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Editorial

Otra frustración

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La eliminación de España en octavos de final de la Copa del Mundo de Fútbol ha provocado una nueva frustración colectiva en torno a un deporte que concita, además de grandes intereses económicos, una reacción en cadena de los sentimientos y las emociones como ningún otro espectáculo de masas.

Y en nuestro país, con un brillante palmarés en competiciones de clubes pero un más que precario balance histórico de la selección nacional, es cierto que la cita de Alemania había suscitado moderadas esperanzas, aunque también alguna euforia desmedida. Aunque el fútbol es así, según repiten sus protagonistas, pasado el duro trago del partido frente a Francia, la explicación del fracaso español no cabe achacarla al azar, la mala suerte, la falta de inspiración o a un mal día.

Siendo cierto que en el deporte todos estos factores pueden afectar al resultado final, también lo es que cuando existe una rigurosa preparación de las bases del deporte y una profesionalización de sus responsables, tarde o temprano llegan los éxitos. Lo hemos podido comprobar en otros eventos, otros deportes o en las mismas Olimpiadas. El fútbol tiene responsables, y bien acomodados por cierto, para tomar decisiones acertadas o dejar paso a otros.

Por muchas estructuras o burocracias que hayan prendido en el deporte rey, el masivo apoyo popular, la ilusión con la que millones de aficionados han seguido los pasos de la selección, es todo un reto ante el que la Federación Española debe dar la cara. Caben múltiples consideraciones sobre el fútbol español y sus futbolistas, pero no menos relevante ha sido el fenómeno social que se ha vivido en torno a nuestra participación en este Mundial.

Habría que remontarse dos o más décadas para encontrar un seguimiento tan caluroso de la selección nacional, tan numerosas expediciones para asistir a los encuentros en ciudades germanas y, porqué no decirlo, tanta exhibición de los colores de la bandera española.

Esto último, aunque sólo merezca la categoría de síntoma, tiene más relevancia que habernos quedado, como siempre, a las puertas de cuartos de final. Pero los síntomas, como los gestos y los símbolos, han de ser interpretados razonablemente para ponerlos en valor.