Siglo y medio con las botas puestas
Se cumplen 160 años del aniquilamiento del Séptimo de Caballería a las órdenes del general Custer en Little Bighorn
Actualizado:George Armstrong Custer vivió toda su vida en términos de epopeya, persiguiendo la gloria como los santos persiguen la virtud. Murió joven y en combate, como los héroes griegos, junto al río Little Bighorn, en el territorio de Montana, donde consiguió incluir su nombre en la leyenda a pesar de brindar a la caballería azul, la de los centauros del pañuelo amarillo y los dos sables cruzados en la gorra, la mayor derrota desde Appomattox hasta la colina de San Juan. Custer, como Sansón, se dejaba caer la melena rubia hasta los hombros y se la atildaba con esencia de canela. Durante la Guerra de Secesión adoptó una chaqueta de húsar atravesada por botoneras de plata y en las praderas se adornó, sobre el uniforme reglamentario, con una guerrera de ante vuelto terminada en flecos y en-traba a la carga al son de la Garry Owen, una marcha irlandesa, empuñando un sable que, como las navajas españolas, llevaba grabada en la hoja una leyenda: «No me saques sin razón, no me envaines sin honor». Su perfil de halcón y su enorme bigotazo de duelista dibujaron el arquetipo del soldado de la llanura pero, en realidad, Custer fue el último de la clase en West Point, donde acumuló 726 deméritos. Fue un militar exhibicionista inflamado de romanticismo tan torpe en estrategia como largo en valor que si tenía que elegir una táctica optaba por cargar de frente y por las buenas: sus tropas registraron el mayor número de bajas en sus pírricas victorias durante la guerra al confederado. Consintió en seguir tratado de general a pesar de que cuando acabó la contienda volvió a sus galones de teniente coronel, con los que murió, y comprendió que la gloria le esperaba en las guerras indias del oeste. Se llevó a la campaña a sus perros de caza, el favoritismo de la prensa y dejó un ojo en Washington. En la matanza de Washita liquidó a las mujeres y los niños, un indio era un trofeo para su sable labrado. Pero la fortuna, como a Sansón, le volvió la espalda cuando visitó al peluquero. Para combatir el calor de Montana se peló la melena y compareció en el campo de Little Bighorn sin sus rizos. La mayor confederación de sioux y cheyennes que jamás se agrupó aniquiló en la praera a todo el Séptimo de Caballería.
Aquella jornada, los indios capturaron muchos caballos herrados para sus reatas, sin embargo los blancos alimentaron el mito de que un solo animal sobrevivió a la masacre: el zaino Comanche del capitán Keogh, que vivió otros quince años desfilando sin jinete en las conmemoraciones patrióticas de Estados Unidos.
Hoy se enseña disecado en la Universidad de Kansas, dentro de una vitrina de cristal.