La visita
Actualizado:Se sospecha que la Iglesia tiene los siglos contados. El Papa ha conseguido movilizar a un millón de españoles. Un éxito de público al que hay que añadir el personal triunfo diplomático de nuestro breve huésped. Benedicto XVI ha mostrado por igual la firmeza de sus convicciones y la exquisita cortesía de sus modales. Además, ha hecho algo aún más difícil que lo que ha logrado Federer, que es frenar a Nadal: ha conseguido frenar a nuestros obispos.
Lo tenía difícil el suplente del anterior Pontífice, pero su sucesor demuestra que él también sabe tender puentes, incluso donde no hay más que una orilla. Juan Pablo II era un titán y además un gran actor. Benedicto XVI sólo podría desempeñar el papel de acomodador. Es un teólogo eminente, o sea, según el diccionario, un dominador de la extraña ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones. El Sumo Pontífice es también una persona sumamente sagaz y en muy poco tiempo ha demostrado que así como el fútbol no se acabará con la retirada de Zidane, la fascinación de las multitudes no se ha acabado con la muerte de Juan Pablo II.
Como es natural, ha dejado claro que es partidario del matrimonio tradicional, o sea, entre un hombre y una mujer y ha llamado a esta unión «maravillosa realidad indisoluble». Verdaderamente tiene mucho mérito convivir durante años y años con una persona que no es de la familia. ¿Cómo no va a defender el Papa las tesis de la Iglesia? Lo admirable es que lo haga sin reprocharle nada al Gobierno que procura sustituirlas. Lo cierto es que ha aplacado, de momento, a nuestro combativo alto clero. Hay en este planeta dos mil millones de personas que se declaran cristianos, si bien, como dice José Antonio Marina, «con diferentes intensidades personales». La necesidad de consuelo no está en decadencia.