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LA PALABRA Y SU ECO

¡La Pepa vive!

JOSÉ RAMÓN RIPOLL/
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En el Palacio de la Moncloa no se hablaba tan largo y tendido sobre Cádiz desde que Chano Lobato y Rancapino frecuentaban la bodeguilla. La configuración de la Comisión Nacional para el bicentenario de La Pepa empezó con buen pie, auguró parabienes y agrupó en la foto de familia las radiantes sonrisas de los tiburones: aquellos que se relacionan entre sí a dentelladas y coletazos, que para eso somos océano.

Con más pompa y boato que nuestros flamencos, se dio el pistoletazo de salida a lo que promete ser la conmemoración en toda regla de un periodo de la historia española tan corto como esencial, donde los gaditanos tenemos mucho que decir. ¿Qué rumbo hubiese tomado nuestro país si la Constitución de 1812 no hubiera sido abolida por un puñado de sátrapas y traidores que -como siempre-, en nombre de la santa madre patria, truncó la esperanza de quienes intentaban liberarlo del despotismo y la sumisión? No es hora de corregir el pasado, pero sí de extraer de él las suficientes experiencias para acometer el presente y encarar el devenir.

El espíritu doceañista se basó en las libertades ciudadanas, en la justicia y en la apertura de miras y fronteras frente a una España heredera aún del Santo Oficio y los señoríos. Y está bien que a este bicentenario queramos acudir todos, incluso algunos de los que si retrocedieran en el tiempo no hubieran dudado en censurar el texto constitucional y perseguido a sus propagadores. Así es la historia. Pero creo que es un deber ético de toda la comisión velar porque cada uno de los proyectos que se avecinan durante los próximos seis años no se aíslen ni se aparten del verdadero sentido moral y cívico que debe significar esta celebración para los ciudadanos. Cádiz fue el escenario de aquel intento de modernización nacional y es justo que su ciudad y provincia sean las principales beneficiarias de las esperadas inversiones que se lleven a cabo con motivo del bicentenario, pero desaprovecharíamos el tiempo si no lográsemos llenarlas del contenido que se merecen.

Por eso es importante que cada obra que se acometa, cada carretera que se asfalte o cada fachada que se pinte vaya acompañada de una clara intención educadora, consistente en divulgar los principios que hicieron posible la primera carta magna española. Que los pilares del nuevo puente vayan parejo a la educación y la cultura. Que los grandes eventos y espectáculos que nos tengan preparados vayan acompañados de esa labor pertinaz y a veces silenciosa, que no concede réditos políticos a largo plazo, pero que da sentido a cualquier tipo de programa social, como es el aliento a la lectura, la creación de una red de bibliotecas rurales, la puesta en marcha de talleres creativos, el fomento de las artes y las letras o el respeto los otros.

Guardemos los tópicos para los pregones carnavalescos y cambiemos los lemas de cuna de la libertad, ciudad trimilenaria o pórtico de América por la práctica cotidiana de ser libres, la sabiduría de nuestra antigüedad o el conocimiento de un continente que cada vez está más cerca de nosotros. Así, podríamos decir de verdad: ¿La Pepa vive!