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PARRILLA. El circuito de Indianápolis, durante el gran premio del año pasado.
Polideportivo

Incierto regreso a Indianápolis

Tras el esperpento del año pasado, con sólo seis coches en pista por la guerra de los neumáticos, el circuito americano podría desaparecer del mapa de la F-1 en beneficio de Las Vegas, China, India o Rusia

TEXTO: JOSÉ CARLOS CARABIAS / FOTOS: REUTERS / EFE / INDIANÁPOLIS
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Si la televisión representa un termómetro del interés general, se puede asegurar que la Fórmula 1 apenas despierta un átomo de pasión en Estados Unidos. Se encuentra en apogeo la Liga de béisbol, se sigue con atención el desarrollo del Mundial de fútbol de Alemania (los partidos en directo por la Espn, resúmenes, debates), funciona un amplio despliegue del draft de la NBA que ha coronado al italiano Andrea Bargnani número uno de su promoción y por el efecto de Lance Armstrong tiene su hueco la previa del Tour de Francia, con los escándalos de dopaje a cuestas.

Los periódicos de la costa Este hablan de golf, de balances sobre la liga nacional de hockey, de la Indy Car. Ni palabra de la Fórmula 1. Ni reseña en breves de Fernando Alonso. Todo lo contrario de lo que sucedió en Canadá. Hay que llegar hasta Indianápolis, en el estado de Indiana, patria chica de Larry Bird, para descubrir que este fin de semana se va a celebrar aquí una carrera de F-1 con un español al mando de las operaciones.

Y es que el año pasado se juntaron el hambre con las ganas de comer. La afición menos entusiasta con el mayor fiasco de los últimos años de la F-1. El plante de todos los equipos Michelín y la ridícula fotografía de sólo seis coches en la parrilla de salida. Renault, McLaren, Williams, Toyota, Red Bull, Honda y Sauber adujeron que no podían garantizar la seguridad de sus pilotos con los neumáticos que habían llevado a Indiana. Ralf Schumacher se estrelló el viernes en la curva más rápida del Motor Speedway y todo derivó en un plante.

Más de 130000 espectadores se quedaron sin gran premio. Ecclestone pidió a Briatore una ayuda para salvar el negocio, pero el italiano eligió la integridad de sus pilotos. Al día siguiente, las portadas de medio mundo no eran de champán, podio, Schumacher, ni velocidad en curva, sino de la salida. Sólo seis coches y catorce plazas vacías.

Un año después, la disputa continúa entre sobreentendidos. Bernie Ecclestone, patrón del negocio, y Tony George, jefe del circuito oval, son los gallos de la pelea. La renovación del contrato pende de un hilo y Ecclestone no se ha detenido en la diplomacia. Ha girado hacia una línea dura, diciendo que la F1 no necesita una parada en los Estados Unidos.

«No pasaría nada si no hay un gran premio en Estados Unidos -ha dicho el gran Bernie en el Times-. No perderíamos ningún patrocinador y tampoco contratos de televisión. Tenemos más espectadores en Malta que allí».

Ecclestone ya anunció en el invierno que sopesaba la idea de realizar una carrera en Las Vegas en sustitución de Indianápolis. Habló de un trazado urbano por la principal calle de los casinos. Pretendientes no van a faltar para su negocio. China, India y Rusia aspiran a organizar un festival de F-1 y Ecclestone no es un tipo al que le tiemble el pulso. Irá allá donde vea un surtidor de dólares.

El pulso de Ecclestone choca, sin embargo, con las pretensiones comerciales de las escuderías. Ferrari ha declarado por boca de su director Jean Todt que «Estados Unidos representa el principal mercado de venta de nuestros coches». Y Norbert Haug, el hombre fuerte de Mercedes en McLaren, ha remarcado con absoluta claridad que «nosotros somos una compañía germano-americana y nos gustaría que siguiera habiendo dos grandes premios en Norteamérica».