta mujer, con la idea de eso, de libar, de beber, de pararte a tomar una copita e irte; un poco así como hacen las abejas al chupar el néctar de las flores.
-Mira, qué arte. ¿Cuántos año le queda para jubilarse?
-Yo creo que me quedarán unos diez años. Si esta gente no cambian las leyes ni pasa nada raro, yo creo que con los 67 ya me estaré jubilando. Va a estar a poquito de cumplir los cien, pero estaría ahí, ahí. Por lo menos vamos a luchar llegar trabajando hasta los 67 y después ya dependerá de las ganas que me queden (risas compartidas).
-No ha llegado al siglo aún, pero ha vivido una pandemia. ¿Ha marcado un antes y un después esta última epidemia?
-Sí que lo ha habido. Yo antes tenía aquí reuniones que eran de personas mayores y a raíz de la pandemia cambiaron sus costumbres y ya no han vuelto. ¿La pandemia? Pues la pandemia la pasé como todo el mundo, con mucha incertidumbre. Al tener un negocio no se pasó bien porque había que cerrar por fuerza y no se sabía muy bien cómo iba a terminar. Al principio dijeron que iba a ser quince días y nos lo tomamos como una especie de vacaciones pero cuando los quince se fueron a más vinieron las preocupaciones de qué hacer con el negocio. Que si cerraba, que si la baja, que yo no había estado de baja en mi vida. Y claro, era una incertidumbre tremenda hasta cuando dijeron que se podía abrir que abrí del tirón. Se abrió con miedo porque había mucho riesgo de contagios, pero es que no había otra. A mi empleada la mantuve en ERTE hasta que la situación lo permitió, pero por lo menos yo abrí, que era lo que quería.
-¿Un hostelero de toda la vida como lo es usted echa de menos trabajar cuando descansa o está de vacaciones?
-A mí lo que me pasa es que cuando cojo vacaciones me parece que estoy haciendo algo malo; es que como si tuviera una cosilla en la barriga que me dice 'uh, uh, que me quitao de en medio, me escaqueao' (risas).
-Jajaja ¿Cuándo suele cerrar?
-Solemos cerrar unos quince diítas en octubre.
-¿Y dice que se siente mal esos días?
-¡Nooo! (risas), pero es verdad que los primeros días me siento raro; ya después me acostumbro y me encuentro bien (jajajaja).
-En definitiva, que con todo el sacrificio que supone llevar un negocio de hostelería al día, le gusta lo que hace.
-Si, hombre. Claro que sí. Me gusta, me gusta. Yo tengo muy buenos amigos aquí y me lo paso muy bien. Yo disfruto la hostelería; es sacrificada, tiene sus pegas como cualquier otro trabajo pero resulta gratificante estar con los amigos; viene uno, viene otro y me entretengo. Y así paso la vida, entre charla y charla.
-Como esta por ejemplo, que ha sido un verdadero placer. Muchas gracias.
-A ti.