Orgullo nacional
Actualizado: GuardarLa derrota de la Selección española frente a Francia en el Mundial fue especialmente dolorosa, porque muchísima gente había depositado en ella grandes expectativas como uno de los símbolos más emotivos de una España de la que se sienten orgullosos. Perder contra nuestros vecinos gabachos lo hizo aún más humillante, aunque algo se podría mitigar si ganan hoy el Mundial. Quien esto escribe se siente español, aunque también y en primer lugar, miembro de una especie cuyos problemas, esperanzas, gentes o naturaleza me son muy próximos. También me siento europeo, gaditano, andaluz, madrileño, verato o salmantino, sin que ello me haga sentir menos español que el que sólo se define o siente así. Para los que padecimos el franquismo, fue una sorpresa la imagen que la prensa internacional, sobre todo la norteamericana, tenía de los socialistas cuando llegaron al poder en el 82, a los que designaron como «jóvenes nacionalistas» (NYT).
El viejo Régimen había usado y abusado tanto de los símbolos de la patria que parecía haber acaparado en exclusiva el sentimiento nacional. Nos costó deshacernos de los prejuicios y sacar pecho. Arrastrábamos la sensación humillante de un país pacato, poco demócrata, pobre, ignorante, poco aseado y bajito. La Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona del 92 fueron la puesta de largo de un nuevo y a la vez viejo país, en vertiginosa transformación, que perdía sus complejos a la par que anidaba en él un nuevo nacionalismo cargado de orgullo.
De aquel inútil disimular el origen más allá de los Pirineos de los años de plomo, se ha pasado a viajar por Europa con la banderita en la mochila o el bolso y lucirla a la menor ocasión. Como los nuevos ricos que somos, la presencia de españoles en los destinos turísticos es tan apabullante que en el puente Rialto, la torre Eiffel, el Duomo, San Pedro o Picadilly Circus, es absolutamente imposible no tropezar con un grupo de españoles que a poco que reconocen comienzan saludarse a gritos con las banderas en ristre.
El fenómeno afecta a gentes de todo el arco político a pesar del uso interesado que la derecha pretende hacer siempre de los símbolos de la patria. Y es que, desgraciadamente, aún colean los restos del fascismo que se enseñorea de la bandera para insultar y amenazar a otros que no piensan como ellos, sea en manifestaciones como la de la AVT en Madrid o contra Carrillo en Sevilla.
Es verdad que tenemos muchos motivos para estar orgullosos, e incluso, para ser moderadamente nacionalistas. Se me ocurren algunos: hemos llegado a la democracia sin sangre, somos europeos, crecemos desde hace años más que nuestro entorno, donamos más órganos por habitante que nadie, somos un reducto de libertad de prensa, referencia de libertades, derechos individuales o de acogida de los inmigrantes, más solidarios con el tercer mundo con cada presupuesto que se aprueba, etc. Es verdad que tenemos también muchos problemas, por ejemplo, el de que algunos no se sientan españoles a pesar de serlo o que no tengamos una selección nacional a la altura de nuestro orgullo. Habrá que aplicarse con la cantera, a ver si ganamos el próximo mundial y se lo pondremos más difícil a los que sueñan con ucronías nacionalistas periféricas.