Lo sagrado y lo profano
Actualizado: GuardarEl otro día en Sevilla me dice Agustín, un fotógrafo enamorado de los Caños, que en realidad él no siente mucha diferencia entre «nosotros los sevillanos y vosotros los gaditanos». Me dice también que tenemos un carácter y un acento muy parecido, que somos las dos provincias más afines de Andalucía. Yo me quedo pensando y admito que sí, que tiene razón. Luego añade que, de haber diferencias, estas pueden ser, por ejemplo, que al sevillano le tira más lo que tiene relación con la Semana Santa, y el gaditano es definitivamente carnavalero. Voy a asentir nuevamente cuando de pronto se me cruzan por la mente estas dos últimas veces que he estado en Cádiz. Una, coincidiendo con las Cruces de Mayo, y otra, la semana pasada, en pleno Corpus. Y ahí me quedo un poquillo más indecisa. Porque me hubiera gustado que vieran ustedes mi cara de absoluta perplejidad ante la continua sucesión de pequeños pasos por las calles de Cádiz, ante el golpear incesante de los tambores en mis oídos, y mi comentario medio en serio medio en broma: «Esto parece Sevilla, quillo». Y no les digo ya nada el otro día en el Corpus, con los trajes de chaqueta y las gominas...
Y ojo que a mí me da igual lo que haga la gente con sus fiestas y con la manera de vivirlas, pero me sorprende que en este proceso de recuperación de tradiciones sólo nos quedemos con la parte sacra y, en muchos casos, y con perdón, un poquito cateta. Váyanse a las Cruces de Córdoba y de Granada y vean la diferencia: es una pura fiesta en un patio en torno a una cruz de flores, se canta, se baila, se bebe, se come... Recordemos que, en el fondo, estas celebraciones tienen su origen en ritos paganos que celebraban la llegada de la primavera y del solsticio de verano, y que fueron posteriormente asimiladas por la Iglesia para, de alguna manera, controlar todo lo que escapaba a sus propios ritos. Pero nada, en Cádiz, el paraíso de la alegría, la cuna de la libertad, la madre del carnaval y bla, bla, bla, nos esforzamos en volvernos cada vez más lacios, más sosos, y más ajenos a ese espíritu creativo y desprovisto de prejuicios que siempre nos ha caracterizado.