Ha muerto Pedro Caro, un defensor profesional de la vida JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
Actualizado:Transcurridos varios días de su fallecimiento y cuando aún siguen resonando los ecos de las voces de tantos amigos que lamentan su desaparición, queremos levantar acta de la deuda de gratitud que muchos gaditanos hemos contraído con el testimonio personal, con la labor intelectual y con el trabajo profesional de Pedro Caro, un hombre cabal, un trabajador incansable, un marido modelo y un padre ejemplar. En estos días he cambiado impresiones con muchos de sus colegas y amigos, y todos han coincidido en valorar, además de su entrega al trabajo profesional, su alta preparación científica, su esmerada cualificación técnica y sobre todo, su calidad humana.
Recuerdo con emoción y con gratitud nuestra última conversación en la misma puerta de la Facultad de Filosofía y Letras sobre su peculiar manera de concebir y de vivir las tareas médicas. «No sé -me decía- si a ti te parecerá una obviedad o una paradoja, pero te confieso que, para mí, la medicina tiene que ver mucho más con la salud que con la enfermedad, con el bienestar que con el dolor y, sobre todo, mucho más con la vida que con la muerte». Cuando le comenté estas palabras al doctor Pablo Román, con un evidente tono de broma me dijo que es lógico que estas afirmaciones las hiciera un ginecólogo cuya especialidad tiene por objeto, no una enfermedad, sino una simple función biológica como es la de dar a luz a un ser humano.
Pero es que, Pedro Caro, hombre extrovertido, despierto y atento, era un gaditano que poseía una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Impulsado por un afán enciclopédico y dotado de un espíritu inconformista, era, sobre todo, un cultivador de la amistad. Él defendía que su tarea como médico, además de ser una labor científica, era una actividad social y un ejercicio de intercomunicación personal orientado por ideas, por teorías, por ideologías y, en consecuencia, por palabras.
Por eso abordaba su trabajo con una actitud humana y humanitaria, y, por eso, explicaba y aplicaba las convicciones que orientaban su conducta sobre la vida y sobre la muerte, sobre la salud y sobre la enfermedad. «Yo parto de dos supuestos -repetía una y otra vez-: primero que la vida humana es un valor inviolable porque posee una dignidad sagrada, y segundo que el enfermo es el factor fundamental en la tarea médica y, por lo tanto, ha de ser atendido y entendido, observado y estudiado, escuchado y comprendido».
En mi opinión el rasgo más característico de su rica personalidad fue su particular sentido del servicio que debía prestar a la sociedad. Por eso mostraba su conformidad con la afirmación de que el médico ha de ser un guía y un acompañante; y el ejercicio de la Medicina -ciencia, arte y profesión- ha de ser un diálogo en su sentido más etimológico.
Aunque, siempre me impresionó su vitalismo, su entusiasmo y su tenacidad, en estos momentos de dolor, prefiero resaltar, sobre todo, su talla humana, su altura ética, su amplitud de miras, su fino sentido del humor, su optimismo esperanzado, su probada honestidad, su sencillez sin fingimiento y su amabilidad sin ficción.
Servicial, atento, comprensivo y luchador, Pedro Caro, un maestro en la ciencia y en el arte de las relaciones interpersonales, nos ha transmitido un mensaje de serenidad, de esperanza y de fortaleza.
Que descanse en paz.