Toros

Una plaza generosa

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La corrida de Murube salió desmochada hasta la exageración. Además de eso, exageradamente mansa. Los dos toros de Pablo Hermoso rodaron sin puntilla y tras estocadas cobradas al primer embroque de muerte. En los dos casos se desmontó y apeó al salto Pablo con descaro y hasta echó rodilla en tierra en un desplante mientras agonizaba el segundo. Como si se le muriera en las manos el toro poco a poco. El quinto rodó como si volcara tras brevísima agonía. Un estertor de toro lo mismo estomaga que dispara el corazón.

Aquí se volvió loca la gente. Loca de alegría. Espléndida, espontánea, tan volcada como el toro recién vencido, la gente hizo cuestión mayor de pedir las orejas y el rabo para la estocada, la faena, la cosa entera. Cedió el palco y concedió. Cuatro orejas y un rabo se llevó de premio Pablo Hermoso de esta corrida que cada año se le sirve en Pamplona como un gran festín. Pero no hubo materia prima. La racha impecable del hierro de Murube en la de rejones de San Fermín vino a truncarse en este día. Un rabo, cuatro orejas y dos más para Sergio Galán en el último toro y con el más deslucido de los seis. Pero también Sergio acertó con la espada y que no quedara por falta de orejas.

Tantas fueron. Seis. Estuvieron de más casi todas. Pero se pidieron las seis. Y si un toro llega a llevar tres, las tres piden. Una liquidación. Ninguno de los dos toros de Pablo Hermoso salió bravo ni nada parecido. Pablo no fue el mejor librado de los tres toreros en el sorteo, pero sí el de más recursos para buscar en cada toro lo que había de fondo y para rebañar en él. El quinto de corrida, que quiso saltar como todos los otros y se fue de los engaños en el tercio de castigo, se estiró en banderillas pero sin encelarse propiamente.

Hermoso sacó a Chenel a escena y con él galopó templado de costado y por las dos manos; con él se metió por dentro en galope a dos pistas que no atendió el toro; y con Chenel hubo de arriesgar al fin en los medios y llegar tanto que hasta salió rebotado. Como el toro se resistía, la faena se hizo más morosa de lo normal, enojosa por larga. No fue sencilla la busca. Pero al público ya se había prendado de los alardes y la cintura de Chenel. Lo que vino después se vivió como una fiesta y dio lo mismo que no lo fuera. Para matar Hermoso sacó a Sármata, ese caballo mexicano que nunca le falla. Pero es que antes de embrocarse para clavar el rejón fatal, Hermoso se adornó con las cortas y se soltó de manos en dos descolgadas por libre. Circenses. Emotivas porque, si no lo sujeta un estribo, Pablo sale volcado y volando. Pablo prefirió ponerle a ese toro dos rejones de castigo. Con uno habría sobrado.

Lo mismo pasó en el primer turno: dos de castigo y no afortunados, pero es que hubo que cazar al toro y sorprenderlo porque se huía, no se fijaba, barbeaba las tablas. La forma en que Hermoso midió las medias embestidas en falso del toro fue maravilla de tiento y toreo a pulso.