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RIGOR. El diestro galo lució seriedad en el coso alicantino./EFE
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Triunfo de Castella y de la verdad

JUAN MIGUEL NÚÑEZ/ALICANTE
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Un cartel raro al juntar los nombres de Rivera Ordóñez y El Fandi por un lado con el de Castella por otro. Festejo, por tanto, con dos partes bien diferenciadas, con los toreros de la polvareda en el papel de los efectos especiales tan apreciado en las plazas poco exigentes como es el caso de la Alicante. Co-mo contrapunto, la parte seria de un Sebastián Castella muy solemne y capaz en todas sus intervenciones.

La suerte en el sorteo fue dispar para unos y otros. Castella se encontró con los dos toros más problemáticos, brutos y ásperos, que embestían a empeñones, con inciertas y medias arrancadas. Contra el ambiente verbenero de las faenas de Rivera y del Fandi, la seriedad de Castella, en ocasiones atropellando la razón.

Los lances de recibo al tercero empezaron a marcar la diferencia. Luego, un quite por gaoneras, tan ajustadas que salió el torero por los aires. La apertura de faena, citando de largo en la misma boca de riego para instrumentar tres pases cambiados, fue algo espeluznante. En dos tandas por la derecha aguantó impávido las tarascadas del toro. No fue posible el toreo al natural, con el toro quedándose cada vez más corto y con peores intenciones, aunque tras una tanda más por el pitón menos malo, el derecho, forzó de nuevo los naturales de uno en uno. Inimaginable faena una vez resuelta. Se pidieron con fuerza las dos orejas, pero el presidente concedió solo una, sin duda ateniéndose a la mala colocación de la espada.

Castella volvió a un aquí estoy frente al sexto, toro rebrincado y tan complicado o peor que el anterior, al que debió dejar además prácticamente sin picar para que tomara los engaños sin frenarse como aparentaba. Definitivamente llegó a la muleta tardeando y rebrincado. A fuerza de insistirle mucho Castella acabó pegándole pases, naturalmente sin hilván, pero con mucha firmeza y poderío.

El final, muy a modo para la condición del toro, incluyó un circular por detrás y un parón metidísimo entre los pitones. La estocada dio paso a la oreja que le puso en la Puerta Grande.

Antes de la seriedad de Castella, Rivera Ordóñez estuvo como pudo, trabajándose lo de las banderillas, modalidad última a la que se está agarrando para seguir en el circuito. Hizo el paripé de dejar que fuesen por delante los banderilleros para el tendido se las pidiera. Y clavó, pues eso, de cualquier manera. El toro no tenía transmisión y él lo muleteó pegándole los toques hacia afuera, sin decir nada. Toro bondadoso, eso sí, que empujó lo suficiente, y que en manos más templadas y con más sentimiento hubiera sido de lío gordo.

El cuarto, desmochado y moribundo, apenas sirvió otra vez para el numerito de las banderillas. Por cierto que en éste dejó Rivera los palos con más facilidad, aunque hay que advertir que en ningún momento hubo intención de compartir este tercio con El Fandi. Los dos por separado, por si acaso.

Porque no hay que decir cómo estuvo El Fandi con las banderillas, jugueteando en las moviolas y los violines, y para no quitarle méritos hay que reconocerle también que en dos pares de poder a poder ganó la cara con absoluta limpieza y sinceridad, sacando el par de abajo ajustándose al más puro clasicismo.

Antes, sus largas cambiadas y la amalgama de verónicas y chicuelinas tan de su estilo, que no dejan de ser también algo muy vibrante. Pero después, muleta en mano, nada, o casi nada. Su primer toro más aparente, noble y muy toreable, se dejó dar pases, como decían los revisteros antiguos, de todas las marcas.

En el caso del Fandi, unos peores que otros, aunque en conjunto llegó lo suficiente para que tras la estocada le pidieran con mucha fuerza una oreja. Ya en el quinto, al que muleteó con el pico y muchas veces quitándose antes de que llegara el toro a jurisdicción, no fue posible.

Es verdad que el toro también colaboró poco.