Utrera
Diego Barragán Suárez, un quiosquero de los de antes
Junto a su esposa Rosa, este utrerano regentó durante varias décadas el emblemático «quiosco Rosita»
Hubo un tiempo en el que los quioscos se convertían en auténticas ventanas al mundo, donde a través de las revistas y de los diarios era posible conocer qué pasaba más allá de las fronteras utreranas, en una época en la que la comunicación no tenía nada que ver con los medios que tenemos a nuestro alcance en estos días. Utrera ha contado en las últimas décadas con quioscos que forman parte del imaginario colectivo popular , uno de ellos es el quiosco Rosita, que afortunadamente en la actualidad sigue abierto, permitiendo soñar sobre todo a los más pequeños.
Diego Barragán nació en Utrera, pero se trasladó muy pronto a Sevilla para no volver hasta los 18 años, donde comenzó a trabajar en el comercio de envases. En el año 1954 conoce a la que sería su mujer, Rosa, que le cambiaría la vida y con la que se casa en 1956. La familia de su mujer regentaba un quiosco de madera que se ubicaba donde hoy se encuentra el bar «El Trébol», cuando la plaza de abastos se encontraba en la plaza de la Constitución.
Después de la riada de 1964 se edifica el quiosco Rosita de nuevo y se ubica donde se encuentra en la actualidad, con un diseño que incluso incluía rótulos luminosos . El nombre del quiosco estaba dedicado lógicamente a la mujer de este utrerano, que desde aquel momento uniría su destino a estas cuatro paredes en pleno centro de Utrera.
Diego Barragán reconoce que en aquellos primeros tiempos, «lo que realmente movía dinero era el contrabando. Por las noches cuando cerraba el quiosco iba en bicicleta hasta Puerto Serrano donde compraba paquetes de tabaco de «El Cubanito» o «Medalla de Oro», que después se vendían en Utrera». Nos referimos a un tiempo en el que algo tan simple como un chicle, era de contrabando.
La prensa era otra de las ocupaciones de Diego en el quiosco, e incluso recuerda como «vendía 1.000 Teleprogramas a la semana». A esta oferta se unían revistas de todas las clases y todo tipo de chucherías, en una ocupación que le llevaba gran parte del día. « Era un trabajo muy duro , se abría a las siete de la mañana y había días en los que no se cerraba hasta las tres de la madrugada». El utrerano recuerda como en otros tiempos los hábitos de los utreranos eran bien distintos, siendo la plaza de la Constitución el centro de las actividades de la mayoría de los utreranos, que la tomaban como punto de partida para iniciar sus paseos, que terminaban en el monumento a Don Clemente, en la plaza de España.
Tras más de 25 años de trabajo en el quiosco, en 1978 Diego abandonó su trabajo en el quiosco para comenzar una nueva ocupación en la empresa Abengoa, estuvo un periodo tratando de compatibilizar las dos ocupaciones , algo que le resultó imposible. «Tengo ocho hijos y ninguno de ellos se quiso quedar en el quiosco, porque era un trabajo muy duro, en cuarenta años que estuvimos mi mujer y yo trabajando en él, solo cerramos un día, el día que murió mi cuñado».
Cuando Diego se encuentra delante del quiosco en el que tantos años ha trabajado , se le escapa de manera inevitable una mirada de nostalgia y confiesa que hubo un tiempo «en el que soñaba todos los días con el quiosco».