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LA COLUMNA

Quiénes son los culpable del dopaje

LUIS IGNACIO PARADA/
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En la película La bicicleta, de Ghislain Lambert, coproducción franco-belga rodada hace seis años, se cuenta la historia de un hombre que nunca llega a saborear las mieles del triunfo y se queda en un simple gregario. Lambert era un ciclista aficionado, muy apreciado en su región, que cuando se convirtió en un profesional se dio cuenta de que o aceptaba engullir e inyectarse toda clase de fármacos o quedaría para recoger tubulares. Y en eso se quedó. La cinta fue una anticipación de lo que pronto ocurriría en la vida real y por entonces ya se empezaba a sospechar.

Tres de los cinco corredores que han ocupado el podio del Tour de France en los últimos tres años, cinco de los siete que lo hicieron en la Vuelta a España y dos de los siete que se clasificaron en los tres primeros puestos del Giro de Italia están implicados en dopaje. Todos ellos han utilizado sustancias que desarrollan los músculos, aumentan el volumen de oxígeno disponible, modifican la presión arterial, acrecientan los impulsos nerviosos, incrementan el ritmo cardíaco, provocan la secreción de adrenalina, permiten resistir mejor la fatiga. A punto de comenzar la Vuelta a Francia, quizá la prueba deportiva más inhumana de todas las que existen, la que exige un esfuerzo físico más demoledor, se ha sabido que los dos principales favoritos para el Tour han sido expulsados de la carrera por aparecer en el sumario de la Operación Puerto. Ahora, a toda prisa, los organizadores se rasgan las vestiduras como si ellos no fueran los responsables últimos de ese desastre en el que han convertido un bello deporte: un sucio negocio bajo la coartada de un espectáculo.

Lo son porque ellos son los que diseñan los trazados, eligen las cumbres que hay que remontar, deciden qué patrocinadores mueven los hilos de las ciudades elegidas como metas, eligen los hoteles, la logística, el avituallamiento. Lo que hacen los ciclistas, al final, es el único camino que les queda para no ser Ghislain Lambert.