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LOS PELIGROS

La ciudad del embudo

MANUEL J. RUIZ TORRES/
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Se celebró, con intrascendencia, el debate anual sobre el estado de la ciudad. A imagen del debate nacional, sin la enjundia de los grandes reproches en portada, a algunos les tienta trasladar a lo local sus ajustes de cuentas pendientes. Y como en esta ciudad nos conocemos todos no es extraño que acaben en lo personal. Lo peor que se puede decir de este debate es que seguimos sin enterarnos del estado real de la ciudad. Poco cabía esperar ahora si ya en un debate más decisorio, como el de los Presupuestos, no se concretan las inversiones y se despacha a la oposición con un «ya se irán ustedes enterando». Está planteado en términos propagandísticos, lo cual no es en sí mismo malo, siempre que no se mienta por exageración, ocultación o apropiación, pues conviene dar a conocer lo que se hace para, como dijo García Agulló, «implicar a la opinión pública a través del debate». Otra cosa es que la práctica niegue ese objetivo.

Para empezar, el tono. Nos parece una profunda falta de respeto a la institución municipal y a los gaditanos que la votamos que un político como José Blas convierta el Pleno en su particular Club de la Comedia, y con la mirada al tendido de incondicionales, se permita chascarrillos y chistes que no admitiría sobre sí mismo, ya sea sobre un asunto privado como la formación religiosa de Román, ya sea apodando de caniche, con sobrado ingenio escolar, al secretario local de un partido con el que, según la alcaldesa, se quieren alcanzar acuerdos. ¿Cómo participa la opinión pública en este tipo de debates?, ¿aplaudiendo los chistes?. Más grave aún es que Teófila, desde la presidencia, no cumpla su papel de dirigir y moderar los debates, y no sólo no corrija al gracioso, recordándole dónde está, sino que le ría las gracias.

Tampoco amonestó a José Loaiza cuando, sin más prueba que un «me imagino que habrá habido comisiones», acusó a Román o a su entorno de un grave delito en la adjudicación del Hotel en Varcárcel, un proyecto que a pesar de su proyección económica en un barrio tan necesitado de inversiones como La Viña, no termina de ser asumido con normalidad por el equipo de gobierno, receloso de que sea una idea del ahora candidato socialista. Sorprende esta deriva calumniosa en un político hasta ahora cumplidor que, además, es abogado. Recordarán como el propio Loaiza remitió, en julio de 2005, un acta notarial previa a una querella criminal a Román para que rectificara la acusación de que su bufete mantenía relaciones profesionales con Enrique Arroyo, acusado entonces de asustaviejas. Sorprende esas dos varas de medir, porque si denunciar la relación del bufete con el empresario sugería injustificadamente, como ya defendimos aquí en su momento, un trato de favor, está claro que atribuir un delito imaginado a alguien es una calumnia. También Teófila acudió a la vía penal cuando se la responsabilizó de las irregularidades en Zona Franca. Con este precedente debió censurar tajantemente esa alusión y desmarcarse del juego sucio en política, aunque la beneficie. ¿Qué se quiere, que la opinión pública siga diciendo, generalizando, que los políticos, y especialmente los socialistas, son unos ladrones? ¿Es eso implicarla en el debate?

La sesión trajo, como gesto a agradecer, una invitación de la alcaldesa al consenso. Curiosamente se propuso sobre materias cuya competencia principal está en manos de otras administraciones: empleo, vivienda, infraestructuras. Así es fácil. El consenso será más creíble cuando se asuman otras maneras de dirigir los debates, desde la presidencia, más neutrales en las formas, y cuando se proteja a todos los concejales de insultos y calumnias, con independencia de su filiación. Y debería empezarse, desde luego, por consensuar los asuntos propiamente municipales. Para empezar, el calendario de modificación del PGOU, sacándolo de las fechas de confrontación electoral. Y el Reglamento de Participación Ciudadana. Y consensuar el acceso de la oposición a la información municipal, penalizando las falsas respuestas que remiten a otra respuesta, más adelante, que no se produce casi nunca. Así el consenso propuesto sería creíble.