La contracrónica
La bravura de Esturión y los apuntes de Morante
No parece que sea el De la Puebla un torero afortunado en los lotes. Y el domingo se volvió a demostrar
Morante sublima el toreo de frente en Sanlúcar de Barrameda
Volvió a lucir sus mejores galas la coqueta plaza de El Pino de Sanlúcar de Barrameda, que se cubrió en más de tres cuartas partes de su aforo, para celebrar su tradicional corrida de toros en la Feria de la Manzanilla. Y para ello, un cartel de relumbrón, Morante, De Justo y Ortega, con el que se saciaban los paladares exigentes de los más conspicuos aficionados. Una terna de toreros que sabe interpretar el toreo en toda su plenitud de pureza y aderezarlo, además, con el relámpago del duende y la inspiración.
Festejo que vino marcado por el áspero y encastado juego de los toros de la divisa gaditana de El Torero, que salvo el primero, manso y huidizo, mostraron un juego variado e interesante, nada fácil para los matadores. Aunque una general falta de fuerzas menoscabó durante todo el encierro el brío de sus acometidas.
El punto culminante de la tarde se vivió durante la lidia del quinto, Esturión, n.º 77, de 470 kilos, negro de capa, al que se le concedería el superlativo premio del indulto tras derrochar un torrente de bravura, casta y emoción. Cierto es que su salida no resultó nada halagüeña, pues se quedó muy corto bajo el capote de Emilio de Justo y sólo se dejó pegar bajo el peto en un accidentado y breve encuentro con la cabalgadura.
A partir de ahí, respondería presto y alegre a los sucesivos cites con que De Justo interpretó un lucido quite por arrebatadas y ceñidas chicuelinas, y acudiría raudo al reto rehiletero, tercio en el que destacaron Ángel Gómez y Pérez Vlacárcel, con pares de mucha exposición y reunidos en la misma cara de la res. Inició el trasteo el extremeño con unos rotundos, largos, dominadores ayudados por bajo, en genuflexa posición, que el toro siguió con entrega y avidez.
El toreo en redondo se proclamó hilado y emotivo, mientras el animal parecía que se quisiera comer el engaño con una embestida palpitante y humillada. Más enganchado resultaría el primer intento de toreo al natural, cuando el encastado ejemplar pareció ganar la batalla. Pero tras una lid sobria, recia, de mucha exposición, Emilio De Justo consiguió encauzar aquel caudal de bravura y ya los naturales se sucedieron hondos, poderosos y rebosantes de plasticidad. Desde ese momento se empezó a generar el murmullo de un indulto que vino a premiar con justicia la incansable, exigente y vibrante embestida de un encastado animal.
Con larga cambiada, delantales, chicuelinas y media verónica cuajó un variado saludo capotero Emilio de Justo a su primer oponente, un toro de embestida franca y larga de salida. Que empujó en varas con bravura, de donde salió con la locomoción disminuida, rémora que mermaría su acometer en el último tercio, prodigando las pérdidas de manos y quedándose desesperadamente corto. Imposible por el pitón izquierdo, donde se colaba con estrépito, sólo permitió el esbozo de series en redondo en las que el diestro pudo correr la mano con templanza y extraer algún muletazo estimable. Tras una estocada algo trasera y tendida se le concedió el primer trofeo de la tarde.
No parece que sea Morante un torero afortunado en los lotes. Y el domingo se volvió a demostrar.
De escaso recorrido, pocas fuerzas, con tendencia a la huida y a acostarse por el pitón izquierdo, poco pudo hacer con el que abrió plaza. Aún así, la mágica muleta de Morante de La Puebla pareció obrar el milagro de zurcir cuatro redondos armónicos y consecutivos.
Pero hasta ahí llegó el espejismo que el toro se encargó pronto de opacar. Tampoco el cuarto, con embestida pegajosa y con tendencia a derrotar en los remates, permitiría al de La Puebla estirarse con el capote. De corta y rebrincada embestida, con tendencia a perder las manos, obligaba a un trasteo a media altura y de mucha exposición.
Morante lo entendió a la perfección hasta cuajar una meritoria tanda de naturales y otra intermitente de derechazos, que remató con un majestuoso pase de pecho, en enjundioso alarde de valentía, esfuerzo, técnica y temple. Torería a raudales que alcanzó su cenit en un tramo final de faena de gran estética y emotividad, donde se sucedieron muletazos frontales en los que ofrecía el pecho con pureza y vaciaba las embestidas en la cadera con elegancia. Molinetes, ayudados por alto, por bajo y torero desplante constituyeron brillante preámbulo al borrón de la rúbrica de un bajonazo.
Un recibo a la verónica de aroma clásico con la pierna flexionada y unos doblones por bajo de torero sabor, durante la lidia de su primer enemigo, significaron lo más destacable de la labor de Juan Ortega. Ante toros ásperos e incómodos, que tendían a cabecear a la salida de los muletazos y cuyas embestidas se verificaban escuetas e inciertas, el de Gerena pareció perderse entre la espesura de enganchones e intentos fallidos de toreo. Torero de una clase descomunal, capaz de lo sublime, da la impresión de afligirse a veces ante la alineación fatídica de circunstancias hostiles.
Y con la triunfal salida a hombros de Morante de La Puebla y Emilio de Justo se ponía fin a un festejo que será recordado por los apuntes toreros del primero, el legítimo triunfo del segundo y por el justo indulto de un gran toro de El Torero.