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Eloísa Zilbermann, con el libro que lee durante el Pleno. / A. VÁZQUEZ
CÁDIZ

Eloísa ya no sufre por amor

La concejal de Juventud se entretiene con lo último de Lucía Etxebarría en el Pleno, mientras otros bostezan sin disimulo o aprovechan para ordenar sus enseres

TEXTO: MABEL CABALLERO / FOTO: ANTONIO VÁZQUEZ / CÁDIZ
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Y luego dicen que los políticos son incultos. Que confunden a Saramago con Sara-Mago, a Rubén Darío con un delantero del Real Madrid o que le dan más patadas al diccionario que Zidanne al balón reglamentario, por seguir con los símiles del fútbol. Para desterrar todos esos tópicos hay que acudir al Pleno municipal gaditano y observar a la concejal responsable de Juventud, Eloísa Zilbermann, leyendo -mientras sus compañeros de oposición o su propia jefa toman la palabra- el último libro de Lucía Etxebarría, Ya no sufro por amor. ¿No dice Mario Vargas Llosa que la vida sin literatura no merece la pena ser vivida? Pues eso ha debido pensar la concejal, que cuando fue pillada in fraganti por el fotógrafo no dudó en posar orgullosa junto al objeto de sus desvelos e inquietudes culturales. No debajo de un almendro, como diría Jardiel Ponciela, sino en el mismo salón de plenos.

Claro que cada uno pasa el tiempo como puede. Su compañera de banca, Ana Peral, aprovecha esos pequeños ratos de tedio para colocar el bolso, un tema que no es baladí, como diría Sebastián Terrada, sino de vital importancia para que una mujer encuentre algo cada vez que mete el brazo en esa inmensa jungla en que se convierten las carteras. Sin llegar a la obsesión de la madre de Amélie Poulain, Peral demostró ser una mujer de lo más organizada.

En los bancos de enfrente, las mujeres socialistas combatían el calor y el aburrimiento -que todos ya asumen hasta en sus discursos-, con prácticos abanico. Carolina Camacho, en color burdeos, y Marisa de las Cuevas, en verde chillón, mientras a Rafael Román se le escapaba algún bostezo sin el menor disimulo.

A otros, en el acaloramiento de su discurso, lo que se les escapa es algún taco -como Terrada- o deslizan involuntariamente algún sustantivo subido de tono, como Ignacio Romaní, a quien la lengua le jugó una mala pasada ayer al hablar de «mariconería industrial». Menos mal que estuvo hábil de reflejos y rectificó: «Perdón, marroquinería industrial».

Pero para comportamiento ejemplar, el de Evelio Ingunza. No se ríe como Mercedes Colombo cuando la oposición explica sus argumentos. No bosteza como Román. Limita sus llamadas por el móvil. No hace aspavientos y trata, de todas las maneras posibles, de no dormirse. No claudica ante la tentación de la camisa de manga corta y no se equivoca a la hora de levantar la mano en las votaciones. Una joya de concejal.