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FÁCIL. Estos profesionales isleños muestran los componentes del sistema inalámbrico.
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Chuletas de alta tecnología

Con la llegada de Selectividad los alumnos agudizan el ingenio para obtener la mejor nota, el uso de móviles y otros artilugios electrónicos está a la orden del día

TEXTO Y FOTOS: RAÚL ESTÉVEZ / SAN FERNANDO
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Verónica está nerviosa y cansada. Hoy a las ocho y media de la mañana se enfrentará a su examen de Lengua, la primera prueba de un intenso maratón que durará tres días y en los que se juega buena parte de su futuro vital y laboral. Con este panorama, los estudiantes están abiertos a cualquier ayuda. Lo más tradicional es estudiar hasta quemarse las pestañas, pero muchos apuestan por la seguridad de obtener todas las respuestas por otros medios menos convencionales. «Son trampas, pero la mayoría no estamos de acuerdo con la Selectividad como forma de llegar a la universidad, así que son trampas justificadas. Yo prefiero estudiar por miedo a que me pillen, pero no me importaría tener una ayuda», asegura Verónica.

Sobre todo si la ayuda es infalible y prácticamente indetectable. Hoy en día, escribir con diminuta letra en pequeñas piezas de papel todo un temario para poder ocultarlo en cualquier recoveco durante un examen es el equivalente estudiantil de buscar una cabina telefónica para hacer una llamada urgente.

Pinganillo

La conocida facilidad que poseen los jóvenes para familiarizarse y utilizar en su provecho la alta tecnología es una de las grandes pesadillas de los anticuados profesores defensores de la memoria como principal arma pedagógica. Ahora, gracias a un sistema inalámbrico consistente en un minúsculo pinganillo y una batería de petaca cualquier joven puede tener el mismísimo Quijote a su disposición durante una prueba final. «El funcionamiento es simple. El que hace el examen se coloca el pinganillo, casi imposible de detectar si tienes el pelo largo o te colocas la mano en la oreja cuando se acerque el profesor, dice en voz baja lo que le han pedido en el examen y un amigo, instalado afuera con internet, todo tipo de libros y otro pinganillo, le va dictando la respuesta», explica Joaquín, quien estudia actualmente Electricidad industrial y electrónica en la Formación Profesional.

El único problema del sistema es su precio. Un equipo de dos pinganillos y petacas, similares a los que se usan en televisión, cuesta un mínimo de 300 euros y pueden llegar a los 3.000 euros, según el alcance y calidad de la señal. Un obstáculo que también puede superarse con imaginación. «Tengo un amigo que compró uno por 2.500 euros hace menos de dos años y ya ha ganado más del doble de dinero alquilándolo a otros compañeros», asegura Verónica.

El fácil uso y la eficacia del sistema hacen del pinganillo el método de superar exámenes sin estudiar más ambicionado por los jóvenes. «Es el mejor porque sólo si instalan otro sistema que cree interferencias en el edificio es inservible. Otro método para detectarlo es pasar un móvil encendido cerca de los alumnos y si hace ruidos extraños es que hay un pinganillo funcionando. Sé de algún profesor que lo ha hecho, pero no es habitual», afirma Joaquín.

El sistema del pinganillo está situado en el primer capítulo de la biblia del estudiante tramposo, pero su libro sagrado consta de tantos capítulos como temas debe llevar aprendidos a las pruebas. «Muchos escriben en ordenador los apuntes y luego reducen la letra al mínimo, se imprime y, así, pueden llevar toda una asignatura en un bolsillo. Puedes apuntar las fórmulas en mensajes en el móvil y, luego, verlos como si estuvieras usando la calculadora. Incluso hay calculadora que admiten tarjetas de memoria donde puedes meter lo que quieras», explica Joaquín.

Todo este festín tecnológico no impide que muchos se decanten por métodos tradicionales para superar los exámenes como copiarse los temas en los brazos, decorar las calculadoras con fórmulas matemáticas o químicas e, incluso, estudiar.