El horror, a diez metros bajo tierra
«He sacado a una niña de siete años muerta», relata Alfonso, un testigo de la tragedia
Actualizado:Alfonso pudo ver restos humanos, sangre por todas partes y a una mujer desesperada que buscaba a su hija en medio de la humareda. Fueron los instantes posteriores al descarrilamiento. El azar quiso que contemplara la muerte a escasos diez metros de distancia. Su convoy, que circulaba en sentido contrario, no sufrió daños y fue rápidamente evacuado. Sin embargo, reaccionó instintivamente y corrió por las vías para auxiliar a las personas atrapadas.
«Después del chispazo se escuchó una fuerte explosión y luego todo fue humo», explicó Alfonso entre sollozos, justo antes de sufrir un ataque de ansiedad. Su relato era estremecedor. «He sacado a una niña de unos siete años; sólo he podido sacarla muerta», repetía. Todavía se encontraba en el lugar de la tragedia y no podía dejar llorar. Sin embargo, reunió fuerzas para proseguir. «He ayudado a rescatar a la gente del vagón. A unos veinte, no lo sé seguro. Aquello... estaba muy mal. Muy mal». Con esas palabras resumió el horror que entrevió a diez metros bajo tierra antes de que aparecieran la policía y los servicios de res cate.
Gritos en el vagón
El cuadro era terrible. Los pasajeros gritaban dentro del vagón, donde sobresalían piernas y manos ensangrentadas. A Alfonso le quedó impreso en la retina un cadáver decapitado. Camino unos metros y concluyó su relato sentado en un portal, mientras el personal sanitario intentaba calmarle. En cuanto recogió su mochila de peregrino fue evacuado en ambulancia a un hospital de Valencia.
Las calles Mora de Rubielos, Roig de Corella y Uruguay, contiguas a la plaza de España, se convirtieron en un hervidero de familiares de víctimas, vecinos y curiosos. En los primeros momentos del accidente, los viandantes valencianos no salían de su estupor al encontrarse de repente con personas que asomaban por la boca del metro conmocionadas. «La policía y la Guardia Civil y nos obligaron a evacuar la estación», relató una mujer.
En los hospitales de campaña se vivieron momentos de tensión. Los familiares de las víctimas se derrumbaban a medida que confirmaban la magnitud de la tragedia. Una hora después del descarrilamiento podía verse a un matrimonio de edad avanzada abrazado junto a la boca de metro de Jesús.
Algunos supervivientes eran incapaces de hablar. Así ocurrió con una viajera que había salido ilesa junto con su hijo. Los dos acabaron agolpados contra el perímetro de seguridad que estableció la policía. Nadie tenía valor para rememorar lo que acababa de contemplar.
La irrupción de las ambulancias y las sirenas vehículos policiales se mezclaron con los llantos de los supervivientes. La imagen se repitió en el Instituto de Medicina Legal de Valencia, donde los familiares recibían asistencia psicológica antes de les tocara el turno de identificar los cadáveres.
Llegaban en autobuses de la empresa municipal de transportes y entraban en el edificio cogidos del brazo, con la confusión grabada en el rostro, y siempre acompañados por un policía. En los hospitales ocurría lo mismo. «Estoy buscando a mi hermano Juan. No me han dicho dónde está», decía una joven.