La Madreña: asturiano, pero poco
Al margen del debate sobre la asturianía de la casa, lo cierto es que manejan buen género y en general lo tratan adecuadamente
Tiene propietario asturiano , su nombre es asturiano y presume de ser un restaurante asturiano. Pero no lo es. Al menos lo es poco. Con la única excepción de un largo apartado de cachopos, esa variante del san Jacobo que por desgracia mucha gente está empeñada en convertir en símbolo de la cocina del Principado, apenas hay indicios de cocina asturiana en esta casa: fabada, chorizo a la sidra, carne de ternera «roxa» o arroz con leche. Incluso los callos, que en la carta se presentan como de Cangas, están hechos a la madrileña. Si fueran al estilo de allí estarían cortados en trozos pequeños y no llevarían morcilla ni chorizo como estos. Incluso en el postre se ofrecen filloas, nombre gallego, en lugar de frixuelos , que es como se conocen en Asturias. Por el contrario encontramos en la carta cordero lechal, cochinillo, hamburguesas , lubinas de estero, anchoas de Santoña, bacalao, merluza del puerto gallego de Burela, atún rojo mediterráneo de Balfegó, e incluso un helado idiazábal en vez de cualquiera de los quesos de la mayor mancha quesera de Europa. La Madreña no es, por tanto, un restaurante que podamos considerar puramente asturiano a diferencia de otros varios que funcionan, y muy bien, en Madrid.
Este establecimiento del paseo de la Castellana es el tercero con el mismo nombre. Su propietario, José Luis Rodríguez, ya tiene otros dos funcionando desde hace años en Arganzuela y Legazpi . Este es el más ambicioso, situado en el enorme local que durante tantos años ocupó el Hispano, tiene capacidad para 130 comensales y una decoración actual en la que la madera y la piedra tienen gran protagonismo. Además del comedor cuenta con una barra con carta propia, donde se puede desayunar desde las ocho de la mañana con churros hechos allí mismo.
Al margen del debate sobre la asturianía de la casa, lo cierto es que manejan buen género y en general lo tratan adecuadamente. Probamos unos buenos tomates raf almerienses con ventresca y cebolla morada (16 €), unas cremosas croquetas de jamón ibérico (10), unos espárragos trigueros de Guadalajara bien tratados en la plancha, o los antes citados callos (11) que, al margen del debate sobre si son o no de Cangas, están francamente buenos, con la melosidad que requieren. Curiosamente, uno de los pocos platos genuinamente asturianos, la fabada (13), decepciona por completo. Sosa, deslavazada, con las fabas rotas y un compango bastante regular. Otras entradas son la ensaladilla rusa con bonito del norte (9,50), el calamar de potera a la romana (15,50), o el chorizo a la sidra (10,50), que se somete a una cocción de doce horas.
Prescindimos de los cachopos, una elaboración que no nos interesa nada, y optamos por un entrecot de ternera asturiana. Muy tierno, en su punto, pero algo justo de sabor. Probamos también el bacalao al horno (23), un lomo de calidad que se rompe en láminas y está en su punto de sal. En los postres, francamente buena la tarta de queso (7,50) mientras que el arroz con leche (7), otra vez lo asturiano, resulta muy mejorable. Correcta sin más la carta de vinos. Y un servicio amable, aunque algo falto de rodaje.
Lo mejor: La tarta de queso.
Precio medio: 55 €.
Calificación: 6.
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