Epílogo de una vida tormentosa
Humberto II no lo quiso como sucesor. Víctor Manuel de Saboya ha pisado de nuevo la cárcel; permanece en arresto domiciliario tras ser acusado de corrupción
Actualizado: GuardarSi hay un pretendiente descalificado de antemano para ocupar un trono fantasma, éste es Víctor Manuel de Saboya. Por una razón muy simple: poquísimos de sus compatriotas le estiman, mientras que casi todos le desprecian. «Sí lo sé -reconoce el interesado-, en Italia, en determinados círculos, cuando se quiere hablar mal de alguien, se habla mal de mí». El problema es que se refiere a los círculos más devotamente monárquicos. Imaginen el resto. Tan contundente cita no corresponde a un texto aparecido esta semana. Su publicación data de 1992 y con esas palabras introducía el historiador Juan Balansó el capítulo de la Casa Real de Italia de su libro Los reales primos de Europa. Un nuevo escándalo ha salpicado al príncipe. La semana pasada fue detenido acusado de delitos de corrupción. Salió de la cárcel, pero se encuentra en arresto domiciliario.
Los Saboya son en su origen -que se remontan al siglo XI- una dinastía francesa que muy pronto centró su interés en el norte de la península que hoy es Italia. En 1861 Víctor Manuel II es proclamado primer Rey de Italia manteniendo el numeral saboyano en su nombre. Y las armas de la dinastía que reinaría sobre Italia, seguirían siendo las de Saboya, vinculadas al reino sardo. Víctor Manuel se vio sucedido por su hijo, Humberto I, en 1878. Los veintitrés años de su reinado se vieron marcados por sus sueños imperiales que se vieron frustrados en Etiopía en 1896 y acabaron con su vida a manos de un anarquista en 1900.
La historia de la Casa de Saboya está marcada por el reinado de Víctor Manuel III, entre 1900 y 1946. Él vio llegar la marcha sobre Roma de los fascistas de Mussolini y se sumó a ellos. Y por ellos, en 1936, fue proclamado emperador de Etiopía y rey de Albania en 1939. De la mano de Mussolini, en 1943 perdió esas dos coronas ganadas con rapidez y en 1946 tuvo que abdicar la corona italiana en su hijo Humberto II y exiliarse en Alejandría. La vida del Rey Humberto puede resumirse diciendo que reinó 32 días y pasó exiliado 36 años.
Su exilio transcurrió en Cascais, cerca de Lisboa y de su hermana Juana, reina madre de los Búlgaros, de los condes de Barcelona y de los condes de París entre otras regias personalidades. Pero muy lejos de su mujer e hijos que se instalaron en Ginebra. Al amparo de la reina María José creció su único varón, Víctor Manuel, con una vida con frecuencia desenfrenada.
Pasado lleno de sombras
Víctor Manuel ya pisó la cárcel en 1978, durante casi dos meses, a causa de un incidente nunca aclarado en el que un joven murió de un disparo. El príncipe italiano fue inculpado y finalmente absuelto. Para entonces su relación con su padre lleva años rota. Desde mucho antes de que en 1971 contrajera matrimonio religioso con Marina Doria, su padre no había ocultado su oposición al casamiento.
Pero Víctor Manuel estaba dispuesto a casarse a toda costa. Así que en diciembre de 1969, un mes antes de su boda civil en Las Vegas depositó en un notario ginebrino dos folios con sendos decretos reales que firmó como Víctor Manuel IV. En el primero acusaba a su padre de haber aceptado «ilegítimamente» el referendo de 1946 sobre Monarquía o República porque «la institución monárquica no podía ser sometida al juicio popular». De ello entendía que su partida hacia el exilio constituye inequívocamente la abdicación del Reino y en esa lógica afirmaba que «le sucedo en la condición de soberano virtual del Reino de Italia». En el segundo documento, primero de su reinado, afrontaba una misión para el bienestar de los italianos: «Nos, Víctor Manuel IV, Rey de Italia, decretamos que a Marina Doria Ricolfi le es concedido el título de duquesa de Santa Ana de Valdieri. Dado en Ginebra, el 16 de diciembre de 1969».
El rey Humberto no asistió a la boda de su hijo y nunca se retractó de su desaprobación. Sí asistió al bautizo de su nieto Manuel Filiberto y Víctor Manuel quiso presentar aquello como una reconciliación. Si lo fue, en verdad resultó efímera, pues el distanciamiento marcó el resto de su vida.
Testamento
Tan desesperado estaba el rey Humberto con lo que representaba su hijo, que si bien nunca anunció formalmente que no heredaría los derechos dinásticos y que estos recaerían sobre su primo Amadeo de Aosta, sí hizo un testamento en el que desposeía a Víctor Manuel de todos los signos de soberanía que él había retenido. Su Casa acababa con él. Así por ejemplo, la abadía de Hautecombe era entregada a los benedictinos y los archivos históricos al Estado italiano. Como albaceas testamentarios nombró a sus dos sobrinos Simeón, rey de los Búlgaros y Mauricio, Landgrave de Hesse, además de a su hombre de confianza Guibert d'Udekem.
Los dos sobrinos fueron los encargados de cumplir con el último mandato de Humberto: ceder al Papa la propiedad de la Sábana Santa, que pertenecía a los Saboya. Humberto II no tuvo ninguna duda. Antes que su propio hijo, bautizado en la fe católica, prefirió que fueran un sobrino ortodoxo, Simeón, y uno evangélico, Mauricio, los que entregaran el sudario de Cristo al sucesor de Pedro. Era el fin de la Casa de Saboya.